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Ambiente festivo en Montemayor de Pililla. J. Fernández
Las primeras salidas nocturnas

Las primeras salidas nocturnas

Mi mejor verano ·

Montemayor de Pililla supuso el descubrimiento de la libertad para un adolescente de catorce años que procedía de un populoso barrio bilbaíno

Miércoles, 28 de agosto 2019, 07:06

Tras unos años de vacaciones en el Benidorm de los años setenta, un infarto a mi padre en la Navidad de 1978 hizo que el médico le recomendase paz y tranquilidad, así que para el verano siguiente la familia decidió pasarlo en un pueblo tranquilo. Aunque vivíamos en Bilbao, mi padre era vallisoletano, así que con la ayuda de algún familiar –entonces no había Internet– terminamos alquilando una casa para todo julio y agosto en Montemayor de Pililla.

Nunca sabes cuál va a ser el verano de tu vida, pero sí recuerdo que no fui nada convencido. Dejaba a los amigos durante una larga temporada en Bilbao, yo con catorce años, y llego a un pueblo donde no conozco a nadie y donde empecé a sentirme un poco intruso, porque entonces todos sus veraneantes tenían alguna vinculación con el municipio, menos nosotros.

El caso es que la primera semana no pudo ser más aburrida. Sin amigos, sin nada que hacer, sin poder salir de casa en las horas centrales del día por el calor… Mi padre nos compró una bicicleta a mi hermana y a mí para que saliéramos a dar alguna vuelta por el entorno. Me gustaba adentrarme por los pinares para hacer un poco el cabra. Pero nada, seguía sin tener amigos y los días se hacían muy largos.

Hasta que un día, una vecina me presentó a un chico un año mayor que yo, Fernando. No solo porque Fernando me presentó a sus amigos, sino porque nunca he conocido a una persona más buena, integradora y alegre que él, el caso es que, lejos de sentir que yo podía suponer un problema, «una especie de paquete con el que cargar» (teníamos catorce y quince años), desde el principio se esforzó porque me sintiera bien, por integrarme en su grupo, por alegrarme la estancia. Y es que era de espíritu alegre. Es una de esas personas con las que siempre te encuentras a gusto.

Y por Fernando conocí a Toño, su hermana Merche, Cristina, Luis… y otros tantos que formaban parte de la peña Los Piratas. ¡Todos excepcionales personas, sanas, alegres, divertidas, generosas…! A partir de ahí, el verano dio un vuelco: excursiones en bicicleta por los pueblos del entorno (Viloria, Torrescárcela, Camporredondo…) meriendas en los pinares, cenas en las bodegas, muchas risas, aventuras, planes...

Pero si algo recuerdo de aquel verano de una manera muy especial fueron las noches. Porque viniendo de un barrio populoso de Bilbao, era la primera vez que mis padres me dejaban salir por la noche solo. Al principio no se mostraban muy convencidos, pero les hicieron ver que allí no había peligro. Así que el hecho de salir de casa después de cenar, me hacía sentirme mayor y presumir de ello ante mis amigos bilbaínos cuando les enviaba alguna carta. El café Susi, la discoteca de la piscina, el pub… eran los puntos de encuentro, conversación y diversión.

Y así transcurrió ese verano del 79, donde ni mis amigos ni los amigos de mis padres concebían que nos fuésemos sin disfrutar de las fiestas, que son en septiembre. Yo, triste porque empezaba a participar con la peña en su preparación sabiendo que no disfrutaría de ellas. Pero como todo lo bueno tiene que tener un final feliz, la gran alegría vino cuando el dueño de la casa les dijo a mis padres que nos la dejaba para que mi hermana Amaia y yo no nos las perdiésemos. Así que regresamos de nuevo en septiembre, con dos amigos de Bilbao, que por lo que les conté, tampoco quisieron perdérselas.

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