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Tyson Steele bracea para que el helicóptero de rescate se percate de su presencia.
Salvado por el instinto

Salvado por el instinto

Un campesino sobrevive 23 días tras incendiarse su cabaña en un paraje remoto de Alaska. Su perro murió

R. Torre Poo

Martes, 14 de enero 2020, 09:20

Pensar rápido le salvó la vida. Supo reaccionar. Cuando Tyson Steele salió de la cabaña, enseguida comprendió que poco podía hacer para apagar las llamas. No disponía de mucho tiempo. Debía salvar la ropa y los víveres que pudiera. Serían su tabla de salvación. Si no, moriría a las pocas horas. Veintitrés días después, un helicóptero del ejército de Alaska dio con él y lo rescató. Agradecido, solo lloraba la muerte de su más fiel compañero: Phil, su perro labrador, corrió peor suerte y murió durante el incendio.

Este campesino de 30 años oriundo de Utah (Estados Unidos) vivía desde septiembre en un paraje remoto de Alaska, con temperaturas que superaban los treinta grados bajo cero. Su vecino más cercano estaba a 30 kilómetros. Le compró la propiedad a un veterano de la guerra de Vietnam y se disponía a pasar el duro invierno. Una noche –la del 17 o 18 de diciembre, no recuerda con exactitud–, prendió «una estufa vieja» y puso un cartón encima. Las pavesas provocaron el fuego. Steele se dio cuenta cuando gotas de plástico derretido comenzaron a golpear su rostro mientras dormía. Saltó de la cama, apañó todo lo que pudo (solo llevaba puesto unos calzones largos, unas botas sin calcetines y un jersey grueso) y salió fuera. Cuando entró a por un rifle llamó a su perro, que no contestó. Solo escuchó un fuerte aullido. El último. «Me sentí como si me hubieran arrancado un pulmón», declaró.

Como detener el avance de las llamas era imposible, comenzó a cavilar. Tenía comida para un mes. «Dos latas al día», explica. La primera noche excavó un vivac en la nieve. Se puso toda la ropa que pudo y esperó a que amaneciera. Después construyó un refugio aprovechando lo poco que había dejado el siniestro. Con unos maderos, unas lonas y unas chapas armó una especie de tienda. Sabía que no podía ir a ningún sitio. Bosques, lagos y montañas, con varios metros de altura de nieve, le rodeaban. Intuía que su única vía de salvación vendría por el aire. Así que dibujó un gigantesco 'SOS'. Para que se viera aún mejor, rellenó a diario con la ceniza del incendio el interior de las tres letras. Poco más podía hacer.

Por suerte, sus familiares no tardaron en acudir a las autoridades para comunicar que llevaban varios días sin saber nada de él. Sus equipos de transmisión también fueron devorados por las llamas. Las unidades de rescate de Alaska enseguida se pusieron manos a la obra. «La denuncia de su familia fue la que nos empujó a buscarlo», explicaron. Cuando lo encontraron, su aspecto era como el de un náufrago: tenía el pelo largo y enmarañado hasta el cuello, sus manos estaban agrietadas y manchadas de ceniza y la barba le llegaba al pecho. Sus rescatadores no daban crédito. «Realmente tuvo que reaccionar en muy poco tiempo. Hizo un trabajo increíble. Fue frío y actuó con mucha lógica. Básicamente, eso fue lo que le salvó la vida», explicó Ken Marsh, portavoz del operativo.

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