![Rebeldes de Hong Kong](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201909/12/media/cortadas/PORRA-kYvH-U90112737348NmC-984x608@El%20Norte.jpg)
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Paladin Cheng vive en uno de los minúsculos apartamentos de un viejo edificio residencial de Hong Kong y acaba de instalar dos cámaras de seguridad porque teme que vengan a darle una paliza o a hacerle desaparecer. De hecho, hace cinco años que no cruza la frontera con la China continental por miedo a no poder regresar jamás. «Quieren evitar que me manifieste en la calle porque siempre voy con una bandera en favor de la independencia de Hong Kong», explica a este diario. Por si quedan dudas, señala las paredes entre las que vive con su pareja, un perro y un gato. Están forradas con enseñas de la época colonial británica, a la que Cheng no tendría inconveniente en regresar.
Él es uno de los muchos jóvenes que solo ven en la independencia una salida para esta metrópolis de 7,4 millones de habitantes que fue devuelta a China en 1997. «El Partido Comunista es el gran problema. Si no encontramos una solución, en 2047 –año en el que Hong Kong se integrará plenamente en la República Popular– acabaremos como Tíbet o Xinjiang, con campos de reeducación», vaticina este treintañero que prevé un genocidio si la comunidad internacional no interviene a tiempo para evitar que la violencia de las protestas actuales continúe escalando. «Mi bisabuelo vino a Hong Kong escapando de los comunistas chinos. Ahora, ya no hay nada que les impida apropiarse de la ciudad y eliminar las libertades, entre ellas las de expresión y prensa, que nos hacen diferentes», advierte.
'Liberar Hong Kong, la revolución de nuestro tiempo'. Es uno de los eslóganes más coreados por los manifestantes que desde el pasado día 9 de junio han puesto al mayor centro financiero de Asia en pie de guerra. Aquel día, un millón de personas se echó a la calle para protestar contra la propuesta de ley de extradición, justificada por el Gobierno en la necesidad de evitar que Hong Kong se convierta en un santuario de criminales y denostada por una gran parte de la población, que cree que facilitará el procesamiento de activistas y disidentes por motivos políticos.
Una semana después, el torrente humano se duplicó y Hong Kong quedó colapsado por una multitud airada pero pacífica. Todo cambió el 1 de julio, cuando, coincidiendo con el 22 aniversario del regreso de Hong Kong a China, los manifestantes asaltaron y destrozaron el Parlamento de esta Región Administrativa Especial. Desde entonces, cada fin de semana, las angostas calles flanqueadas por rascacielos se han convertido en un campo de batalla. Antidisturbios y fuerzas policiales de élite armadas con balas de goma, gas lacrimógeno y espray de pimienta, contra manifestantes vestidos de negro, protegidos con cascos, máscaras y escudos caseros, y armados con paraguas, adoquines y cualquier elemento del mobiliario urbano.
La jefa del Ejecutivo local, Carrie Lam, decidió retirar el proyecto de ley el pasado día 4, pero ya era demasiado tarde. El movimiento es ahora más ambicioso y ha puesto sobre la mesa cuatro exigencias más, que van desde la retirada de los cargos que pesan sobre los manifestantes violentos, hasta el sufragio universal para elegir al sustituto de Lam el año que viene. «No aceptaremos nada menos», advierten pintadas por todo Hong Kong.
El balance, a punto de cumplirse cien días desde el inicio de las protestas, es contundente: casi 1.400 personas han sido arrestadas –aunque solo se ha procesado a una pequeña parte-, la Policía ha disparado 2.500 botes de gas lacrimógeno, el turismo se ha desplomado un 40% –la mayor caída desde la epidemia de SARS, en 2003–, y tanto Fitch como Standard & Poor's han rebajado la calificación de la ciudad en un movimiento que encarecerá la financiación de las empresas.
