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No es una nueva generación de comunicaciones inalámbricas ni otra marca de móvil. El G-7, un club cerrado que agrupa a las grandes potencias y que se reunirá este fin de semana en Biarritz (Francia), está necesitado, sin embargo, de más interconexión. Porque sus miembros, que antaño representaban un poder férreo, dan síntomas de corrosión interna. En un mundo cada vez más bipolar, con China y Estados Unidos enfrascados en una guerra comercial sin cuartel, el multilateralismo que trata de encarnar el Grupo de los Siete se difumina. El epicentro internacional ya no es Europa, sino el Pacífico.
Definitivamente, el G-7, compuesto por EE UU, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá, ya no es lo que era. El grupo de los siete países más poderosos del planeta está agrietado. Para pesadumbre de Francia y Alemania, a Donald Trump le traen al pairo los acuerdos para frenar el cambio climático y anda a la gresca con Irán a causa del contencioso nuclear. Lo suyo es la imposición de aranceles. Cierto es que Trump tiene cariño por el G-7, pero con el G-7 que representan los populistas Boris Johnson y Matteo Salvini.
Tensiones en el Golfo
Es una de las regiones más conflictivas. A la suspensión del acuerdo nuclear con Irán, Teherán ha respondido con detenciones de petroleros.
Guerra comercial
La guerra comercial chino-estadounidense está creando convulsiones en los mercados y suscitando el fantasma de la recesión.
'Brexit'
El temor de un 'brexit' duro está provocando inestabilidad en las bolsas mundiales. El último motivo de discordia es la frontera entre las dos Irlandas. Tasa a las tecnológicas
Francia ha aprobado un impuesto del 3% a las grandes empresas tecnológicas. Otros estados pueden imitarlo.
Crisis climática
Donald Trump cuestiona los acuerdos de París sobre cambio climático. El entendimiento entre los siete parece imposible.
Inmigración
La llegada de inmigrantes procedentes de África ha concitado no pocas tensiones en la UE, que se muestra incapaz de conciliar posiciones, como se ha puesto de relieve con la crisis del 'Open Arms'.
El G-7 comenzó a gestarse en 1973, cuando los más poderosos ven las orejas al lobo con la primera crisis del petróleo. El estallido de la cuarta guerra árabe-israelí colocó al mundo frente al abismo a raíz de la escalada exorbitante de los precios de los hidrocarburos. A su vez, las tensiones inflacionistas se hacían insoportables y el sistema de Bretton Woods, nacido tras la II Guerra Mundial, hacia agua. En este contexto, el secretario del Tesoro estadounidense, George Shultz, tocó a rebato y apeló al consenso de las grandes superpotencias. El germen del grupo, formado al principio por cinco países, se agrandó después con Italia (1975) y Canadá (1977).
Casi medio siglo después, los actores han sido reemplazados por otros. Los ejes geoestratégicos del mundo se han desplazado hasta el este y sur de Asia, en detrimento de Europa. China es ya un formidable adversario tecnológico y económico de EE UU y el viejo continente. Además, en la partida de la globalización lleva las de ganar.
Gestación. Los orígenes del G-7 se remontan a 1973, cuando Francia, Japón, EE UU, Reino Unido y Alemania se unen para hacer frente a la crisis del petróleo. Italia se sumó en 1975 y Canadá lo hizo en 1977.
Riqueza. Los países del G-7 suman hoy el 50% del PIBglobal, cuando en 1975 aportaban el 70%. El G-20 aglutina el 85% del PIB mundial. En ello tienen mucho que ver las nuevas potencias, como China, India y Sudáfrica, entre otras.
No obstante, no todos dan por muerto este G-7, al menos, tal y como está ahora configurado. «Precisamente en este desorden internacional en el que muchos pretenden que entremos no sobran instituciones. Es verdad que no están representados países muy importantes, pero también están otros que tienen un peso extraordinario en la economía, la política y el comercio internacionales», dice Carlos Carnero, director gerente de la Fundación Alternativas.
Cuando se creó el G-7, el panorama era más que sombrío. El drástico encarecimiento del precio del barril de petróleo condujo a un endeudamiento masivo de los países, ya fueran capitalistas o comunistas, desarrollados o del Tercer Mundo. Con la segunda crisis energética, en 1978, advino el estrangulamiento financiero. Ante la ruptura del orden económico internacional, el G-7 se postuló para capear el temporal.
G-8 Son los países formados por el G-7 más Rusia, que se incorporó en 1997 en calidad de miembro. Antes lo había hecho algunas veces como observador. Fue expulsada en 2014, tras la anexión de Crimea a su territorio.
G-10 Pertenecen a él todos los países del G-7, además de Bélgica, Holanda, Suecia y Suiza, que fue la última incorporación. Pese a ser once en realidad, se mantuvo el nombre de G-10, que se creó en 1962 con el Acuerdo General de Préstamos.
