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Turistas visitan la impresionante catedral subterránea de Zipaquirá, construida en una minade sal en funcionamiento. Juan Barreto-afp
Fe en salazón

Fe en salazón

A 180 metros bajo tierra, las entrañas del yacimiento vivo de Zipaquirá, la capital salinera de Colombia, albergan una catedral grandiosa. No se conocen mineros más devotos

Domingo, 20 de octubre 2019, 12:31

La fe en Zipaquirá es un pez incorruptible que se conserva en salazón. Desde tiempos precolombinos, este municipio ubicado en el departamento de Cundinamarca, a poco más de cuarenta kilómetros al norte de Bogotá, siempre explotó con éxito sus enormes yacimientos de cloruro de sodio. Allí estaban entonces los muiscas (o chibchas, como se les llamaba durante la época colonial), un pueblo indígena que se reveló excepcionalmente hábil con la evaporación de la salmuera hasta compactarla en rocas de 'oro blanco' puro que usaban para intercambiar por otros productos. Desde aquellos tiempos hasta los prolegómenos de la revolución industrial, no hubo otra unidad monetaria en toda la región.

Ya avanzado el siglo XX, la tecnificación permitió oradar más rapidamente y los túneles empezaron a ganar longitud. Y a medida que las campañas se hacían más largas y arriesgadas, los trabajadores experimentaban una necesidad mayor de encomendarse a Dios. En 1950, aprovechando una visita del presidente de la República, los mineros de Zipaquirá lograron arrancarle un buen pellizco con la excusa de que el altar a la Virgen del Rosario de Guasá (patrona de su gremio y del pueblo) que habían construido a la entrada misma de la mina urgía una mejora. La intervención que rumiaban era en realidad bastante más ambiciosa. Los devotos obreros de la sal querían aprovechar el entramado de cavernas del acceso a la mina, ya expoliadas, para habilitar allá una señora iglesia, a ochenta metros bajo los rayos del sol. La obra tardó tres años en ser culminada y afectó a una superficie próxima a los 8.000 metros cuadrados.

Las extracciones en el yacimiento continuaron con normalidad en niveles inferiores al espacio religioso. En 1990, la detección de problemas estructurales en la zona donde se alojaba el templo encendieron las alarmas. Convertido ya por aquel entonces en un atractivo turístico de primer orden, la ciudad vio amenazada la fuente de sus ingresos; los mineros, la de su sosiego. A fin de evitar una más que probable tragedia, Zipaquirá decidió embarcarse en la construcción de un espacio religioso aún más grande y a mayor profundidad.

Tanto el Gobierno de Bogotá como los patronos salineros avalaron el proyecto y se puso en marcha la convocatoria de un concurso nacional para elegir al profesional que se encargaría de convertir un laberinto subterráneo, por el que antes circulaban cientos de mineros y vagones cargados de mineral, en una catedral hecha de fe y de sal. Hasta 83 firmas de arquitectos presentaron sus propuestas, de las que salió escogida la de Roswell Garavito Pearl.

Durante los tres años siguientes, entre 1991 y 1993, el técnico colombiano coordinaría a un grupo de ingenieros, artistas y mineros para transformar socavones de 10 metros de ancho por 16 de alto y 120 de largo en enormes galerías llamadas a albergar las distintas estaciones del Vía Crucis. Primero, a base de explosiones controladas; después, de la mano de artesanos que tallaron pacientemente altares y columnas de cloruro de sodio para alumbrar una magna obra única en el mundo.

Luces y coroa gregorianos

Finalmente, el 16 de diciembre de 1995, abría sus puertas la Catedral de Sal de Zipaquirá, un audaz conjunto arquitectónico que en 2007 alcanzaría el rango de 'Primera maravilla de Colombia' y que cada año arrastra a más de medio millón de personas a 180 metros por debajo de la superficie terrestre para recorrer sus tres naves: la del nacimiento, la vida y la muerte, hasta un altar rematado con una imponente cruz de sal de 16 metros de largo por 10 de ancho y casi uno de profundidad. Un efectista juego de luces y una selección de coros gregorianos 'enlatados' se ocupan de brindar a los visitantes una experiencia mitad espiritual, mitad de ciencia ficción.

La visita comienza a través de un túnel largo y sombrío. Conduce al primero de los pasos del Vía Crucis, que guioniza el recorrido por las entrañas de esta suerte de yacimiento catedralicio en el que la simbología y la abastracción reemplazan las dolientes figuras humanas de los templos católicos convenci onales. Todos y cada uno de los catorce capítulos del camino que realizó Jesucristo hasta su muerte se representan mediante cruces talladas en sal y el hábil manejo de las luces de colores.

Cerca de setenta millones de años después de que el océano cubriera por completo las tierras que ocupa hoy el norte de Colombia, generando un colosal filón mineral, Zipaquirá honra a lo grande a su virgen del Rosario de Guasá, al tiempo que sigue extrayendo del subsuelo la sal de su vida.

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