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inés gallastegui
Domingo, 9 de febrero 2020, 09:12
Y el hermanito para cuándo?». Los padres y madres de hijos únicos han tenido que escuchar muchas veces la dichosa frase, enunciada casi siempre con la mejor de las intenciones y poquísimo tacto. A menudo, detrás de esas palabras hay implícito un prejuicio: no tener hermanos es malo para los niños. El tópico, que es universal, parece proceder de la época en la que tener una prole numerosa significaba disponer de muchos brazos para arrancar los frutos de la tierra y garantizaba la supervivencia. La cuestión es si sigue teniendo sentido hoy en día, cuando la pareja con un solo vástago es, con diferencia, el modelo de familia que más crece.
Nuevas investigaciones aseguran que, lejos de la idea de que los hijos únicos son pequeños déspotas solitarios, en realidad no hay diferencias apreciables en su personalidad y, si acaso, tienden a obtener mejores resultados académicos. ¿Los motivos? Parece que disponer de todo el amor, la atención y el dinero de sus padres les coloca en cierta situación de ventaja. «Caprichoso puede ser un hijo único o con cuatro hermanos. La diferencia está en los padres y su forma de educar», asegura la psicóloga y psicopedagoga Maribel Gámez.
La consideración de los hijos únicos como niños solitarios, egoístas, tímidos, incapaces de compartir, poco empáticos, raros, sin habilidades sociales o mimados responde, en realidad, a un estereotipo. Pero, a diferencia de otros tópicos que la gente maneja con tanta alegría como inconsciencia, sin preocuparse por el daño que pueden causar, este tiene un origen bastante bien definido: el influyente Granville Stanley Hall, precursor de la psicología infantil, aseguraba hace más de un siglo que el hecho de no tener hermanos «es una enfermedad en sí mismo».
Hay muchos motivos para no preguntarle a una pareja que ya tiene un bebé si piensa engendrar otro.
Es posible que, por edad, por salud, por trabajo o por economía no sea una opción razonable.
También puede que no quieran más hijos. No se trata de egoísmo. Tener hermanos puede ser una experiencia maravillosa. También puede no serlo.
Cerca del 40% de las familias españolas optan ya por el modelo 'triángulo'.
A finales del siglo XIX, el que fuera primer presidente de la Asociación Americana de Psicología supervisó un estudio titulado 'De niños peculiares y extraordinarios' que, más apoyado en prejuicios que en datos científicos, describía a una serie de excéntricos hijos únicos como «bichos raros» o «inadaptados permanentes». Sus ideas tuvieron repercusión durante décadas tanto en ámbitos académicos como en la cultura popular, gracias a los llamados Clubs Hall, que formaban una red de grupos de estudio por todo Estados Unidos.
Lo curioso es que el estereotipo ha persistido hasta nuestros días, a pesar de que los hijos únicos, lejos de ser la excepción, empiezan a convertirse en la regla: nuestro país, donde en los años sesenta y setenta lo habitual era crecer con tres hermanos o más, tiene hoy una de las tasas de natalidad más bajas del mundo y más de una tercera parte de las familias ya están formadas por una pareja (o un padre/madre en solitario)y un menor.
35% de los núcleos familiares en España (4,2 millones) están formados por uno o dos adultos y un solo hijo, aunque dado el crecimiento de los 'hogares a tres' es posible que la proporción de parejas que hoy en día opten por este modelo supere ya el 40% del total.
Una familia al alza. Se trata de un modelo en auge: de las mujeres nacidas en 1965, el 13% no tuvieron ningún hijo, el 27%, solo uno; el 48%, dos y el 12%, tres o más. El hijo único era una opción muy minoritaria en los años 60 y 70, cuando apenas el 7% se quedaba en un vástago. Lo mismo ha ocurrido en otros países:en Estados Unidos, esa proporción pasó del 11% en 1976 al 22% en 2015 y hay 20 millones de hogares con un solo niño.
1,31 hijos por mujer tienen las españolas, frente al 1,59 de media que se registra en la Unión Europea. La edad media a la que las españolas son madres por primera vez se sitúa en 30,9 años frente a los 29,1 de la UE.