G-20 Grupo formado por Alemania, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, España, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica y Turquía. Se creó como institución de primer nivel en 2008, como consecuencia de la crisis mundial que estalló ese año. Ha celebrado quince cumbres, la última en Osaka (Japón). La instancia más importante del G-20 es la cumbre de jefes de Estado, denominada Cumbre de Líderes, que acontece una vez al año. Está integrada por 14 organizaciones, algunas mundiales, como la ONU, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OMS y la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
¿Lo consiguió? Desde 1973 se han sucedido las crisis económicas y monetarias, ha caído la Unión Soviética, se han desregulado los mercados, han aumentado las privatizaciones, aparecieron las economías emergentes, la globalización es el signo de los tiempos y la digitalización campa a sus anchas. Pero, sobre todo, las desigualdades se han hecho colosales. En estos momentos, los líderes mundiales temen una recesión. Cuando todavía están calientes los rescoldos de la de 2008, las autoridades evalúan la posibilidad de anticipar los estímulos para reactivar las economías.
En el espíritu fundacional del G-7 no está convertirse en un gobierno mundial, competencia que se atribuye a la ONU, aunque de facto lo haya sido parcialmente. Congrega a las antiguas potencias coloniales, aliadas de EE UU y pertenecientes, salvo Japón, al área euroatlántica. Estos siete países representan el 50% del PIB global, lo que habla de un retroceso de sus miembros en el orden económico mundial. Cuando nació, la riqueza acumulada suponía casi el 70%.
Carlos: CarneroFundación Alternativa
En este grupo de privilegiados no están todos los que son. Por ejemplo, están ausentes del foro los tres grandes exportadores de crudo (Rusia, Arabia Saudí y Australia), o la gran potencia en guerra comercial con Washington: China. A Rusia se le abrieron las puertas como miembro de pleno derecho tras la caída del Muro de Berlín (lo que alumbró el G-8), pero fue expulsada tras la anexión de Crimea, en 2014. Curiosamente, en vísperas de la cita de Biarritz, Trump ha sembrado cizaña y causado división al proponer su vuelta al G-7. «Creo que es mucho más apropiado tener dentro a Rusia, particularmente en el G-8, porque muchas de las cosas sobre las que hablamos tienen que ver con ellos», lanzó el presidente de EEUU.
«Es innegable que el G-7 está dividido. Lo que le encantaría a Donald Trump sería sentarse con Boris Johnson, Salvini y todo tipo de personas de esa orientación que se parecen mucho a él. Trump es una desgracia para su país, la Unión Europea, el orden internacional y el propio G-7, pero no estará indefinidamente en la Casa Blanca», apunta Carnero.
Para imponer sus políticas, el G-7 se apoya en las instituciones financieras internacionales: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Por lo general, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, participa como invitada en las deliberaciones que mantienen los ministros de Hacienda y los gobernadores de bancos centrales del G-7. El otro gran actor que lleva a la práctica las decisiones tomadas es la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Ignacio Molina: Instituto Elcano
Cada año, los siete grandes se reúnen en una cumbre que se celebra en un país diferente del bloque. Por supuesto, las conversaciones nunca se transcriben y se mantienen en secreto. Antes de que se reúnan los jefes de gobierno, los denominados 'sherpas', representantes de alto nivel, van allanando el camino de escollos. A lo largo de su historia, el selecto club se ha ocupado de abordar asuntos económicos globales, como las crisis energéticas, monetarias y financieras que han sacudido el mundo. Sin embargo, en su agenda también están presentes la seguridad y el medio ambiente y, en esta ocasión, el 'brexit'.
Dentro del G-7 coexisten ahora dos almas, la del centrista y liberal Macron y la del populista y xenófobo Boris Johnson. Antes, los gobiernos británicos eran fuertes y estables, mientras que los italianos, débiles y de corto mandato. Londres, de tradición euroescéptica, contrastaba con la vocación europeísta de Roma. En la actualidad, en cambio, la pulsión contra los inmigrantes, la hostilidad hacia la UE y las promesas de bajadas de impuestos unen a las capitales del Támesis y el Tíber.
«Si el G-7 no existiera, no lo inventaría nadie. El mero hecho de la creación del G-20 revela que el G-7 es una fórmula insuficiente. Si no ha desaparecido es porque sirve de instrumento de coordinación de las economías occidentales, aunque ni siquiera representa a todo el capitalismo avanzado», asevera Ignacio Molina, investigador del Real Instituto Elcano de la Universidad Autónoma de Madrid.
A su juicio, el G-7 está partido por la mitad y carece de capacidad para negociar el estatuto de las democracias occidentes con las potencias emergentes. «Por un lado está el enfoque proteccionista, soberanista y nacionalista, que representan Trump, Johnson y quien sustituya a Conte; y por otro, la visión de Francia, Japón, Canadá y Alemania. Más bien, el G-7 sirve para evidenciar las grandes diferencias que los miembros del bloque tienen sobre la globalización».
La reunión de Biarritz es importante porque acontece en un momento en que se cierne la sombra de la desaceleración económica, cuando no de la recesión. Aunque son muchos los descontentos con Trump, las economías occidentales tienen motivos de agravio con Pekín. China no respeta la propiedad intelectual y desarrolla prácticas competitivas lesivas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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