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Gerrardo Elorriaga
Domingo, 21 de julio 2019, 13:19
Resulta inevitable frotarse los ojos cuando se entra en Kibera. De manera figurada, porque el famoso barrio de Nairobi se antoja el extraño 'set' de una película de ciencia ficción, un escenario de pesadilla distópica, y también literalmente, porque, de inmediato, el súbito picor parece ... traspasar la pupila. Conmueve contemplar la muchedumbre que camina con dificultad por suelos enfangados, pero, sobre todo, la entrada en el arrabal cercado supone una sacudida para los sentidos. La bruma proporciona una impresión de irrealidad a plena luz del día y el olor, ese intenso olor a fritanga, penetra en la nariz y se queda fijado como la seña de identidad más contundente. Luego, cuando se percibe con mayor nitidez el entorno, comprobamos que esa neblina está provocada por el humo que generan cientos de pequeñas hogueras improvisadas donde se prepara tilapia, el pescado omnipresente en el menú de cualquier restaurante africano.
El denso recuerdo del 'slum' keniano contrasta con la insulsa memoria que nos dejó el pescado en el paladar. El escaso aliño y las humildes ensaladas no suelen proporcionar mayor encanto a un alimento generalmente insípido, según nuestra experiencia. Ese modesto atractivo gastronómico contrasta con su proliferación. Como en el caso del panga, la necesidad ha hecho virtud de especies que proporcionan gran rentabilidad comercial y, paralelamente, ocasionan grandes perjuicios medioambientales. La expansión de la tilapia es relativamente reciente en el continente, donde en los años cincuenta y sesenta conquistó los humedales por la acción del hombre, generalmente blanco.
La pesca en África, tanto en aguas dulces como saladas, evidencia un abuso histórico. La explotación de las aguas oceánicas por flotas industriales de la Unión Europea, Corea del Sur o China, que se han beneficiado durante décadas de acuerdos opacos con los Gobiernos de los países ribereños, ha esquilmado los bancos de África Occidental. El resultado, según Greenpeace, es la desaparición de los recursos y la pérdida de 300.000 empleos locales. Los nativos son convidados de piedra de estos acuerdos, y el pago por los derechos de explotación no revierte en los pescadores, que sufren, además, la destrucción del hábitat natural. Los ecologistas achacan a los arrastreros el uso de técnicas muy agresivas, el incumplimiento de las cuotas acordadas o el uso de diversas banderas para burlar el techo de capturas. Los abusos también se producen en la costa oriental, donde los barcos extranjeros se favorecen de la situación de indefensión de países como Somalia para faenar sin permiso alguno.
Debajo de la postal
El amanecer junto al lago Kivu puede parecer una postal del trópico. Los pescadores surcan las aguas con sus barcos de vela y la travesía entre las ciudades de Goma y Bukavu descubre pequeñas islas habitadas. Pero la realidad empaña esta visión idílica. El ecosistema lacustre es muy frágil porque los fondos concentran elevadas cantidades de metano. Como sucedió en otros entornos similares, la introducción de un puñado de variedades de tilapia y de la sardina del lago Tanganica, que ha mermado considerablemente la flora nativa, ocasionó graves alteraciones.
La perca del Nilo también se han aclimatado bien a aguas ajenas. Este pez, que puede llegar a medir dos metros y pesar 200 kilos, colonizó el lago Victoria y su explotación masiva propició una floreciente industria pesquera en las orillas. El producto, ya fileteado, era exportado a Europa a través de un tráfico incesante de aviones de carga, tal y como relata el controvertido documental 'La pesadilla de Darwin'.
El negocio del monstruo no atraviesa su mejor coyuntura. El acusado descenso de sus capturas ha supuesto cierta alarma. Algunos la achacan al declive del lago, incapaz de regenerarse, y otros incluso sospechan que el uso de venenos para su captura está provocando la extinción de la vida subacuática. La mitad de las empresas que surgieron en las orillas tanzanas, ugandesas y kenianas ya ha cerrado sus puertas. Curiosamente, el ocaso de la perca coincide con la revalorización de especies autóctonas antes despreciadas como el mukene o el nkejje, de pequeñas dimensiones.
La tilapia, en cualquier caso, sigue siendo el pescado preponderante, ha llegado a todos los continentes y es posible encontrarlo en agua dulce y salada, en libertad o sometido al ritmo de las piscifactorías. La voracidad y su rápido crecimiento siguen siendo su estigma, pero su rentabilidad, por ahora, contrarresta las opiniones adversas. La capacidad de adaptación que manifiesta es increíble. El pez crece en los ríos repletos de basura orgánica que rodean Nairobi, pero también en las profundidades del Kivu, abundantes en gases nocivos. Por si fuera poco, marida con todo, con todas las salsas y purés, como el tradicional fofu, el que reina en los platos y escudillas de los africanos.
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