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inés gallestegui
Lunes, 14 de octubre 2019, 07:36
La sequía ha convertido el lago Ngami en una trampa mortal. La antaño extensa lámina de aguas poco profundas en el delta del río Okavango, al norte de Botsuana, se va secando poco a poco devorada por el desierto del Kalahari.
La evaporación espesa el lodo y la ciénaga engulle a las criaturas que quedaron aprisionadas cuando trataban de saciar la sed y el hambre.
Botsuana ocupa el lugar número 17 en lista de los países con mayor estrés hídrico del mundo, es decir, una mayor brecha entre la demanda y los recursos disponibles.
Muchas de las 38.000 cabezas de ganado y los animales salvajes que dependían del agua y la hierba de lago Ngami han migrado a otras zonas.
De los que se han quedado, muchos habrán muerto antes de que vuelvan las lluvias en noviembre.
Vacas con el fango hasta el cuello aguardan quietas la muerte junto a los cadáveres de las que ya han sucumbido.
Apenas nada diferencia a unas de otras: un temblor de orejas, algún pestañeo, el miedo manso en los ojos.
Los caballos se rebelan contra el destino con saltos desesperados que los hunden aún más en el barrizal.
130 kilómetros de largo por 60 de ancho medía el lago Ngami cuando el explorador David Livingstone lo describió en 1849. Cada año sufre variaciones estacionales, pero el caudal lleva décadas cayendo. A mediados del siglo XX ya se había convertido en una enorme pradera y en 1966 se secó por completo. Medio siglo después, ha vuelto a ocurrir.
Una manada de hipopótamos permanece estancada en el cieno caliente, cociéndose al sol lento en la llanura sin sombras.
Hace meses que no llueve. No hay esperanza; tampoco para los hombres.
Martin Harvey: Fotógrafo de naturaleza
La muerte de miles de animales domésticos y de los peces del lago ha traído el hambre al sur de África. Solo los buitres sacan tajada.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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