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Sin documentos oficiales de por medio, así, tirando de memoria popular, el más antiguo que se recuerda en el pueblo fue Cagancho, un policía municipal; después, Querubín, que era alguacil; a este le siguió Pepe 'El Carpintero', que apenas sabía leer y escribir, pero memorizaba su tarea sin aparente esfuerzo, hasta llegar al pregonero actual, Antonio 'El Polo', nieto de Hipólita.
Será, probablemente, el último encargado de vocear por las cuatro esquinas las noticias de Cheles, un municipio pacense, de apenas 1.200 habitantes, desde cuya playa de agua dulce se divisa Portugal. Todos están al tanto de Facebook, Instagram, Whatsapp y de todas las aplicaciones que los teléfonos móviles ya traen de serie y que hace años dejaron obsoleto el tablón de anuncios. Sin embargo, en Cheles están acostumbrados al soniquete de la voz de Antonio, por eso el Ayuntamiento no renuncia a sus servicios.
La figura del pregonero, que nació en la época de los romanos, se vio amenazada inicialmente por la imprenta. Su utilidad languideció con la proliferación de la prensa, aunque resistió durante gran parte del siglo pasado en la España rural. Antonio Salgado Márquez sabe que es protagonista de una excepción, de hecho, la frecuencia con la que recibe los textos a pregonar está decayendo. «Si acaso dos o tres bandos al mes. Pero hace un par de décadas esto era un no parar», recuerda antes de imitar la postura de Cagancho apoyándose en su bastón mientras pregonaba, para él una de las imágenes más entrañables de su infancia.
Ahora los mensajes le salen solos. Lee varios en cada salida y los enlaza con naturalidad, pero cuando se estrenó a finales de los años 80 «estaba de los nervios» y pasó la víspera de su debut echando su primer pregón una y otra vez solo en el campo con varios animales como únicos testigos.
A Antonio ya no le tiembla la voz. Arranca y lo mismo difunde que queda vacante el puesto de juez de paz y empieza un plazo de 15 días para los interesados, que la fecha de un viaje a Lisboa, el precio de la excursión o el día y la hora de la próxima muestra de villancicos. El último encargo que ha recibido es del Club de Lectura. «¡El libro que se va a leer se entrega en la Casa de Cultura hoy a las seis de la tardeeeee!», exclama Antonio El Polo, mientras se esmera en la entonación desde la ventanilla de su Opel Mokka megáfono en mano. «Esto cada vez me pesa más. Si el alcalde me pusiera un altavoz en lo alto del coche ...», desliza el pregonero.
Hace algo más de treinta años que empezó con este oficio, un puesto al que solo se presentó él cuando su predecesor abandonó. «Entonces echaba el pregón a pulmón por todo el pueblo», rememora alzando su dedo índice para subrayar su esfuerzo cuando antes de empezar anunciaba su presencia con una corneta de caza que compró en una armería de Badajoz y que aún conserva.
Un dinero extra
Ahora, la antesala de que llegan noticias es la sirena de su megáfono, mucho más desagradable, pero que pone en alerta a sus vecinos igualmente, que es de lo que se trata cuando Antonio irrumpe en una esquina sosteniendo un taco de papeles. Que si el club del pensionista invita a bollos, que si la ITV itinerante llega al pueblo para revisar vehículos agrícolas, que si los niños pueden entregar en la Casa de la Cultura su carta a los Reyes Magos, que si se corta el agua para limpieza del depósito... Antonio conserva en una caja cientos de folios con mensajes breves y directos.
Cuando son iniciativa municipal comienzan siempre con un: 'Por orden del señor alcalde, se hace saber...', formalismo que omite si se trata de publicidad y por cuya difusión le pagan a diez euros. De la gratificación municipal prefiere no hablar. «Me sirve para pagar el gasóleo y poco más; siempre ha sido la misma desde que empecé. Bien pensado es como si ahora cobrara más, porque echo menos pregones que antes».
Es evidente que el de pregonero no es un trabajo con futuro. Ni siquiera antes de Internet era un empleo estable, pero a Antonio 'El Polo' le servía para sacarse un dinero extra al que recibía como cuidador de vacas y cerdos.
En unas semanas cumplirá 65 años, aunque ya está jubilado por enfermedad pues sufre un problema de columna. Pero esto no le impide apoyarse en su muleta para ir a recoger las notas que le imprimen en el Ayuntamiento –o le escribe su hermana, si se trata de un encargo privado–, y salir a contarlo a los cuatro vientos. «Al principio, iba andando; luego, en una moto Puch, y por último, en coche». Pero a pie o motorizado, con megáfono o a capela, con corneta o sirena, el acuerdo habla de las mismas 19 esquinas. «Empiezo en Ramón y Cajal, que es donde vivo y de ahí sigo a la cruz, luego la avenida de la fábrica, la calle del cuartel, los pisos nuevos... y así hasta terminar en el atrio del molino, la diecinueve», relata su caminata el último voceador de Cheles.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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