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icíar ochoa de olan0
Viernes, 30 de agosto 2019, 07:01
Si el tiburón ballena fuera un medio de transporte, sería un autobús escolar de esos de color amarillo chillón que llevan y traen a los niños del colegio en las películas de factura estadounidense. Comparten hechuras: entre 18 y 20 metros de largo. No hay otro pez más grande en el fondo del mar. Por suerte, está desdentado. Para nutrir su cuerpo serrano, que puede alcanzar la friolera de 34 toneladas, le basta con abrir metro y medio de boca roma y filtrar a través de sus branquias cantidades desaforadas de agua salada salpimentada con ricas plantas y pequeños crustáceos. Se alimenta de plancton, un indicador de la buena salud de las aguas.
Pese a su manifiesta incapacidad para pasar desapercibido y a su parsimonioso deambular por los océanos más cálidos del planeta (incluido el Atlántico canario) desde, se cree, hace 60 millones de años, el 'Rhincodon typus' es un enigma con lunares. Dotado de un patrón único de manchas en su piel, lo que permite distinguir a cada individuo, muchos rasgos de su biología continúan siendo desconocidos para la comunidad científica. Por ejemplo, los ejemplares jóvenes rara vez se avistan y jamás se ha logrado grabar a esta especie reproduciéndose.
Aunque pueden llegar a centenarios, cada vez menos logran ser tan longevos. Según sus estudiosos, en los últimos 75 años su censo se ha reducido a la mitad. Entre 1992 y 2014, se contabilizaron solo 6.091 individuos en todo el mundo, de modo que, desde hace tres años, este señor pez apacible e inofensivo ha dejado de aparecer en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como 'Vulnerable'. Ahora lo hace en el apartado 'En peligro de Extinción'.
Costas de Table Bay. En este tramo de litoral sudafricano se avistó el primer ejemplar de tiburón ballena, al que se arponeó y capturó. Medía 4,6 metros y fue vendido por 6 libras.
De 70 a 100 años. Es la esperanza de vida que los científicos adjudican a esta especie, que no alcanza la madurez sexual hasta la treintena. Pocos ejemplares llegan vivos a esa edad por la demanda de sus aletas en el mercado asiático.
Protegido en algunos países, debido a que se trata de una especie migratoria que atraviesa aguas de distintas naciones, aún se pesca en algunos lugares de Asia de manera voluntaria y salvaje, como Taiwán y Filipinas. La cocina china codicia sus aletas, que consume en forma de sopa. El procedimiento habitual, denominado 'aleteo' o 'finning' y prohibido en la UE, consiste en capturar el animal, cortarle las aletas y lanzar el resto del cuerpo al mar, donde muere desangrado. Así, los pescadores pueden almacenar en el barco más y más condimento de sopa. El mercado internacional también aprecia sus agallas, su carne y su aceite, por los que se pagan grandes sumas.
«Acoso» en el Caribe maya
Por si no tuviera suficiente con zafarse de la industria pesquera desalmada o buscarse alimento en un océano atestado de plásticos, los tiburones ballena tienen que padecer el turismo invasivo. Uno de esos lugares es la Riviera Maya, en el Caribe mexicano, donde cada año, entre mayo y septiembre, se citan cientos de estos colosos, tan dóciles que en ocasiones permiten a los buzos nadar asidos a ellos. Desde 2002, los 'tours' de avistamiento y nado con estos megapeces se han popularizado hasta convertirse en un «verdadero acoso a estos animales». Da fe de ello a este periódico Sandra Salvadó, una fotógrafa barcelonesa y guía de naturaleza afincada en tierras mayas desde 2007.
En pleno ecuador de la temporada, al menos trescientas embarcaciones poseen allí la licencia preceptiva para efectuar estas excursiones. De ellas, la mitad salen a diario con al menos una decena de turistas. «Ha habido jornadas en la que se estima que han ido más de 2.300 personas. Es una barbaridad el número de lanchas que les está esperando a que emerjan a alimentarse». Salvadó reconoce que ha tenido esa experiencia hasta en cinco ocasiones. «Fue muy emocionante y en su día lo recomendé, pero ya no. He comprendido que es una agresión». Hoy es el Día Internacional de este fascinante grandullón. Lo festeja en un plato hondo o, en el mejor de los casos, atosigado por rémoras de dos piernas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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