«He perdido 500.000 dólares de Hong Kong (unos 58.000 euros) desde que comenzó la crisis. La clientela se ha desplomado a la mitad y muchos días tenemos que cerrar porque hay disturbios», se lamenta el gerente de One Dim Sum, un popular establecimiento de empanadillas típicas de la ciudad. Otras empresas de logística y de comercio electrónico han decidido marcharse, y la bolsa tampoco da buenas noticias. En definitiva, la inestabilidad social y política va a pasar una abultada factura a la economía local.
«No todo es dinero en esta vida», sentencia Keith Fong, presidente del Consejo Estudiantil de la Universidad Baptista de Hong Kong y una de las figuras más prominentes de este movimiento que se enorgullece de no estar liderado por nadie en concreto. «Tenemos que concienciarnos de que solo hay dos vías para Hong Kong: o ganamos esta revolución y construimos una sociedad liberal y libre, o perdemos y somos asimilados por una dictadura que hará todo lo posible por borrar nuestra identidad», dispara.
A sus 20 años, Fong tiene claro que él está dispuesto a sufrir las consecuencias de su órdago. No en vano, ya ha sido arrestado en dos ocasiones. La primera fue el pasado 6 de agosto. «Fui a comprar unos punteros láser para unas jornadas de orientación y un policía quiso registrarme. Se identificó con una placa diferente, sin fotografía, y pensé que era falsa y que me estaba atracando. Así que salí corriendo, hasta que otros tres agentes me dieron el alto y me tiraron al suelo. Cuando pregunté por qué me arrestaban me contestaron que no tenían por qué decírmelo, en contra de la ley, y terminaron afirmando que los punteros láser eran armas», relata.
Desde entonces, a modo de protesta, miles de manifestantes apuntan sus láseres contra la Policía, algo que resulta muy molesto para los agentes. «La segunda vez que me arrestaron fue el 31 de agosto, en la estación de Prince Edward», continúa. «El metro paró y comenzó a sonar una señal de emergencia, como cuando hay un ataque terrorista. La gente entró en pánico cuando los antidisturbios llegaron y arremetieron contra todo el mundo, manifestantes o no. Cuando la gente estaba inmovilizada en el suelo, les golpeaban la cabeza con fuerza», recuerda. Esa violencia provocó que, hasta el pasado día 7, muchos creyesen que tres desaparecidos habían fallecido en la estación, que estuvo dos días clausurada. «La brutalidad policial solo logra que luchemos todavía con más ganas», afirma Fong.
La Policía de Hong Kong ha rechazado la petición de este periódico para entrevistar a uno de sus mandos, pero Kent Lau, un agente que lleva 28 años en el Cuerpo, ha accedido a la conversación a condición de que se utilice ese nombre ficticio. «La moral entre los compañeros está muy baja», reconoce. Lau participó como agente antidisturbios en el Movimiento de los Paraguas de 2014, que muchos consideran semilla del actual, y ahora asiste a los que van al frente de batalla durante las manifestaciones. «El cambio es muy evidente. La violencia se ha incrementado mucho», afirma.
Aunque no está de acuerdo con la actitud de compañeros a los que critica por excederse en el uso de la fuerza, aprovecha para desmentir algunos rumores que encienden los ánimos de los manifestantes. «Es verdad que tenemos programas de intercambio con la Policía china y que hay algunos agentes que acuden como observadores, pero no es cierto que estén infiltrados en el Cuerpo ni que intervengan con nuestros uniformes. Tampoco creo que nadie muriese en la estación de Prince Edward, en la que yo sí vi a manifestantes que se cambiaron de ropa para pasar desapercibidos y utilizaron extintores para confundir a la Policía», cuenta.
A pesar de la tensión a la que están sometidos, y que se traslada también al entorno de sus amistades, que les reprochan las operaciones que protagonizan, Lau señala que los policías apenas discuten entre sí el fondo de la cuestión. Él, personalmente, apoya cuatro de las cinco demandas de quienes protestan. «La única con la que no estoy de acuerdo es la exoneración de quienes cometen actos vandálicos. En un estado de derecho, hay que afrontar las consecuencias de los delitos que se cometen», apostilla. Y añade que, en el período colonial, cuando comenzó su carrera, la situación no era mejor. «Los antidisturbios teníamos más poder porque la gente no estaba al tanto de sus derechos. Quienes crean que aquella fue una época mejor, se equivocan».
