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Los voluntarios realizan trabajos a cambio de vivienda, agua y luz. Efe

Un pueblo al desnudo

Emili Vives compró hace veinte años un villorrio en ruinas y lo convirtió en la primera localidad naturista de España. «Aquí se puede tener vivienda y comida por trabajar solo dos horas y media al día»

Susana Zamora

Sábado, 8 de septiembre 2018, 15:04

Hace 20 años que va por su pueblo como Dios lo trajo al mundo. Para eso lo compró. Emili Vives (Barcelona, 1952) está orgulloso de la obra que ha levantado, aunque le haya costado algún que otro dolor de cabeza. Sin embargo, su filosofía es: «Vive lo mejor que puedas sin hacer daño a nadie». No le importan las críticas ni lo que la gente pueda opinar de su particular arcadia. A sus 66 años es feliz en perfecta armonía con la naturaleza que le rodea. Allí, entre bosques de pinos, fresnos y olmos, resurge de sus cenizas El Fonoll, un pequeño núcleo interior de la provincia de Tarragona que, con una veintena de personas censadas, se ha convertido en el primer pueblo nudista de España.

La norma exige ir desnudo. «Es el uniforme aquí», bromea Emili, «aunque, por sentido común, nos abrigamos cuando hace frío». Son casi 200 hectáreas en un valle de la Cuenca de Barberá, adscritas al municipio de Passanant i Belltall, que este ingeniero compró hace dos décadas por «cosas del azar». «Fui a hacer un negocio con un proveedor para mi tienda de electrónica y salí con una finca. La vi en una foto y me fascinó», relata Emili. «Te la vendo», le ofreció su proveedor, que tenía la propiedad de este coto privado de caza junto a otros tres cazadores. ¿El precio? A día de hoy sigue siendo un secreto debido al «pacto de silencio» que cerró con su vendedor. «Quiero respetar ese acuerdo, pero aproximadamente rondó el equivalente a lo que costaba en aquella época un piso en Barcelona», aclara.

Convertido en un «anticoto»

Era un pueblo abandonado, con una docena de casas derruidas y una pequeña iglesia románica que, a día de hoy, permanece cerrada. Quiso convertirlo en el «anticoto» y en refugio naturista, pero cuando fue a verlo, tres meses después de haberlo comprado, se echó las manos a la cabeza. «No había ni una teja. Jamás pensé que estuviera en un estado tan ruinoso. Tuve que pasar dos años viviendo en una caravana, porque no había ni un techo en el que poder cobijarnos», recuerda.

Todos los habitantes de El Fonoll van desnudos. Solo el visitante ocasional puede llevar ropa. E. Vives

De aquellas ruinas, Emili Vives ha hecho hoy una localidad habitable con 44 viviendas, una pequeña tienda, un amplio merendero con capacidad para 400 personas, un local social, un restaurante para un centenar de comensales, una discoteca, un pequeño cine con 30 butacas y un albergue para otras tantas personas, que cuesta once euros la noche. «Todo con recursos propios y con la hostilidad enorme que hemos sufrido por parte de la Administración local y regional», denuncia Emili, a quien llegaron a condenar a ocho meses de prisión por desobediencia a la autoridad. «Me dijeron que parara las obras y les dije que tururú, que contaba con el silencio administrativo. Solo me acogí a un artículo del reglamento local, en el que se recogía que si en dos meses no te contestan, cuentas con el silencio administrativo favorable. Sin embargo, este argumento, que está en la ley, no lo tuvieron en cuenta los jueces», protesta.

Un cartel a la entrada del pueblo advierte al visitante de la peculiaridad de El Fonoll. RC

Los datos

  • Dos veces desierto Pueblo milenario, en 1350 El Fonoll quedó despoblado a raíz de un brote de peste negra. Fue repoblado con vecinos procedentes del Rosellón francés. Sin embargo, la Guerra Civil volvió a dejar sin habitantes a esta localidad. Emili Vives se lo compró en 1995 a tres cazadores que lo usaban como coto cinegético. Hoy es el primer pueblo nudista de España.

  • Con moneda propia El coel, que equivale a un euro, es la moneda oficial de El Fonoll. Ha sido acuñada allí con una prensa solar.

  • 20 Es el número de habitantes censados en El Fonoll, situado a cuatro kilómetros de Passanant i Belltall, el municipio tarraconense de 150 habita ntes del que depende administrativamente.

  • Normas La primera norma es ir desnudo, aunque a los visitantes ocasionales no se les obliga. No se puede fumar en lugares públicos. Se puede beber alcohol (vino y cava), pero moderadamente: no quieren borrachos. Además, no se puede fotografiar sin consentimiento.

Emili ha tirado para adelante sin importarle demasiado las consecuencias. «Lo único que hemos hecho es rehabilitar lo existente, hacer de una ruina un bombón y al que no le guste, que no venga», sentencia.

