El mosaico de los abusos a las monjas
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El testimonio de una víctima del jesuita y artista esloveno Marko Rupnik, bautizado como 'el Miguel Ángel del siglo XXI', saca a la luz las violaciones que sufren las religiosasLa Iglesia católica tiene un problema con sus monjas. Mientras que en los últimos años la toma de conciencia sobre el drama que supone la pederastia eclesial ha propiciado la aprobación de nuevas leyes para perseguirla y tratar de prevenirla, a la hora de destapar ... los abusos que sufren muchas religiosas queda casi todo por hacer. El velo que rodea los conventos de clausura y las comunidades eclesiásticas femeninas favorece estos atropellos, que muy pocas veces salen a la luz. La última en tratar de romper ese muro de silencio ha sido Gloria Branciani, una exmonja italiana de 59 años que sufrió abusos sexuales, espirituales y de conciencia por parte del sacerdote Marko Rupnik, impulsor de la Comunidad Loyola, una congregación femenina en la que habrían sido abusadas al menos la mitad de sus 40 religiosas.
Expulsado de la Compañía de Jesús en junio del año pasado, Rupnik no ha abandonado el sacerdocio al incardinarse en la diócesis de Koper, en su Eslovenia natal. La acogida que le ha brindado el obispo local muestra la influencia que sigue teniendo este presbítero cuya gran habilidad como artista le habría permitido gozar durante décadas del encubrimiento de parte de la jerarquía eclesiástica. Y es que sus célebres mosaicos pueden contemplarse en templos de todo el mundo, como la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, la catedral de La Almudena de Madrid o el santuario francés de Lourdes. Las teselas de sus creaciones, no obstante, se ven con otros ojos tras conocer el testimonio de sus víctimas.
«Conocí a Rupnik a finales de los años 80 cuando ya era un sacerdote muy reconocido. Yo era entonces una excelente estudiante de Medicina, pero tenía poco amor propio y poca confianza en mí misma. Él fue entrando poco a poco en mi mundo interior utilizando mi deseo de profundizar en la vida espiritual y mi interés por el arte. Por medio de la manipulación, logró tener cada vez un poder más grande sobre mí. De ese abuso de conciencia nacieron luego los abusos espirituales, físicos y sexuales», contó Branciani recientemente en una conmovedora rueda de prensa en Roma. Con la autoridad que le brindaba ser su confesor y padre espiritual, Rupnik logró «un control total de mi persona» que facilitó que llegaran los episodios de violencia sexual. «Yo me quedaba desorientada y perpleja, pero era ingenua y pensaba que esa relación física iba a acabar pronto, en cuanto consiguiera el crecimiento espiritual con el que él justificaba esos gestos».
El sacerdote asociaba incluso los abusos con la misa y la confesión: «Me decía que me besaba como se besa el altar cuando se celebra la Eucaristía». Estos episodios acaecidos en Roma subieron de tono cuando Branciani se trasladó a Eslovenia junto a Rupnik para unirse a la Comunidad Loyola. «Los abusos físicos más violentos tuvieron lugar en su coche, ya que me pedía que le acompañara por el país durante sus compromisos pastorales. Así perdí mi virginidad», recordaba entre lágrimas esta antigua monja a la que el sacerdote exigió que formaran un trío con otra religiosa. «Me dijo que había sentido en la oración que nuestra relación no debía ser exclusiva y que, a imagen de la Trinidad, debíamos invitar a otra hermana a vivir la experiencia sexual con nosotros. Lo más trágico es que la otra hermana y yo éramos incapaces de confiarnos entre nosotras sobre lo que vivíamos con él. Conseguía aislarnos la una de la otra. Había logrado vaciarnos interiormente, estábamos como anestesiadas», recuerda Branciani.
Antes de conseguir dejar la Comunidad Loyola en 1994, hubo más abusos por parte de Rupnik. «Me impulsó a tener una relación pornográfica porque para él era una forma de arte y el camino para llegar a una orgía colectiva. Afirmaba que sólo el acto sexual pornográfico era importante». En aquel período el sacerdote obligaba a la religiosa a acompañarla a varios cines pornos y le solicitaba «prestaciones sexuales cada vez más agresivas» mientras pintaba el rostro de Jesús en algunas capillas donde trabajaba.
El caso de Branciani no constituye un episodio aislado. Otras monjas han denunciado casos similares en diversas congregaciones religiosas y países, también en España, donde fue condenado recientemente por el Tribunal de la Rota, la corte de apelación eclesiástica, el teólogo franciscano Javier Garrido por abusos a dos religiosas. «Las instituciones de la Iglesia deben hacerse cargo de sus miembros abusadores y no encubrir, cambiar a la persona de lugar, ocultar, o dejar de responsabilizarse. Se debe además propiciar que las víctimas puedan hablar, sean escuchadas y reparadas con justicia. Y todo lo que podamos trabajar en la prevención, siempre será poco», señala la jesuitina española María Luisa Berzosa, que cuenta con amplia experiencia en el acompañamiento a religiosas abusadas. A su juicio, todavía queda «un largo camino por recorrer» en la Iglesia, aunque se va tomando «una mayor conciencia y sensibilidad» frente a este problema, lo que ha llevado a crear «entornos seguros» y a ofrecer «espacios y atención directa a las víctimas».
Berzosa advierte de las diversas dificultades para poder superar estos traumas: «Una de ellas es la imposición del silencio. Al no poder hablar, no se puede tocar la herida, que queda enquistada. Otra muy fuerte es esa mezcla de falsa espiritualidad que a veces usa el abusador al 'hacerse pasar por Dios' para dar mandatos a su víctima».
Además de algunas loables iniciativas de acompañamiento como esta, en la materia de prevención destacan los seminarios conjuntos organizados por las uniones de superiores generales de las congregaciones masculinas y femeninas. En el último curso, celebrado en noviembre, se trataron «los diversos tipos de abusos, sus aspectos civiles y canónicos, y hubo testimonios de supervivientes», explica Patricia Murray, secretaria ejecutiva de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG). Este organismo, que aglutina a más de 1.900 líderes de congregaciones femeninas a las que pertenecen unas 650.000 monjas, ha nombrado a un consultor externo para que analice en profundidad cuatro de sus institutos religiosos, de manera que pueda elaborarse luego un manual práctico con el que propiciar «una cultura del cuidado». «La UISG anima siempre a las hermanas a denunciar los abusos de cualquier tipo. El procedimiento para informar de los abusos es claro, como el cuidado y el acompañamiento pastoral necesario tras esa experiencia devastadora», asegura Murray.
El Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF), el 'ministerio' vaticano encargado de investigar los casos de abusos sexuales a menores o a adultos vulnerables, reabrió en octubre del año pasado el proceso contra Marko Rupnik a petición del Papa, después de que hubiera sido archivado antes al considerarse prescritas las acusaciones. Aquella decisión inicial propició críticas tanto al Vaticano como a la Compañía de Jesús por el supuesto encubrimiento con que se habría tratado de proteger al sacerdote esloveno. Laura Sgrò, abogada de Gloria Branciani, que denuncia los abusos a los que la habría sometido Rupnik, lamenta el silencio en el que se desarrolla el proceso en el Vaticano, exigiendo «transparencia» y una plena rendición de cuentas de los altos cargos que habrían cubierto durante años al sacerdote y artista.
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