7,4% de las españolas tienen a su primer hijo cumplidos los 40 años, y hasta un 70% de las de 35 aún no han tenido descendencia. La edad de la primera maternidad está relacionada con el tamaño de la familia, ya que la fertilidad sufre una caída brusca a partir de esa edad.
Las razones son variadas: una economía precaria que no permite afrontar el gasto que supone el mantenimiento de más hijos; la dificultad de conciliar la crianza con la vida laboral; el retraso en la edad de la maternidad, que reduce la fertilidad; la ruptura del matrimonio después de tener su primer (y último) retoño... Pero también priman motivos culturales: mucha gente simplemente se siente a gusto con la idea de tener un solo vástago, valora un modelo de paternidad con más calidad de vida, ya que permite mantener cierto equilibrio entre familia, profesión y aficiones y, pese a la presión social, no tiene la sensación de estar privando a su descendiente de nada esencial.
Los pros y los contras
Es verdad que ser hijo único tiene algunos inconvenientes; por ejemplo, el hecho de carecer de compañeros de juego en casa en la primera infancia o, ya en la etapa adulta, no tener con quién compartir el cuidado de los padres o no poder disfrutar de una familia extensa (sobrinos para uno mismo, tíos y primos para los hijos...).
Pero también tiene ventajas: un hijo único recibe el 100% del amor de sus padres –no tiene que repartírselo con nadie–, igual que su atención, su dedicación... y su dinero. Ese niño dispondrá de más recursos materiales, clases extraescolares, viajes, experiencias y, llegado el momento, más oportunidades en su formación superior.
Hay aspectos ambivalentes. El hecho de ser el único foco de atención de los progenitores tiene una parte positiva, al favorecer la autoestima y la madurez, y otra negativa, dado que un solo hijo soporta toda la presión, las expectativas y –en caso de haberla– la tendencia de los padres a la sobreprotección. Las relaciones fraternas pueden ser entrañables, educativas y divertidísimas, o una fuente perpetua de celos, rivalidad y peleas.
En los últimos años el asunto ha sido objeto de especial atención científica, literaria y periodística tanto en Estados Unidos –donde el número de familias con un solo hijo se ha duplicado en tres décadas: ya son 20 millones de hogares– como en China, donde la restricción de los nacimientos dio lugar a varias generaciones de unigénitos.
Raquel y Curro
Elena y Héctor
Carmen y Hugo
La psicóloga social norteamericana Toni Falbo, catedrática de Psicología Educativa y Sociología en la Universidad de Austin (Texas), es una de las personas que más ha investigado sobre el tema, que, por cierto, le toca de cerca: es hija única y madre de hijo único. Tras revisar en un metaanálisis los resultados de 115 investigaciones científicas sobre el asunto, concluyó que no hay ningún rasgo de personalidad que caracterice a los hijos únicos, si bien estos, junto al grupo de los hermanos mayores y al de las personas con un solo hermano menor, tienen mejores coeficientes intelectuales y resultados académicos. «Como media, los hijos únicos reciben más formación y puntúan más alto en varias pruebas de rendimiento intelectual», explica Falbo. Una diferencia detectada en varios estudios es que tienen un vínculo más fuerte con sus padres.
A finales del año pasado un equipo de investigadores alemanes liderado por Michael Dufner, de la Universidad de Leipzig, estudió a 2.000 adultos y publicó en 'El fin del estereotipo' una conclusión clara: «Los hijos únicos no son más narcisistas que la gente con hermanos». Un individuo narcisista es egocéntrico, se cree con derecho a un trato especial, no respeta a otros y se pone por encima de los demás y, como consecuencia de ello, tiende a presentar conductas disruptivas, como agresiones, 'bullying' o acoso sexual.
Normas y límites
«La idea de que los hijos únicos son más caprichosos y solitarios o que tienen menos habilidades sociales está basada en creencias populares, es un mito. Cada niño es distinto. Y su personalidad depende de cómo le eduquen sus padres, no de cuántos hermanos tenga», zanja Maribel Gámez, psicóloga infantil y psicopedagoga en Madrid.
