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zigor aldama
Viernes, 13 de septiembre 2019, 13:39
Han pasado ya ocho años y medio desde aquel fatídico 11 de marzo en el que la Tierra sacudió con violencia el norte de Japón. El archipiélago resistió con dignidad la embestida de magnitud 9 en la escala Richter, en gran medida por sus estrictos estándares de construcción, pero el fenómeno realmente devastador llegó desde el océano: un tsunami arrasó cientos de kilómetros de costa y dejó casi 16.000 muertos. Hoy, los daños provocados por aquel suceso se han reparado y el terremoto es para la mayoría de los japoneses solo una terrible pesadilla.
Pero hay un lugar en el que el drama continúa muy vivo: Fukushima. Allí, la central nuclear devastada por la ola gigante sigue siendo un grave problema. De hecho, la crisis que provocó –la única después de Chernóbil categorizada como de nivel 7 por el Organismo Internacional de Energía Atómica– está muy lejos de concluir. Ahora el problema no es tanto el combustible nuclear de los reactores, que está bajo control, como el agua que se utiliza para enfriarlo y la de arroyos subterráneos que se mezcló con material radioactivo. Aunque la construcción de un muro de hielo ha logrado detener las filtraciones al subsuelo y al mar, el quid de la cuestión está en qué hacer con el agua.
La compañía que gestionaba las instalaciones, Tepco, ha construido un millar de gigantescos tanques en los que almacena ya un millón de toneladas de líquido contaminado, pero el ministro de Medio Ambiente de Japón, Yoshiaki Harada, advirtió de que el espacio para guardarlo se agotará en 2022. Según Tepco, la empresa no podrá acumular más de 1,37 millones de toneladas de agua radioactiva. Cada tanque tiene capacidad para un máximo de 1.200 toneladas y tarda menos de diez días en llenarse.
«En mi opinión, llegado ese momento, la única opción será drenar los tanques al mar y diluir el agua contaminada en el océano», sentenció Harada. El secretario jefe del Gabinete de Gobierno, Yoshihide Suga, añadió poco después que la decisión no está tomada aún. «Cuando el panel de expertos formado para la ocasión entregue su informe, el Gobierno discutirá a fondo la cuestión», afirmó para calmar los ánimos.
Un gasto inasumible
En algunos de los tanques, la radiación del agua multiplica por 20.000 el máximo considerado seguro por el Gobierno de Japón, y su vertido al océano podría provocar una catástrofe natural que terminaría extendiéndose a las vecinas Corea y China. Esos dos países ya han protestado, y sus pescadores temen que su forma de vida peligre si el pescado y el marisco acaban contaminados. «El mar no es un basurero, es el hogar común de seres humanos y de multitud de animales. Como tal, debe ser preservado», criticó Jan Hakervamp, un experto en energía nuclear empleado por Greenpeace.
Esa organización activista recalca que la única salida viable es el filtrado del agua contaminada y su almacenamiento en tanques, lo que se hace actualmente, y denuncia que el plan presentado por Harada tiene solo un objetivo: reducir el gasto que supone descontaminar correctamente la central de Fukushima. Según estimaciones del Centro Japonés para Investigaciones Económicas, la factura total puede ascender hasta los 660.000 millones de dólares, una fortuna que ni la empresa operadora ni el propio Gobierno quieren desembolsar.
43.000 de las 200.000 personas que fueron evacuadas de las inmediaciones de la central nuclear de Fukushima aún no han podido regresar a sus hogares.
100 toneladas de agua contaminada se recogen cada día y se suman al millón que ya se almacena en mil tanques. Solo hay espacio para guardar 1,37 millones de toneladas.
40 años, al menos, serán necesarios para dar por concluida la crisis nuclear más grave tras Chernóbil.
Por si fuese poco, el Centro considera que las barreras construidas no son eficaces durante la época de tifones, y que el plazo para dar por cerrada la crisis, estimado entre 30 y 40 años, puede terminar alargándose aún más. «En muchas ocasiones, las previsiones de este tipo de trabajos suelen extenderse varias décadas más de lo esperado», comentó Rod Ewing, profesor de Seguridad Nuclear y Ciencias Geológicas en la Universidad de Stanford.
Un dato positivo es que la velocidad a la que se continúa almacenando agua contaminada se ha reducido de las 400 toneladas diarias de un principio a las 100 toneladas de la actualidad. Además, según apuntó ayer el diario británico 'The Telegraph', Japón también está analizando otras soluciones, como enterrar el agua en gigantescos sarcófagos de hormigón o inyectarla en estratos geológicos profundos, de forma que no pueda contaminar tierras cultivables ni el océano.
En cualquier caso, estas opciones también serían extraordinariamente costosas y requerirían de un virtuosismo técnico importante. Son, señalan algunos expertos, las consecuencias de no haber planificado correctamente la construcción de una central nuclear que nunca se tuvo que haber levantado en una costa a la que acechan los tsunamis desde tiempos inmemoriales.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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