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javier guillenea
Sábado, 31 de agosto 2019, 09:53
Un poco más y los 83 refugiados que quedaban a bordo del 'Open Arms' habrían podido celebrar hoy en el barco el Día Internacional de la Solidaridad. Quién sabe, incluso es posible que Matteo Salvini se hubiera acercado a la embarcación con unas cuantas botellas de prosecco para brindar junto a los migrantes por un mundo mejor y pleno de alegría.
Pero no ha podido ser. Los ocupantes del buque ya han desembarcado en Lampedusa y se han perdido la celebración, aunque no hay mal que por bien no venga, porque les espera una agradable estancia en alguno de los cinco estados de la Unión Europea que han aceptado acogerlos. Tras serias dudas iniciales, los gobiernos de España, Francia, Alemania, Portugal y Luxemburgo han vencido su temor a permitir que una parte de los 147 migrantes que iniciaron la epopeya del 'Open Arms' cruce sus fronteras. Es un miedo comprensible. Un respetable porcentaje del electorado de estos países se muestra en contra de este tipo de medidas y no están las encuestas como para desairarlos. Según la ONU, «la solidaridad no solo es un requisito de carácter moral, sino también una condición previa para la eficacia de las políticas de los países y los pueblos». Y aún dice más. «Es una de las garantías de la paz mundial», recalca.
Ayuda. En España hay unas 15.000 organizaciones solidarias. Las más numerosas son las que atienden a personas desde el punto de vista social, psicológico, educativo o sanitario.
Retroceso. El último informe de la fundación Foessa sobre exclusión y desarrollo social en España advierte de «una cierta fatiga de la solidaridad en nuestra sociedad» y un aumento de los «perfiles críticos con las ayudas sociales».
Estas palabras las dejó escritas la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2000, en una sesión en la que se aprobó recordar cada 31 de agosto la existencia de «uno de los valores humanos más importantes, por el cual todos ayudamos y colaboramos con las personas desfavorecidas». La fecha no es casual. Ese mismo día, en 1980, se puso en marcha en Polonia el movimiento Solidarnosc, fundado por el líder sindical Lech Walesa.
La jornada de la solidaridad se instituyó a instancias de los representantes de Eslovenia, Malta, Bulgaria, Eslovaquia y Polonia, que presentaron ante la asamblea una carta en la que se exponía la importancia de apostar por esa fecha conmemorativa. El objetivo era loable, se trataba de inculcar en todos los ciudadanos el valor de la ayuda mutua y de lograr que los gobiernos lleven a cabo acciones para satisfacer las necesidades sociales y la convivencia mundial.
En esa misma sesión se aprobó la Declaración delMilenio, en la que representantes de 192 países reafirmaron su compromiso en la erradicación de la pobreza, el fomento de la educación y la cultura y la mejora de la salud y las condiciones de vida de los sectores más vulnerables de la sociedad. Entre otras cosas, los firmantes del documento sostenían que, en su calidad de dirigentes, tenían «un deber que cumplir respecto de todos los habitantes del planeta, en especial los más vulnerables y, en particular, los niños del mundo, a los que pertenece el futuro».
Para los 192 líderes políticos, las relaciones internacionales del siglo XXI deberían estar sustentadas sobre seis valores fundamentales: libertad, igualdad, solidaridad, tolerancia, el respeto de la naturaleza y la responsabilidad común. Sobre la solidaridad, la Declaración del Milenio dice que «los problemas mundiales deben abordarse de manera tal que los costos y las cargas se distribuyan con justicia, conforme a los principios fundamentales de la equidad y la justicia social». Por si no queda claro, añade que «los que sufren, o los que menos se benefician, merecen la ayuda de los más beneficiados».
Son una preciosidad de palabras, no hay duda, seguro que a más de un líder se le humedecieron los ojos al estampar su firma, pero no parece que su recorrido haya sido muy largo. Casi veinte años después el mundo ha cambiado. Ahora los países se encierran en sí mismos y entonan el mantra trumpiano de 'yo primero'. La solidaridad fue bonita mientras duró.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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