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icÍar ochoa de olano
Domingo, 18 de agosto 2019, 13:03
«Cuando salgo al tapiz mi cabeza está completamente despejada. Es como si activara el 'modo avión'. Lo que voy a hacer lo he ensayado tantas veces que pongo el piloto automático». Es entonces cuando Simone Biles (Ohio, 1997) echa mano de su inusitada potencia para tomar pista, despegar y, en apenas unos segundos, dibujar en el aire acrobacias de una precisión y una coordinación prodigiosas, antes de regresar a tierra con el aplomo de un A380. El mundo nunca antes había conocido una gimnasta como ella. Intuyó que se encontraba ante un fenómeno extraordinario durante los seis últimos años, en los que la explosiva atleta ganaba, una a una, 25 medallas en los Juegos Olímpicos y en los campeonatos mundiales; lo certificó el pasado domingo, cuando se erigió en la primera de su disciplina que conquista seis títulos nacionales en su país, Estados Unidos. Por si fuera poco, lo consiguió con dos proezas imposibles: un triple-doble en suelo y un doble-doble de salida en la barra de equilibrio. Desde entonces, contemplar esos ejercicios en cámara lenta se ha convertido en el deporte favorito de medio planeta.
La exprimera dama Michelle Obama ha sido la última celebridad en felicitarla. «Siempre rompiendo barreras. No puedo estar más orgullosa de ti», le ha puesto en un tuit con más carga de profundidad de la que parece. A la mujer que ha revolucionado la gimnasia moderna, la vida le colocó en el peor puesto de salida. Nació en una familia desfigurada por el alcohol y las drogas. Con un padre a la fuga y una madre toxicómana, ella, Adria, su hermana menor y también gimnasta, y sus dos hermanos peregrinaron durante buena parte de su infancia por distintos hogares temporales. Cuando cumplió los seis años, le ocurrieron dos de las cosas más trascendentales de su biografía. Su abuelo biológico Ron Biles y su esposa, Nellie, la adoptaron a ella y a Adria –en paralelo, la hermana de Ron se hacía cargo de los chicos– y, poco después, Simone asistía a su primera clase de gimnasia.
A estas alturas de su portentosa carrera, todos en el mundillo del potro y las barras saben que Nellie, la mujer que aceptó criar a la nieta de su marido como si se tratara de su propia carne, es también su Panoramix. Desde el primer momento, «Mamá Biles», como la llama, se conjuró para ofrecer a aquellas dos crías desamparadas –así como a cuatro hijos propios– un amoroso fortín en donde les instruiría en la autoconfianza y el empoderamiento, dos cualidades que la carismática Simone destila dentro y fuera del tatami, y que le han salvado de sucumbir ante su peor trance. Ella misma lo hizo público en enero de 2018, a través de las redes sociales, junto a la etiqueta #MeToo. «La mayoría de ustedes me conocen como una niña feliz, risueña y enérgica. Pero últimamente me he sentido rota y, cuanto más trato de apagar esa voz en mi cabeza, más fuerte grita. Ya no tengo miedo de contar mi historia. Soy una de las muchas supervivientes que fueron abusadas sexualmente por Larry Nassar». Se refería al depravado médico de USA Gymnastics (el organismo nacional que rige ese deporte), quien pocos días después era condenado a cadena perpetua tras declararse culpable de agredir a más de 150 compañeras con la connivencia, según acaba de revelar ahora un informe del Senado, de varios altos cargos de la entidad.
Lugar y fecha de nacimiento: Columbus, Ohio, 14 de marzo de 1997.
Familia: Su abuelo biológico y su esposa le adoptaron cuando tenía seis años, junto a su hermana pequeña, Adria, también gimnasta.
Estudios: En enero de 2018 comenzó a cursar a distancia Administración de Empresas para ocuparse en el futuro de sus negocios.
Estado civil: Está emparejada desde hace dos años con el gimnasta Stacey Ervin. Tiene un perro.
El ejército de Nellie
En el infierno, Nellie se ocupó de arroparla con toda la fuerza de una familia hecha a sí misma. Hasta 17 familiares capitaneados por la matriarca del clan se trasladaron a Río de Janeiro para empujar a Simone hasta lo más alto del cielo olímpico. Pese al respaldo cerrado que le insuflan los suyos, sobrecoge pensar en el tormento interno por el que Biles estaba transitando mientras hollaba un podio tras otro con esa sonrisa radiante y pizpireta.
Pese a sus 22 años, la superestrella de la gimnasia estadounidense no ha dicho aún la última palabra sobre el tatami. Su plan de vuelo tiene como destino la cita olímpica nipona, el próximo verano. Le propulsan un coraje a prueba de terremotos, el ejército de Nellie y una terapia combinada con la toma diaria de ansiolíticos. «Dentro del gimnasio está todo bien, pero fuera aún sigo atrapada en mis pensamientos», ha confesado la atleta, quien hace unos días se desmoronó cuando le preguntaron por las últimas revelaciones del escándalo en torno a USA Gymnastics. «Es difícil competir para una organización que nos ha fallado tantas veces. Nosotras teníamos un objetivo que cumplir y hemos hecho todo lo que nos pidieron, incluso cuando no queríamos. Ellos solo tenían un maldito trabajo que hacer, protegernos, y no lo hicieron». Apuesten a que esa rabia licuada en lágrimas será el combustible con el que hará que Japón y el mundo se vuelvan a rendir ante ella.
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