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javier guillenea
Domingo, 19 de enero 2020, 08:54
Ante sus ojos, las noches de Londres fueron cambiando. Entre la vigilia y el sueño, Sunny fue testigo de la transformación de una ciudad a la que llegó desde Nigeria en busca de trabajo y en la que se quedó varado sin ningún futuro por delante. Sin papeles, sin dinero y sin un techo donde cobijarse, comenzó a dormir en los autobuses nocturnos que recorrían la capital con su carga de noctámbulos, borrachos, indigentes, inmigrantes y obreros. Durante 21 años, estos vehículos fueron su cama rodante.
La historia ha salido a la luz gracias al trabajo de la periodista británica Venetia Menzies, que durante un año siguió los pasos de un hombre que en 1995 huyó de Nigeria para eludir una sentencia de muerte por oponerse al Gobierno y acabó en la calle después de que las autoridades británicas le negaran su petición de asilo. A sus 34 años, Sunny (nombre ficticio) tuvo que optar entre regresar a su país para ser detenido o desaparecer entre la masa de indocumentados que poblaban Londres. La decisión fue sencilla. Cualquiera habría hecho lo mismo.
El hombre no tardó en darse cuenta de que las noches en una gran ciudad pueden ser gélidas y peligrosas. Algunos inviernos acudió a resguardarse del frío en locales de organizaciones benéficas, sobre esteras tendidas en suelos de piedra donde dormía hacinado entre los 'sin techo' como él. Pero el olor a alcohol, sudor y tabaco, y los gritos de los desesperados que a menudo tenían pesadillas, le ahuyentaron de aquellos lugares.
Fugitivo. Su familia y amigos compraron su libertad a base de sobornos cuando se hallaba encerrado en una prisión de Nigeria a la espera de ser ejecutado. En 1995 huyó al Reino Unido y pidió asilo político, pero se lo denegaron.
Imágenes. Sunny, que es como se hace llamar para preservar su anonimato, ha tomado fotografías durante los últimos meses para reflejar gráficamente lo que ha sido su hogar durante dos décadas.
Encontró algo más de paz en los autobuses, en los que viajaba gracias a los pases mensuales que le compraba la ministra de una iglesia. Durante el día, trabajaba como voluntario en algunos centros religiosos, y cuando terminaba su cometido, acudía a una biblioteca a leer o pedía. Hacia las nueve de la noche, subía a un autobús de línea para emprender un viaje nocturno en el que cambiaba habitualmente de vehículo en tres o cuatro ocasiones.
No tardó en aprender que aquella especie de dormitorio sobre ruedas tenía vida propia. Había otros 'sin techo', algunos de los cuales ocupaban dos asientos, aunque él prefería dejar sitio a otros pasajeros. Pronto vio que la zona más segura era la que estaba cerca del conductor y que en los buses de dos plantas la más conflictiva era la de arriba, mientras que la inferior era la preferida por familias y ancianos.Los mejores lugares para dormir eran los asientos traseros, que ofrecían la posibilidad de apoyar la cabeza y eran más tranquilos que el resto, aunque el movimiento del vehículo, las luces de neón, los frenazos en las paradas y el trasiego de viajeros hacían difícil que durmiera más de dos horas seguidas.
Desde su lugar en las últimas plazas, Sunny percibió durante dos décadas el cambio de una sociedad que se transformaba ante su mirada somnolienta. Vio cómo la proporción de pasajeros de raza blanca disminuía a la vez que los vehículos se poblaban de personas de todos los colores e idiomas. Comprobó que cada vez que llegaba una crisis económica aumentaba el número de los 'sin techo' que trataban de dormir en sus renqueantes asientos. Muchos de ellos eran mujeres indigentes que se refugiaban en los buses para evitar agresiones sexuales. Notó también una agudización de la hostilidad hacia los inmigrantes en los meses posteriores al referéndum del 'brexit' de 2016. Empezó a ser objeto de miradas que no había visto nunca.
Documentos
Sin posibilidad de obtener un trabajo porque carecía de papeles, su vida fue durante 21 años un continuo viaje en autobús para llegar a ninguna parte, hasta que un centro de refugiados presentó una solicitud de permiso de residencia en su nombre. La respuesta que recibió fue descorazonadora. «Entiendo que su cliente no tiene actualmente hogar, pero aún así requerimos evidencia documental que demuestre que ha residido de forma continuada en el país desde 1995 hasta la fecha actual».
Según las leyes británicas, si una persona demuestra que ha vivido continuamente en el Reino Unido durante veinte años puede obtener un permiso de residencia, pero para ello debe probarlo con documentos como facturas de servicios públicos, extractos bancarios o contratos de arrendamiento. Sunny, que había permanecido en las sombras procurando dejar el menor rastro posible, no tenía ningún papel oficial. Pero le quedaba una alternativa.
Acudió a los chóferes de autobuses en busca de ayuda y uno de ellos le entregó una carta en la que aseguraba que el portador del documento había sido «un pasajero regular todas las noches». Las iglesias en las que había trabajado como voluntario declararon en su favor y esgrimieron viejas fotografías que registraban su presencia en eventos de caridad. Al final, tras doce meses de espera, recibió su permiso de residencia. Su situación ha mejorado considerablemente desde entonces. Tiene trabajo y duerme en una cama, que no es poco, aunque de vez en cuando echa de menos su viejo rincón en la parte de atrás.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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