![Richard Lamah, solicitante de asilo político: «No he venido para quitarle el trabajo a nadie, quiero estudiar»](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201912/22/media/cortadas/refugiados-test-3-kdVB-U9010364720191nB-624x385@El%20Norte.jpg)
![Richard Lamah, solicitante de asilo político: «No he venido para quitarle el trabajo a nadie, quiero estudiar»](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201912/22/media/cortadas/refugiados-test-3-kdVB-U9010364720191nB-624x385@El%20Norte.jpg)
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Rafa Torre Poo
Domingo, 22 de diciembre 2019, 12:15
A sus 28 años ya es todo un veterano. Richard Lamah pagó «tres mil euros para entrar en Ceuta por mar en una patera». Allí comenzó su largo periplo por España. Había salido de Guinea-Conakri por motivos políticos. Ahora solicita asilo. Se encuentra ... en la segunda fase. En la ciudad autónoma estuvo seis meses en un centro de asistencia temporal para inmigrantes. Después pasó tres semanas en Mérida y medio año en Málaga, antes de recalar en Barcelona, donde está instalado. Gracias a su activismo y colaboración con varias ONG pudo conocer Refugees-Welcome. Es ingeniero informático y comparte piso con Ramón.
«Uno de los principales motivos para marcharme fue que quería seguir estudiando», cuenta. «Para mí es muy importante. No quiero quitar el trabajo a nadie, quiero continuar con mi formación. Solo eso», explica con un marcado acento francés al otro lado del teléfono. Antes de abandonar Guinea-Conakri y llegar a Marruecos, donde buscó un contacto que le facilitó la forma de acceder a España, lo había intentado de mil maneras. «En mi país había un programa para que los francófonos pudieran estudiar en Francia. Hice todos los trámites, pero me pedían demasiado dinero y no lo tenía», cuenta. Decidió acabar la carrera. Luego comenzó a trabajar de contable en una ONG. Todo el dinero que consiguió ahorrar se lo pagó a la mafia que le facilitó un pasaje en la patera.
El caso de Joan es especial. No quiere dar sus apellidos ni su lugar de residencia ni hacerse una foto para proteger a la persona con la que convive en su casa, en un enclave rural de la provincia de Barcelona. Hamid es un refugiado económico sin papeles de Guinea. A Refugees-Welcome le da igual la situación administrativa de las personas que demandan un hogar. Para el colectivo, este es «un caso atípico» que está funcionando bien. Llevan dos años compartiendo techo. Y Joan tiene previsto ampliar la convivencia «hasta que su camino esté despejado y sea completamente seguro».
Todo comenzó para este activista catalán cuando regresó de Grecia. «Fui terco y me dije que tenía que seguir haciendo algo», explica. Así conoció esta iniciativa habitacional. «El problema era que yo residía en las afueras de Barcelona, así que me ofrecí a recibir a personas que necesitaran un tiempo de desconexión», añade. De esta forma llegó Hamid a su casa. «Su prioridad es conseguir los papeles, como sea», relata Joan. Aquí se ha topado con el primer obstáculo. «Esta gente se ve abocada a trabajar en negro, de forma clandestina e ilegal, sin cotizar y sin derechos. No pueden delinquir si quieren los papeles. Entonces, ¿cómo se las tienen que arreglar para subsistir?», reflexiona.
Hamid salió de Conakri. Tras muchos tumbos terminó en Libia. De allí a Francia, «en un viaje que prefiere olvidar». Acabó en España después de que le detuvieran en un par de ocasiones por las calles del país galo. Le amenazaron con deportarle. Joan y Hamid enseguida conectaron. Apalabraron un alquiler social; pero si Hamid no trabaja, no tiene que pagar. Aun así, Joan cree en la efectividad del modelo. «Al compartir gastos, la convivencia es más horizontal y equitativa. No es caridad». Durante todo este tiempo ambos han evolucionado. El idioma al principio fue un problema. «Hamid se recluía en su habitación y no salía para no molestar. No se atrevía. Le tuve que decir que podía deambular libremente por todo el espacio», cuenta Joan. Él tiene claro cuál es el rol de cada uno. «El activista soy yo, por tanto, el trabajo de comprensión debe ser mío», puntualiza. Nunca han tenido problemas. Hamid le acompañó el 8 de marzo para cambiar los nombres de las calles del pueblo en el que viven por el de mujeres, en una iniciativa para empoderar el papel de la mujer en su día internacional. «Al llegar a casa me dijo que en su país incluso era peor. Llegó a esta conclusión a la que, de no haberla visto aquí, quizás nunca hubiera llegado», relata Joan.
A la espera de ver lo que sucede con los papeles, este catalán tiene claro que repetiría la experiencia en un futuro. «Igual me tomo un descanso en el asunto de las convivencias, pero no cesaré en el activismo», sentencia. «Recomiendo a la gente que pruebe la experiencia. En esta parte del mundo donde vivimos, decidimos si cenamos carne o pescado. Pero en muchas otras es como lanzar una moneda al aire, pero para saber si podrán seguir viviendo o morirán. Somos privilegiados».
Richard atiende a este periódico en una pausa laboral. Trabaja en la filial española de una multinacional japonesa dedicada a la electrónica y fabricación de fotocopiadoras. «También estudio programación de páginas web, así que me queda poco tiempo libre. Pero estoy a gusto», explica. En su caso, el idioma no ha sido una barrera. Aprendió español enseguida. Ahora practica el catalán con su compañero de piso. «Como mi intención es quedarme aquí, me hace falta para casi todos los trabajos», sentencia. «Me da igual los miles de papeles que tenga que rellenar, ya estoy acostumbrado. La burocracia, para mí, no es problema; aunque sea el principal escollo para otros refugiados», añade como declaración de intenciones.
Ramón también estudia, en su caso una oposición, así que solo coinciden a partir de última hora de la tarde. «Vemos juntos la tele, tomamos una cerveza y jugamos a la 'Play'. Es nuestro entretenimiento, y lo que más nos une», ríe Richard.
Su recorrido por España le ha permitido conocer bien su país de acogida. «No puedo decir que me haya tratado mal. Todo lo contrario. Estoy muy agradecido. En este tiempo nunca nadie me ha faltado al respeto. No todos, como yo, pueden decir lo mismo, desafortunadamente», afirma.
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Pero su bagaje también le ha forjado su propia impresión. «Por ejemplo, en el sur la gente es más abierta que en el norte, muchísimo más abierta. Pero eso no lo digo yo solo, lo dicen ustedes. En Barcelona, sin ir más lejos, tienes que ser amigo de alguien para poder entrar en un círculo de amistades. Es como si alguien te tuviera que avalar», explica. «Solo quiero que entiendan que no todos los que hemos llegado a España ha sido para robar. Por favor, que no juzguen al resto por unos pocos. Yo solo quiero seguir estudiando», vuelve a insistir.
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