![Reno, solicitante de asilo religioso: «Ahora estoy muy tranquila, ya no paso miedo; antes, sí»](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201912/22/media/cortadas/refugiados-test-1-kzzF-U901036012122tHF-624x385@El%20Norte.jpg)
![Reno, solicitante de asilo religioso: «Ahora estoy muy tranquila, ya no paso miedo; antes, sí»](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201912/22/media/cortadas/refugiados-test-1-kzzF-U901036012122tHF-624x385@El%20Norte.jpg)
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RAFA TORRE POO
Domingo, 22 de diciembre 2019, 12:14
Sonríe hasta cuando pronuncia la palabra «miedo». Es su forma de afrontar el destino, que ahora se encuentra a varios miles de kilómetros de su casa en Pakistán. A Reno, que convive en Castelldefels (Barcelona) con Montse, una profesora que le ha alquilado una habitación, ... sus creencias religiosas le obligaron a emigrar. Era católica en un país de musulmanes. Su vida estuvo en peligro. Vio morir asesinadas a personas de su entorno por el simple hecho de profesar un credo diferente. Su familia pudo brindarle un futuro mejor. Primero Zaragoza, luego Barcelona y finalmente Castelldefels. Ahora espera que le concedan el estatuto de refugiada.
Reno casi no tiene tiempo para nada. Ni para nadie. Trabaja de lunes a sábado desde hace unos meses de cajera en un supermercado. Al menos eso le permite tener la cabeza ocupada y no pensar demasiado en lo que dejó atrás. Su familia le recomendó marchar y se sacrificó para que pudiera conseguirlo. Ya lleva dos años y medio aquí. A casa de Montse llegó gracias a Accem, una ONG que trabaja en contacto con Refugees-Welcome, pero antes no tuvo una buena experiencia en otra convivencia. Con Montse «está encantada». Se entendió desde el primer momento. «Me gusta mucho hablar con ella después de cenar. Es el mejor momento del día, cuando aprovechamos para ponernos al día y escucharnos la una a la otra», explica. Reno se esfuerza con el idioma, que es básico para una buena integración, y está empezando con el catalán.
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«Una de las cosas que más me gustan de Montse es que me aporta mucha tranquilidad», añade. Es lo que más valora: saber que hay alguien detrás que la apoya y se preocupa. «Ahora estoy tranquila, muy tranquila», puntualiza. «Ya no paso miedo, antes tenía mucho», subraya. Que ambas sean católicas es uno de los puntos que más han fortalecido la relación. Reno ya se ha acostumbrado a vivir en España, un país muy diferente de Pakistán. Pero reconoce que, al principio, le costó. «Sobre todo que la gente beba y fume tanto. Me llamó muchísimo la atención», dice riendo. «Pero no es muy difícil relacionarse aquí. Los clientes en el trabajo me ayudan y me lo ponen fácil», cuenta. Otra cosa es la Administración. Aunque prudente, reconoce que «el trato hacia los refugiados podría ser mejor. Siempre se puede mejorar». La burocracia es lenta y uno de los mayores obstáculos.
La cocina es otro de los nexos de unión en la convivencia. Cada una prepara su comida, pero muchas veces, cuando Reno llega a casa tras una dura jornada, es Montse quien le ha preparado algo de cenar. Incluso se han ido a bailar juntas. A Montse le gusta la salsa y en una ocasión le pidió que la acompañara a una clase. «No se atrevió a probar pero se lo pasó muy bien», explican desde Refugees-Welcome.
Reno es parca en palabras. Solo quiere tener cuanto antes los papeles para edificar su futuro con más seguridad. Mientras tanto, cuando sale del supermercado, comparte confidencias con sus amigas. Suele desplazarse con ellas a Barcelona. «También he conectado con los vecinos de enfrente, que son mayores. Pero, claro, es que trabajo tanto que apenas tengo tiempo para las relaciones sociales», explica.
Su viaje en Semana Santa al campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, frente a la costa turca, le cambió. «Quedé sensibilizada y prendada», admite. Montse, una profesora de Castelldefels, regresó con una convicción: «Sola no puedo cambiar el mundo, pero sí está en mi mano cambiar el mundo de una persona». Meses después, en septiembre, decidió recibir a una refugiada en su casa. Cumplió su promesa. La trayectoria de su nueva compañera de piso había dado un giro de 180 grados.
Montse es católica. Y eso fue clave. Refugees-Welcome buscó un perfil compatible. Prefería que fuera mujer –«vivo sola y para la intimidad me resultaba mucho más cómodo»–, que no fumara y que respetara sus creencias. Esas fueron sus condiciones. El resto le daba igual. Así llegó Reno a su domicilio. «Acertaron. Ha sido la bomba», afirma Montse para describir cómo fue la conexión entre ambas. «Antes de cenar oramos juntas. Y por la mañana nos intercambiamos un versículo. Ella me lo manda en inglés y yo en español», cuenta.
Enseguida organizaron todo. Reno paga un alquiler social y van a medias en los gastos más cotidianos. La relación ha evolucionado con el tiempo. Ahora, además de compañeras, son amigas. La cocina ha sido un territorio común, que las ha unido más. «Le encantan los huevos rellenos que le he enseñado a preparar. Ella me hace 'dhal' de lentejas, de color amarillo, con muchas verduras, que está buenísimo. No utiliza casi carne. Me dice que allí es un artículo de lujo», explica. Apenas se ven porque el trabajo de Reno en el supermercado la ocupa todo el día. «Desde que vive con una española, me cuenta, la respetan más». En este tiempo le ha visto mejorar. «Cuando llegó, dormía con la luz encendida. Por miedo», relata. «Ahora en lo que más me insiste, cuando le pregunto, es en que se siente segura, que está tranquila. Ya casi no enciende las luces por la noche», cuenta. Atrás dejó un pasado traumático. Su familia pudo darle la oportunidad de abandonar Pakistán. Tuvo que superar la muerte de amigos suyos, víctimas de bombas en iglesias. Quizás por eso, nada más llegar a España, lo que más llamó su atención fue «la seguridad». «Ella siempre me dice que en Pakistán todos los policías son corruptos, y aquí no percibe eso. En cambio, en algún lugar de su mente, algo le dice que este grado de seguridad no es posible en su país, que nunca llegará a estas cotas de desarrollo», explica.
Montse y Reno solo llevan dos meses viviendo juntas. Han pactado, como es norma en Refugees-Welcome, cuatro más. «No sé qué pasará cuando acabe», dice Montse. «Ella es joven y tiene por delante una vida entera por construir. Quizás quiera compartir piso con otras personas o encuentra pareja y prefiere establecerse con ella. Es normal. Pero si eso no sucede, yo no tendría ningún problema en renovar la convivencia hasta que ella sea capaz de volar por sí misma», concluye.
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