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Han sido padres de almas y ahora lo son de familia. No se tienen por especies exóticas. Consagraron su vida a la divinidad y tiempo después comprobaron que la Iglesia de Roma les prohibía conciliar el sacerdocio y el amor a una mujer. Los ... obispos participantes en el Sínodo para la Amazonia, que se clausura hoy, tendrán que pronunciarse sobre si permiten a los hombres casados ejercer el ministerio en la zona y si abren la puerta a que las mujeres accedan al diaconado, según ha informado El Correo. El Papa Francisco aseguró hace años que el celibato no es un dogma de fe, sino una tradición. Sin embargo, en enero, a su regreso de Panamá, donde se celebró la Jornada Mundial de la Juventud, juzgó la castidad del cura como un «don de la Iglesia».
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Los sacerdotes que han roto con la soltería –su número puede rondar los 8.000, sin contar los que han pertenecido a congregaciones religiosas– invocan los orígenes del cristianismo y aducen que los primeros pontífices se acogían al matrimonio y tenían progenie.
Juan Cejudo se debatió en el dilema de elegir entre la Iglesia y quien es hoy su mujer, una disyuntiva «absurda» porque considera perfectamente compatibles el sacerdocio y el matrimonio. Antes apostó por ser un cura obrero y ejerció múltiples oficios, sin dejar el puesto de coadjutor en la parroquia de San Mateo, en Tarifa (Cádiz). Durante diez años celebró la eucaristía, hasta que prescindió de su voto de castidad después de conocer a Manoli Sánchez, su esposa. Su desvinculación de la Iglesia jerárquica no estuvo exenta de problemas, pues le conminaban a dar por buenos hechos inciertos: «Me obligaban a decir que no sabía lo que hacía, que había obrado bajo coacciones y engañado... Debía mentir, así que me negué. Después de eso, no me permitieron dar clases de Religión».
Juan Cejudo, Cura casado
Pese a despojarse de su condición clerical, continúa muy unido a la Iglesia de base. Sigue celebrando algunos sacramentos, aunque no se siente a gusto ni identificado con las estructuras eclesiásticas tradicionales. «He casado, he bautizado en el río a gente y, cuando me lo han pedido, he celebrado misa. Soy el mismo, un sacerdote». Ha tenido dos hijos, que le han dado cuatro nietas, aunque ninguno de los primeros secunda la «vivencia de la fe». Ese apartamiento del dogma católico es relativamente frecuente entre los miembros del Movimiento por el Celibato Opcional (Moceop), al que pertenece.
El paso dado por el Vaticano es tímido, por cuanto limita la abolición del celibato a lugares remotos en los que la Iglesia carece de representantes. Más audaz es la postura de la Iglesia alemana, la más rica del mundo, que apremia a la curia vaticana a que dé pasos atrevidos en cuestiones como el celibato, la homosexualidad y la ordenación de las mujeres.
Si dependiera de Miguel Ramón, la Iglesia daría un vuelco doctrinal en esas materias. Ramón no oculta que fue inducido por sus padres a ingresar en el seminario. A los 14 años quiso dejarlo, pero arreciaron las presiones de la familia y no le quedó otra que rectificar. Este franciscano sentía una fuerte vocación misionera y decidió desarrollar su labor pastoral en Perú, en un pueblo de la cordillera cercana a la selva. Al cabo de diez años, hastiado de la soledad, se fue a la costa, estudió Ciencias de la Información y conoció a su mujer, Emilia Vigo.
En Latinoamérica, el celibato se sobrelleva con laxitud, no con el rigor de Europa. El de los católicos es un caso singular, pues las iglesias ortodoxa y anglicana permiten el matrimonio entre sus pastores. Con todo, en la primera institución, los obispos han de ser solteros y viudos. Está consentido el matrimonio de los clérigos, pero siempre que haya sido anterior a la ordenación.
Miguel Ramón argumenta que Pedro, el primer Papa en la historia de la Iglesia, no era soltero. Los ministros casados existieron prácticamente hasta los dos concilios de Letrán, ambos celebrados en el siglo XII, en los que se defiende el celibato obligatorio. Para Ramón, seguidor de la Teología de la Liberación, el ministerio sacerdotal pone distancia entre el cura y sus fieles. «Si vas a dar una charla prematrimonial, el celibato no tiene mucho sentido», cuenta Ramón, padre de dos hijos y abuelo de cinco nietas.
Andrés Muñoz, Cura casado
El antiguo clérigo tuvo que esperar años a que se le concediera la dispensa, documento que se le escamoteó al principio porque Juan Pablo II «cerró el caño». En su congregación se hicieron un lío con su estado, de modo que, cuando volvió a España –regreso motivado por la insoportable presencia del grupo maoísta Sendero Luminoso–, la orden le deparó una sorpresa: «Resulta que me habían nombrado prior de la iglesia de San Francisco de Vallecas (Madrid). Pensarían que había cambiado de idea».
