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JAVIER GUILLENEA
Martes, 20 de agosto 2019, 08:24
«El alto concepto que en general al español merece la mujer y la atención que de manera especial debe ser puesta en evitar que un trabajo nocivo pueda perjudicar su naturaleza...». Con estas palabras comienza el decreto del 26 de agosto de 1957 'sobre industrias y trabajos prohibidos a mujeres y menores por peligrosos e insalubres. Se trataba, como dice el texto, de señalar «cuáles son las labores o ambientes de trabajo que pueden perjudicar de manera sensible a estos trabajadores, dignos de singular protección».
La lista es larguísima. En su afán por mantener a las mujeres fuera de todo peligro, el Gobierno franquista les prohibió matar reses en mataderos, trabajar en minas y canteras, en altos hornos, andamios o instalaciones eléctricas. Para estar a salvo de accidentes, no podían ser buzos ni enganchar vagones, cuidar animales feroces o venenosos en los zoológicos, conducir tractores o dorar metales, entre otras muchas restricciones. Ellas eran delicadas, no podían quedar expuestas a sustancias químicas ni trabajos penosos. Eran un bien que había que proteger a toda costa para que no se malograra su misión fundamental, la de tener hijos.
El decreto estuvo en vigor hasta 1995. Tres años antes, el Tribunal Constitucional había reconocido en una sentencia el derecho de una mujer a ocupar una plaza de ayudante minero en Hunosa. La resolución, en la que se indicaba que «no existe razón alguna (salvo que esté en juego, lo que no ocurre en el presente caso, el embarazo o la maternidad) que pueda justificar la exclusión absoluta de la mujer de este tipo de trabajo», precipitó la derogación de las prohibiciones de 1957.
Trabajo o hijos Los gobiernos de principios del siglo XX creían que la explotación de la mujer en el trabajo incidía en su capacidad reproductora, lo que traería a las sociedades una rápida decadencia.
1908 es el año en que se promulgó en España un decreto en el que se incorpora por primera vez un listado de actividades vedadas por su especial peligrosidad a mujeres menores de edad y a niños de menos de 16 años.
La 'ley de la silla' En 1912 se aprobó en España la llamada 'ley de la silla', que obligaba al empresario a facilitar en todos los establecimientos no fabriles un asiento individual a las trabajadoras para aumentar su seguridad en el trabajo y evitarles posibles problemas en caso de embarazo.
El camino seguido por España no lo han transitado países como Rusia, donde el Gobierno acaba de revisar la lista de 456 profesiones vetadas a las féminas desde 1922. Pese a que la Constitución del país garantiza la igualdad de empleo entre ambos sexos, el código de trabajo soviético aún vigente en la actualidad establece que las ciudadanas no deben realizar trabajos físicos, duros o que impliquen condiciones dañinas o peligrosas.
Al igual que las españolas hasta 1995, las rusas no pueden ser mineras, bomberas en equipos de extinción de incendios, conductoras de excavadoras o buzos, ni realizar una serie de tareas relacionadas con la extracción de petróleo y gas. También se mantienen las restricciones para los trabajos físicos y que implican manipulaciones de productos químicos. Además, tienen vetado ser cuidadoras de algunos animales, como toros de raza, potros y jabalíes.
La prohibición de trabajos penosos como respuesta a la sobreexplotación de la mano de obra femenina fue considerada en su momento un avance. Así se vio en Gran Bretaña, donde en 1842 se promulgó una ley que prohibía el acceso a las minas de mujeres y niñas y niños menores de diez años. «Sí que fue un logro. Hay que tener en cuenta que antes no había protección social y los trabajadores no tenían vacaciones, no libraban los fines de semana, sus jornadas eran muy largas y cobraban una miseria de sueldo», explica Iciar Alzaga, catedrática de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la UNED. Las primeras normas laborales que se implantaron en España limitaban las horas de trabajo de las mujeres y los niños para hacerles más llevadera la dureza de sus empleos, pero con la dictadura de Franco el punto de vista cambió. Según Iciar Alzaga, la prohibición del acceso de las mujeres a determinados trabajos «fue el producto de una ideología paternalista que veía a las mujeres como seres débiles a quienes había que proteger».
Trenes y tractores
La mejora de las condiciones laborales fue dejando sin argumentos a los defensores de alejar a la población femenina de los rigores del trabajo pesado, pero el Gobierno ruso no se dio por aludido. Con el propósito de reforzar «el papel materno tradicional», en 1981 incluyó entre las profesiones vetadas la de conductora de trenes, tranvías y metro, un empleo al que hacía tiempo que habían accedido las mujeres. En 2000, Vladímir Putin firmó la relación de restricciones que ha permanecido vigente hasta ahora. En 2017, tras el requerimiento de la ONU, prometió cambiarla.
La revisión de este listado, que entrará en vigor el 1 de enero de 2021, ha supuesto un cambio a mejor, aunque aún persiste la prohibición para casi un centenar de profesiones. Las rusas podrán conducir trenes eléctricos y tractores, así como ser camioneras de vehículos de más de 2,5 toneladas y mecánicas de automóvil. Sin embargo, se mantendrá la restricción de tareas consideradas físicas, como la construcción de instalaciones subterráneas o túneles. También se les niega la realización de trabajos de fundición, soldadura y en altos hornos, así como la minería a cielo abierto y la mecánica de motores de aviación.
Iciar alzaga (UNED)
En España, el tufillo paternalista ha sido sustituido por una nueva estrategia para prevenir riesgos laborales. «La mentalidad del legislador español ha cambiado y ahora el enfoque ya no es tanto proteger a la mujer, sino al feto o al bebé», afirma Iciar Alzaga. Desde este punto de partida, «la mujer no se queda en casa viendo la tele, no se le prohíbe trabajar. Es sobre la empresa donde recae la obligación de proteger la maternidad».
Sin desollar
Según un informe del Banco Mundial, hay 104 economías cuyas leyes laborales restringen los tipos de trabajos que las mujeres pueden emprender, y cuándo y dónde se les permite trabajar. En estos países, las profesiones 'solo para hombres' tienen en común que son demasiado peligrosas o extenuantes, aunque en algunas ocasiones el motivo no está nada claro. En Kazajistán, por ejemplo, las mujeres no pueden cortar, eviscerar o desollar ganado y cerdos.
En Argentina no pueden ser maquinistas, manipular o producir materiales explosivos, inflamables o corrosivos, o elaborar y vender bebidas alcohólicas. Tampoco se les permite pulir vidrio, engrasar maquinaria o cargar y descargar barcos. En Francia hay una ley que impide a la mujer trabajar en empleos que requieran levantar cargas de más de 25 kilos, el peso equivalente a un niño de cinco años. En China no pueden dedicarse a la navegación ni a la ingeniería de túneles. Y en Vietnam se les prohibió en 2013 conducir tractores de más de 50 caballos de potencia.
Se estima que, en todo el mundo, el número de mujeres a las que se les impide trabajar en alguna profesión asciende a 2.700 millones. Alguien ha decidido en su lugar que quedarse en casa para tener hijos y cuidarlos es lo mejor que les puede ocurrir. Todo por su bien, aunque sea sin ellas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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