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DARÍO MENOR
Lunes, 9 de diciembre 2019, 08:25
El primer belén fue viviente. La única estatuilla, fabricada en terracota, era la del Niño, obra de la señora Alticama, esposa del aristócrata Giovanni Velita, el noble que controlaba Greccio, una bella localidad encaramada a una colina en la zona del Alto Lacio, en el centro de Italia. De aquel pueblecito se enamoró San Francisco de Asís cuando volvió de Tierra Santa y allí fue donde, un par de semanas antes de la Navidad del año 1223, representó el nacimiento de Jesús después de convencer a Velita y a su mujer para que le ayudaran. Echó mano de sus primeros compañeros religiosos y de la gente del lugar, humildes agricultores y ganaderos, por lo que no le debió de resultar difícil encontrar a quienes hicieran de pastores. Para darle mayor realismo a la escena, introdujo en el portal al buey y a la mula, de los que no dicen ni palabra los evangelistas Lucas y Mateo, pero que se habían colado en la tradición cristiana gracias a algunos de los evangelios apócrifos. Con estos elementos, el santo de la cercana Asís dio vida, hace casi 800 años, en Greccio a la primera representación conocida del nacimiento de Jesucristo.
El primer belén de la historia del cristianismo, uno de los elementos más potentes y sugestivos de la religiosidad popular, fue reivindicado por el Papa Francisco el pasado 1 de diciembre, cuando se desplazó en helicóptero desde Roma a esta pequeña localidad que cuenta hoy con unos 1.500 habitantes para firmar y presentar allí la carta apostólica 'Admirabile signum', en la que aborda el significado y el valor del nacimiento.
Con este texto magisterial pretende «alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas…». El Pontífice lo considera en su carta «un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza», y que se aprende desde la niñez en compañía de los padres y abuelos. «Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada».
La exhortación de Jorge Mario Bergoglio por colocar el pesebre tanto en los lugares públicos como privados tenía una carga política que no pasó desapercibida, especialmente en una Italia cada vez más dividida por el continuo uso partidista que hace de los símbolos religiosos Matteo Salvini, líder de la Liga, la primera formación en intención de voto según las encuestas, con alrededor del 32% de apoyos. Después de exhibir crucifijos y los Evangelios y de encomendarse al Corazón Inmaculado de María en algunos de sus mítines, Salvini también ha hecho de la reivindicación del belén un ariete religioso más para su batalla política. Cuando se enteró hace unos días de que en una escuela del noreste del país no se iba a colocar el nacimiento con el argumento de que no representa a las confesiones religiosas de todos los alumnos, el líder de la Liga comentó en las redes sociales que aquello era «de verdad absurdo».
El año pasado, cuando era ministro del Interior, también entró en la polémica al surgir la noticia de que algunos centros educativos tampoco ponían el belén ni cantaban villancicos. En una entrevista con la radio Rtl, aseguró entonces que la Navidad es una fiesta «tan bonita que pienso que puede abrazar» a los fieles de las diferentes religiones. «No creo que los villancicos puedan molestar a nadie», dijo, para lanzar a continuación un mensaje directo a los maestros y profesores: «Quien tiene al Niño Jesús fuera de la puerta de las clases se equivoca y no es un educador».
En esta época de polarización política en la que la derecha más nacionalista trata de apropiarse de los símbolos religiosos mientras que algunas fuerzas de izquierdas intentan hacerlos desaparecer de cualquier espacio público, llaman la atención las palabras del Papa en Greccio, donde invitó a «redescubrir la simplicidad» y «capturar lo esencial», como hizo san Francisco de Asís. «Frente a la cuna descubrimos lo importante que es para nuestra vida, a menudo frenética, encontrar momentos de silencio y oración», comentó Bergoglio ante los fieles congregados en esta pequeña localidad donde, por primera vez en la historia, un pontífice dedicó al pesebre una carta apostólica y reivindicó así su significado para la religiosidad popular más allá de los intereses políticos.
El del domingo 1 de diciembre no fue el primer viaje a Greccio para el Papa, pues ya estuvo allí el 4 de enero de 2016, aunque entonces se trató de una visita privada y, por tanto, no gozó de la repercusión mediática que ha tenido la de hace ocho días. La visibilidad que Francisco le ha dado a este lugar tan significativo para el santo del que tomó su nombre como pontífice ha contribuido a que Greccio se convierta en un lugar de peregrinación para los amantes del belén. Visitan el museo y el santuario donde se recuerda el primer nacimiento interpretado por San Francisco hace casi 800 años, pero principalmente acuden allí para contemplar el belén viviente que los vecinos llevan representando desde 1973. Ofrecen seis funciones desde el 24 de diciembre hasta el 6 de enero que están siempre repletas de público.
«Cuando terminamos mucha gente se acerca y hace que de verdad nos conmovamos, porque nos abrazan. Intentamos poner todo el corazón para transmitir el significado del pesebre. A la gente le impresiona nuestra representación histórica», explicó en Vatican News, el servicio oficial de información de la Santa Sede, Federico Giovannelli, vecino de Greccio que interpreta a San Francisco de Asís en las representaciones que se celebran en el pueblo durante la Navidad.
Estas funciones siguen la descripción que el franciscano Tommaso Da Celano dejó de aquel primer belén de 1223. A Giovannelli le gusta además recordar el mito que surgió alrededor de la representación. Se cuenta que cuando el santo de Asís cogió entre los brazos la figura en terracota del Niño, éste tomó vida. La paja del pesebre se convirtió además en el mejor remedio para los dolores de las parturientas. «Seguramente será una leyenda, será una tradición, pero es nuestra historia, nuestra cultura y a nosotros nos gusta llevarla adelante de esta manera».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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