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antonio corbillón
Domingo, 14 de julio 2019, 12:49
«Sin nuestros renos, la taiga está vacía». Bayandalai es uno de los últimos pastores trashumantes de renos del bosque nevado más grande del mundo. Él y su familia, de etnia dukha, viven desde tiempos que no podrían documentar en Khovsgol, en la región ... más septentrional de Mongolia. Si se elaborase una lista roja de tribus en extinción igual que se hace con las especies animales, los dukha figurarían en ella.
El documentalista vasco Aner Etxebarria y su productora, Old Port Films, trabajan en el proyecto 'Sons of Eden' ('Canciones del Edén'), una serie que reunirá en 13 capítulos otras tantas historias de supervivencia humana en lugares donde luchan por mantener la simbiosis entre clima y naturaleza sin las transformaciones del mundo global.
«Buscamos sociedades ancestrales que mantienen un vínculo absoluto con la naturaleza que les rodea», resume Etxebarria. Es decir, que no tratan de transformarla ni adulterarla desde la modernidad. Un trabajo que les está transportando a lugares donde el mundo parece haberse detenido o, al menos, no se ha acelerado tanto como nos parece al resto.
Un proyecto que ha tenido como primer protagonista a Bayandalai, al que han apodado 'el señor de la taiga'. No deben quedar más de 40 familias y unos 250 individuos en esta región del norte remoto de Mongolia. A los dukha los mongoles les llaman los tsaatan, 'los que tienen renos', porque son el pueblo que dominó a estos cérvidos de poderosa cornamenta y pelaje blanco.
Son los últimos habitantes de las planicies. Poco tienen que ver con el resto del país. Originarios de la cercana Rusia, con la que limitan sus territorios, tienen más similitudes con las tribus laponas de criadores de renos en el Círculo Polar que con las costumbres esteparias. «Es una de las últimas etnias que tiene un pacto de sostenibilidad no escrito con sus bosques», avanza Aner.
Para llegar a sus confines hay que tener mucha intención de hacerlo. Desde la capital del país, Ulán Bator, hacen falta dos días en todoterreno y una tercera jornada en 'jeeps' rusos. Pero no basta con alcanzar los territorios de los tsaatan. Incluso en esta tribu al borde de la extinción hay distintos grados de compromiso con su pasado. Buscarlos no es difícil. Hay infinidad de agencias de viajes, de esas que siempre incluyen la palabra 'aventura' en su publicidad, que ofrecen estancias junto a ellos. «Nosotros queríamos una familia que representara a la esencia de la etnia –explica Etxebarria–. Y eso solo se logra con un buen guía local que conozca cada familia».
Así lograron llegar a la familia del anciano Bayandalai. Mientras los dueños de pequeños rebaños (no más de 15 o 20 cabezas) viven de las fotos de los turistas, el clan de Bayandalai sigue alojado en sus tipis («probablemente, aprendido de sus ancestros indígenas americanos que cruzaron a Asia por el estrecho de Bering»), junto a su mujer, Tsetsegma, su hijo, Khos Erden, y su nieto, Gantulga. Sobre los hombros de este último descarga la última esperanza de que su historia no muera con documentales etnográficos como el que ha filmado el equipo de Old Port Films.
Hoy día, los insustituibles rebaños tsaatan no pasarán ya del millar de cabezas. Y quedan muy escasos modelos tribales como este 'señor de la taiga' que los pastorea al estilo tradicional y se mueve al ritmo que marcan sus cornamentas. Bajo las heladas praderas, los animales se desplazan en busca del musgo. Los pocos seminómadas dukhas que quedan van siempre detrás.
Viven una relación religiosa con sus rebaños. No comen su carne. Solo aprovechan su leche para hacer queso y mantequilla. Con sus cornamentas elaboran artesanía y utensilios. Además, una vez domesticado, es un formidable aliado para sobrevivir en un medio tan hostil. Dotados de gran resistencia y muy fiables en su caminar, sirven para desplazarse, cazar y viajar. Sería la suma de los bueyes, vacas, caballos y mulas de nuestras aldeas. Todo en uno.
– ¿Cómo se contacta con una familia modelo y se logra que entienda su proyecto?
– La premisa de partida fue hacerles comprender que habíamos llegado hasta allí para aprender de ellos. No para contar lo que nos interesara a nosotros.
Y eso solo se logra cuando, antes de subirse al avión, se realiza el más extenso trabajo posible de documentación. ¿Quiénes son? ¿Cómo viven? ¿Por qué hacen cada cosa? Sus rutinas del día a día... Aner y se equipo tenían un listado completo de cada ritual y lo que significa. «Eso les sorprendió mucho y generó un clima de confianza», recuerda.