Para algunos chavales, señala, resulta ventajoso no tener hermanos porque están mejor atendidos, pasan más tiempo de calidad con sus padres o reciben más ayuda con las tareas académicas, en esta sociedad vertiginosa. Pero ahí están también los 'niños de la llave', que llegan de clase a mediodía, comen solos y pasan la tarde sin compañía hasta que sus padres vuelven de trabajar por la noche.
«La diferencia está en los padres. Nosotros les enseñamos a los niños todo; una forma de estar en el mundo –explica la especialista, colaboradora del blog de las Malas Madres y autora de la web www.otrapsicologa.com–. La autoestima no depende del número de hermanos, sino de que los padres sean capaces de proporcionar a los niños tareas propias de su edad que les hagan sentirse autónomos». Por ejemplo, no se puede dar por hecho que un niño sin hermanos va a obtener todo lo que pida o hacer todo lo que quiera. «Los padres deben poner normas y límites con sentido, tengan uno o más hijos, y ayudarles a tolerar la frustración, que es la mejor forma de prevenir en el futuro mucho dolor, impotencia y trastornos mentales», subraya.
Los padres de hijos únicos, explica Gámez, deben fomentar que se relacionen con sus iguales, no solo como compañeros de juego, sino también para aprender a relacionarse, compartir, negociar y resolver conflictos. Esos vínculos se pueden establecer desde muy pequeños en el parque o en actividades extraescolares, y también hay que fomentar su relación con primos, compañeros de clase y amigos, tanto en casa como fuera.
Maribel Gámez: Psicopedagoga
«Tener un hijo para darle un compañero de juegos a un hijo anterior es una de las peores ideas que se pueden tener: el esfuerzo no va a valer la pena y ese niño ya va a nacer con la etiqueta de 'acompañante'», subraya Beatriz Rubio, psicóloga en el centro de psicología y psicoterapia para adultos, adolescentes y niños Espai Vincles de Sant Cugat del Vallés, en Barcelona. La especialista recuerda a los padres que la idea de que las relaciones fraternales son eternas y maravillosas no es más que una fantasía: hay hermanos niños que se llevan mal y hermanos adultos que no se hablan.
Para la especialista, uno de los errores en los que se puede caer es «adultizar» en exceso a los hijos solos, hacerles copartícipes de conversaciones o decisiones para las que aún no están preparados;se corre el riesgo de hacerles madurar antes de tiempo y de cargarles con responsabilidades que no les corresponden.«Un niño de 10 años no tiene por qué elegir las vacaciones de la familia», pone como ejemplo. Por eso es importante, aparte de fomentar que jueguen con otros niños e invitar a amiguitos a casa, reservar algún tiempo del fin de semana y las vacaciones para las actividades infantiles.
Raquel Rubio: Psicóloga
Otro peligro es que, en su obsesión por 'compensar' a ese 'pobre niño solo', unos padres que se sienten culpables por no haberle dado un hermanito se vuelquen en exceso en el crío y descuiden otros aspectos de sus vidas, como el tiempo para la pareja o el ocio adulto. Para la psicóloga, conceder demasiada importancia al número de hermanos en la formación del carácter de un niño no tiene sentido porque, en realidad, una de las etapas más influyentes en la personalidad futura es el primer año de vida, cuando aún no hay una cognición desarrollada. Por tanto, cuidar el apego, favorecer el contacto físico y satisfacer necesidades básicas del bebé –hambre, sed, sueño, higiene o consuelo– sin demoras innecesarias, en esos primeros meses, es una base muy segura para prevenir problemas en el futuro.
Por el contrario, creer que podemos moldear a nuestro vástago a voluntad, que es un «proyecto» que controlamos de principio a fin y en el que debemos invertir tiempo y esfuerzo, genera una presión excesiva para todos: «Llega un punto en el que todo el mundo deja de disfrutar; hay demasiada exigencia, demasiadas expectativas». «Muchas veces el problema lo tienen más los padres de hijos únicos que los hijos únicos», resume la experta.
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