Ramón y Cejudo están convencidos de que detrás de la resistencia de Roma a aceptar el matrimonio de los sacerdotes se esconden razones económicas. «La economía de la Iglesia es fenomenal: todo se ingresa, nada se desparrama; es un poder económico y no acepta perderlo si el cura tiene que dejar herencia a sus descendientes», apunta Ramón. Cejudo destaca además otro factor para que la cúpula eclesial sea alérgica al cambio: «Hay quien dice que la cúspide de la Iglesia maneja mejor al personal si éste carece de compromisos familiares».
Evans David Gliwitzki es un cura casado y bendecido por la Iglesia a causa de una carambola. Era un pastor anglicano con dos hijas que se convirtió al catolicismo en 2005, de modo que se erigió en el primer páter que podía lucir el anillo matrimonial sin objeciones de la jerarquía. Su caso fue presentado por el obispo correspondiente como una «excepción», nunca como una ruptura de la tradición.
Muy distinto es el caso de Julio Pérez Pinillos, uno de los pioneros en España de la defensa del carácter opcional del celibato, bandera que esgrime con fuerza desde que se lo pidió el obispo catalán afincado en Brasil Pere Casaldáliga. Casado y con tres hijas, Pinillos prefiere ceder protagonismo a otros compañeros.
Teresa Cortés, coordinadora del Movimiento por el celibato opcional, está casada desde hace tres décadas con Andrés Muñoz, un clérigo que no solicitó la dispensa pontificia. «Desde el momento en que el sacerdocio es un servicio a la comunidad, cualquiera puede ejercerlo. La jerarquía, sin embargo, no lo entiende así y da al presbítero jurisdicción y poder», argumenta Cortés. Muñoz carece de papeles que acrediten que ya es un seglar, cosa que no le preocupa en absoluto. «El proceso para obtener el permiso era muy vejatorio. Hoy se ha suavizado mucho, pero antes éramos los apestados. Ya el nombre para referirse a la secularización, reducción al estado laical, parece una degradación», dice Muñoz.
Algunos obispos siguen mostrándose intransigentes con los curas casados, aunque desde el pontificado de Francisco se aprecia mayor flexibilidad. En la España vacía, con muchas parroquias cerradas porque no hay curas, la derogación del celibato revitalizaría la vida religiosa. «Somos de una provincia pequeña como Soria donde apenas hay gente. Igual un solo cura puede llevar quince pueblos. En algunos puede solo haber dos personas. ¿Va a decir misa el cura para solo dos personas? La gente no necesita tanto la celebración de una misa como sentirse acompañada, que se preocupen de ella», apunta Cortés.
En la Iglesia primitiva los oficiantes no necesitaban ser célibes. Silverio, nacido en el año 537 y ocupante del trono de Pedro, era hijo legítimo del Pontífice Hormisdas. Alrededor de los siglos III y IV ya existían voces dentro del cristianismo para que los religiosos se abstuvieran de casarse. El origen del requisito de la soltería para los sacerdotes no está claro, si bien lo más probable es que se exigiera a partir de II Concilio de Letrán (1139). Siglos después, en el concilio de Trento (1563), se renovó el mandato de privar a los clérigos de la capacidad de casarse después de la ordenación.
La postura del actual Papa, Francisco, es equívoca. Hace unos años consideró que tal práctica es una tradición, no un dogma de fe, pero, en enero de este mismo año, enmendó su parecer y dijo que solo aceptaría hombres casados ante el altar en lugares lejanos como las islas del Pacífico o la Amazonia, donde hay una carencia manifiesta de sacerdotes. Los elegidos para esta misión serían los llamados 'viri probati'; es decir, hombres maduros casados que hayan sido «testigos de una vida cristiana madura y contrastada».
Existe una Federación Internacional de Curas Católicos Casados (FICCC), que agrupa a unas 90.000 personas procedentes de 34 países. Según los expertos, uno de los principales motivos que explican la imposición paulatina del celibato obligatorio estriba en el propósito de garantizar la integridad del patrimonio eclesiástico y evitar su dispersión a través de las herencias.
La crisis de vocaciones y la tesis de que los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes obedecen a la imposibilidad de de mantener relaciones sexuales han avivado el debate en torno al asunto. Dentro de la Iglesia hay sectores se oponen drásticamente a la abolición de esta ley. El cardenal Robert Sarah estima que la ordenación de 'viri probati' sería una «violación a la tradición apostólica».
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