La ciudad más cara del mundo El alquiler medio de un apartamento con una sola habitación es de 16.551 dólares de Hong Kong (1.900 euros), y los precios siguen subiendo impulsados por la presión demográfica que ejercen los chinos. 150 llegan a la ciudad cada día para quedarse.
Desigualdad social Las disparidades sociales son otra fuente de críticas al Gobierno, al que los manifestantes acusan de trabajar únicamente para los ricos. Los servicios financieros y el comercio transfronterizo suman el 18,9% y el 17,5% del PIB respectivamente, pero quedan en manos de unos pocos..
20,9 años. Todo ese tiempo de sus vidas deberían los hongkoneses dedicar su sueldo íntegro (2.195 euros por término medio para los hombres y 1.690 euros para las mujeres) para adquirir en propiedad una vivienda de precio medio en la metrópoli.
68.000 hongkoneses son millonarios. El 70% de sus fortunas procede del sector inmobiliario, en el que cada uno posee 3,2 propiedades por término medio. En el extremo opuesto, casi el 20% de la población de la antigua colonia vive en la pobreza.
Cathy Yau también fue policía. Hasta el pasado 9 de agosto, día en el que se hizo efectiva la dimisión que había presentado un mes antes. «La relación entre la Policía y el pueblo se ha deteriorado de forma irremediable. Antes, la gente nos veía como un servicio público. Ahora, la confianza se ha roto y nos consideran el enemigo. El día 16 de junio me insultaron por primera vez», explica. Yau culpa al Gobierno por utilizar a la Policía para solucionar un problema político. Por eso, ahora ella quiere cambiar las cosas desde ese último ámbito y prepara su candidatura para las elecciones de distrito del próximo 24 de noviembre.
La acompañamos mientras reparte octavillas y pronto se hace evidente la fractura social que sufre Hong Kong. La mayoría las acepta con respeto, y algunos le dan su apoyo, pero una señora mira el papel y se lo tira con cara de desprecio. «Yo soy demócrata, pero apoyo el modelo 'un país, dos sistemas' –que respetará la singularidad de Hong Kong dentro de China hasta 2047–, y me gustaría que hubiese más debate ideológico. Me preocupa que se erosionen las libertades en los próximos años y me gustaría crear un sistema democrático que devuelva la esperanza a la gente. Porque este conflicto es también económico y generacional», concluye Cathy.
Claro que no todos piensan como ella. Ni como los manifestantes. Una parte importante de la población ve la integración en China como algo positivo. «En 1984 comencé a ir a China con miedo al Partido Comunista y establecí en Shenzhen la primera empresa conjunta de 'software'. Era un país atrasado. Ahora, sin embargo, se encuentra entre los más modernos del mundo, y Shenzhen ya está por delante de Hong Kong en generación de riqueza», señala el empresario Jeremy Ng. «¿Qué revolución es esa que reduce la calidad de vida de los ciudadanos?», pregunta molesto.
Él no tiene miedo a la integración, ni a que Hong Kong pierda las libertades de las que disfruta actualmente. «En la Declaración Chino-Británica se acordó que Hong Kong mantuviese su idiosincrasia al menos 50 años. Pero ese período se podría extender. Personalmente, creo que se mantendrá para siempre». Ng explica claramente por qué: «Aquí hay mucho dinero negro de los miembros del Partido. No van a permitir que termine convirtiéndose en otra ciudad china porque entonces se podría acceder fácilmente a toda la información personal de sus finanzas, que ahora está protegida por su particular régimen. Si llevasen sus fortunas a otro sitio, perderían el control sobre él. A China le interesa que Hong Kong continúe siendo lo que es, la puerta de acceso al mundo».
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David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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