Por delante tenían todo un mes de plazo para tratar de llegar lo más a fondo que pudieran a la esencia de esta familia que solo se comunica en un dialecto del dukha (también tuha o, en mongol, tsaatan), una lengua que apenas hablan hoy un centenar de individuos. «Fueron unos primeros días con pocas escenas, pero muchas horas de té, leche de reno y algo de vodka». Con el paso de las jornadas y la convivencia en las yurtas (tipis de campaña de la estepa) llegó la señal clave, el 'semáforo verde': «Nos adaptamos tanto que nos invitaron a unirnos a su migración. Fueron 120 kilómetros montando en reno junto a ellos».
Empezó así la verdadera inmersión en el universo dukha. Junto a auténticos 'cowboys' de la estepa, el equipo español asistió al ataque de lobos, la pérdida de renos en sus fauces y un curso acelerado sobre cómo montar un corral de urgencia para proteger a un centenar de renos. Cualquier previsión de agenda estaba sometida a la sociología de los protagonistas. «De repente nos llegó la noticia de la muerte de un reno, el sagrado. Eso supuso parar todo el rodaje porque había que ir a buscar a un chamán para que oficiara una ceremonia».
Días de intensa actividad en un paisaje en el que la vida parece congelada en un invierno permanente y perpetuo. Horas y horas en que los dukha también trataron de saciar su curiosidad. El anciano Bayandalai quería saber. ¿De dónde sois?, ¿Tenéis familia?... Al regreso, el equipo español registró 13 horas de grabación con el señor de la taiga. «Nos reconoció que no había hablado tanto tiempo en su vida».
La guinda final, el trato de igual a igual, llegó cuando el jefe tribal les invitó a filmar la ceremonia de marcado a fuego de su nuevo reno sagrado. Con este animal, príncipe de su grey cuadrúpeda, estos pastores establecen una relación espiritual. «Gracias a él, interpretan su fortuna y creen intuir qué les deparará el mañana».
El 'corazón' de la auténtica vida rural en la taiga podría estar dando sus últimos 'latidos'. Por paradójico que resulte, sus enemigos ya no son la industria o la extracción de metales (hay reservas de oro) como ocurre en lugares como la Amazonia. O, al menos, ya no.
El Gobierno de Mongolia decidió proteger la zona y la declaró Reserva Nacional en 2011. Eso se ha traducido en restricciones a la tala de árboles, la caza, la pesca. Incluso los desplazamientos están restringidos para defender la biodiversidad. Y eso es la condena para las actividades esenciales de los últimos nómadas dukha, que jamás sacrifican a sus reses para cambiar de modo de vida.
«Somos nativos de las tierras salvajes», reclama Bayandalai en 'El señor de la taiga'. Etxebarria también cree que «no debería aplicarse a los de dentro de la reserva las mismas limitaciones que a los que llegan de fuera. Sobrevivir se les está poniendo cada vez más difícil». Los espacios protegidos se han llenado incluso de guardabosques que detienen y llevan ante el juez a quien incumple las normas mongoles. Esta etnia nunca ha tenido una clara conciencia de pertenecer a un país.
Ha sido la última excusa que necesitaban los dukha jóvenes para aceptar los 'señuelos' oficiales. Las autoridades del país de las planicies decidieron ofrecerles cabañas prefabricadas y un 'salario gubernamental' de 70 euros por persona. Una manera fácil de sobrevivir a la que muchos añaden ser pasto de las fotos de los turistas.
«Entre que son pocos y muchos jóvenes sucumben a la llegada de esta forma de modernidad, su forma de vida parece diluirse. Han pasado de los quehaceres del bosque: curtir, tallar, cazar... a estar gran parte del día desocupados. ¿Cómo se pasa el tiempo? Con el alcohol», lamenta este joven director vizcaíno.
Aner acaba de regresar del altiplano andino donde han rodado nuevos capítulos de 'Sons of Eden'. Son tratados de formas de vida en extinción. Si el cambio climático reduce la biodiversidad, el añadido de la capacidad humana para uniformizar el planeta está asestando un inevitable final a formas de vida en simbiosis con la naturaleza. «Nuestras familias no eran tan diferentes a los dukha hace unas cuantas generaciones. Con estos trabajos pretendemos reflexionar sobre lo que éramos y en lo que nos hemos convertido», concluye Aner Etxebarria.
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