Este empresario lamenta que tenga que pagar 4.000 euros de IBI al año y no se le preste ningún servicio público. Ni recogida de residuos, ni arreglo de calles ni, por supuesto, agua o electricidad. En la bucólica aldea de El Fonoll, los vecinos se abastecen con el agua procedente de pozos y de la luz que les proporcionan las placas solares. No hay cobertura de móvil y solo Emili dispone de una televisión y acceso a internet en su vivienda. «Se puede vivir al margen de todo. Mi familia y yo ya éramos naturistas antes de comprar El Fonoll y ahora estamos encantados con lo que hemos hecho. Esto es otra dimensión de vida».

Su esposa, que sigue atendiendo el negocio familiar en Barcelona, acude los fines de semana, al igual que numerosos visitantes. Pueden hospedarse en apartamentos. «Hay habitaciones dobles por 25 euros, pero este pueblo no está pensado para hacer negocio. El dinero que se saca es para poder seguir manteniendo esto», precisa.

Un salario en coel

Ana (nombre ficticio) lleva un día con su hija, de dos años, y su sobrina, de 28, en el Fonoll. Han llegado en furgoneta, que mantienen aparcada en la zona de caravanas, después de un largo viaje. «Buscábamos alternativas naturistas y, después de leer mucho, me tropecé con este pueblo. Solo estaremos un día, pero volveré con más tiempo para poder ser voluntaria», asegura. Y es que en El Fonoll se puede disfrutar de una vivienda, agua, luz y acceso a los servicios comunitarios (sauna, piscina, biblioteca, bicicletas y zona de recreo) a cambio de dos horas y media de trabajo al día. «Por cada dos horas extras, pagamos diez coel», apunta.

La Administración no aprueba las obras de El Fonoll

El proyecto de vida de Emili Vives ha chocado desde sus inicios con la Administración local y regional. «Después de haber empezado a construir años antes y haber sido denunciado, en 2002 presentó un Plan Especial para su parcela, catalogada como rústica no urbanizable. Tanto la comisión de Urbanismo de la Generalitat como el propio Ayuntamiento de Passanant i Belltat se lo aprobaron. Sin embargo, para poder hacer efectivo ese plan tenía que publicarse en el diario oficial de la Generalitat previa presentación de las garantías que exige la ley y él se negó», explica Juan Pons, administrativo del Ayuntamiento de Passanant i Belltat, del que depende El Fonoll.

Según este portavoz, ese es el motivo por el que, pasados todos estos años, el plan que se le aprobó ya no tenga vigencia. «No hay plan urbanístico y, por tanto, no puede construir», sentencia.

Asegura Pons que tampoco reciben servicios «porque no paga». «El abono del IBI no da derecho a disfrutar la recogida de residuos que quería».

Más allá de los problemas urbanísticos, ambas poblaciones (separadas por solo cuatro kilómetros) conviven sin problemas. «Nunca nos ha incomodado que hagan nudismo, que cada cual haga lo que quiera, siempre dentro de unas normas», recalca Pons.

El coel, que equivale a un euro, es la moneda oficial de El Fonoll y está acuñada por una prensa local. Con ella, los ocho voluntarios que actualmente tiene el pueblo pueden comprar en la tienda después de haber trabajado el huerto y haber abonado las tomateras, hortalizas y verduras; haber atendido a los animales, ordeñado las cabras, recogido los huevos en el gallinero o haber hecho algún trabajo de reparación doméstico o comunitario. «Habitualmente, los voluntarios suelen estar varios días, pero conozco a quienes han llegado a pasar hasta cinco años», rememora Emili.

Sin estrés

La vida en El Fonoll transcurre a ritmo pausado y en un ambiente saludable, en donde no se puede fumar, ni fotografiar sin permiso ni beber de más, salvo en la casa de cada uno. «Bebemos vino o cava, pero no queremos gente borracha». En El Fonoll no hay prisas, ni ruidos, ni estrés, ni ansiedad por llegar a fin de mes. «En la ciudad, el 63% del sueldo es para pagar el alquiler y la gente trabaja diez horas y no alcanza ni para comer. Aquí, trabajando cuatro horas se vive, sin lujos, pero se vive bien, lo que demuestra que fuera de aquí se está en un engaño permanente».

Los fines de semana, El Fonoll se llena de gente con la celebración de paellas y concursos de fotografías o poesía. Mientras tanto, el resto de días transcurren entre quehaceres para mantener en pie la utopía de Emili y las excursiones diarias a pie por los 20 kilómetros de pistas que atraviesan el bosque.

Los hijos de Emili,también naturistas, van de vez en cuando a visitar a su padre. «Están colocados y tienen su vida hecha. Me dicen que esto es mi proyecto y que el día que falte, ya se encargarán». Lo dice con cierto pesar y se muestra convencido de que «aquí pueden vivir bien sin estar atrapados por el sistema». No obstante, Emili confía más en que su proyecto de vida lo acaben perpetuando sus 13 nietos. «Yo, por el momento, ya me he cavado mi propia tumba en El Fonoll para cuando me muera», concluye.

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