Será por una cuestión de piel que las mentes más brillantes del MIR (Médico Interno Residente) lleven ya varios años eligiendo la especialidad de dermatología. Fue la primera opción de las número uno de 2022 y 2023 (dos mujeres) y en este 2024 Noelia García, la mejor de los 12.721 que se presentaron al examen, ya ha avanzado una de sus preferencias: 'derma' en La Paz.
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Habrá que esperar un mes para ver a qué velocidad se agotarán las 123 plazas en liza, las más demandadas junto a las de cirugía plástica y oftalmología. El año pasado el cupo se completó al segundo día. 75 de los primeros 400 MIR con mejor nota escogieron esta especialidad. ¿Por qué hay tortas por ser dermatólogo? ¿Qué hace que un estudiante con un bachillerato y una selectividad excelentes, que se ha dejado las pestañas durante sus seis años de Medicina y con un MIR de nota estratosférica se decante por las patologías de la piel? ¿No era otra cosa esto de la vocación médica? Vayamos al grano.
Sergio López Alcázar (Alcantarilla, Murcia, 26 años) fue uno de los 115 médicos que lograron plaza de dermatología médico-quirúrgica y venereología (el nombre completo de la especialidad) en la convocatoria de 2022. Es residente de segundo año (R2) en La Paz y no viene de familia de médicos, pero en el instituto le picó el gusanillo. Entró en Medicina y tras terminar la carrera en Murcia no tenía claro la rama, pero cuando aprobó el MIR y se vio en el puesto 46 con opciones de elegir dermatología en La Paz –el mejor hospital del país, según el ránking The World's Best Hospitals– no se lo pensó dos veces. Ahí lleva dos años formándose (le quedan otros dos) bajo la batuta del jefe del servicio, el doctor Pedro Herranz (Madrid, 59 años), que empezó en La Paz de residente en los años 90. La corbata de Herranz contrasta con el pendiente de Sergio. Los tiempos han cambiado. En el MIR de Herranz primaba ser cardiólogo.
3.197 especialistas
Son los dermatólogos que hay en España. Un 18% ejerce únicamente en la sanidad pública. El resto, en la privada o combina las dos
120.000 euros
Es la cantidad que puede ganar en la privada un dermatólogo con más de diez años de experiencia, según la consultora Spring Professional, de Adecco. El equivalente en la pública ronda los 72.000 euros.
A Sergio le revienta que en el imaginario popular se frivolice con esa idea del dermatólogo que se limita a pinchar bótox o a quitar manchas metiéndose un pastizal en el bolsillo. Tampoco le hace gracia que haya quien ponga en duda su vocación con el argumento de que un cerebro tan espléndido con una formación pagada con los impuestos de todos los españoles se 'pierda' en las arrugas en lugar de sanar corazones, extirpar tumores cerebrales o traer niños al mundo. «Quien piense que solo quitamos granos o solo nos dedicamos a la estética es un ignorante. Aquí vemos casos muy graves, nos llegan pacientes muy complejos, tenemos una unidad de quemados, y hay muchas patologías infecciosas, tumorales e inmunológicas que se manifiestan inicialmente en la piel, o tienen una repercusión cutánea, y es el dermatólogo quien da el diagnóstico definitivo», argumenta el joven doctor, que acaba de salir de una guardia de 24 horas y aún viste el pijama verde de las urgencias. «Vale, no hacemos grandes cirugías como extirpar un cáncer de colon, pero hacemos cirugías con injertos que tienen su dificultad. Si te quito un lunar feo que se te ha puesto como un champiñón prima la parte oncológica, pero si el tumor está en una zona comprometida, también prima la parte estética porque eso va a repercutir en el paciente, y ahí vemos cómo mover la piel para que quede lo mejor posible».
Con Sergio se encuentra Rafa Escudero, otro murciano –en su caso de Cartagena– de 27 años que va por el tercer año de la especialidad (R3). En 2025 habrá concluido su formación y en cuanto salga por las puertas de La Paz las clínicas privadas se lo rifarán para contratarle. Con el futuro laboral resuelto por ese lado, a él le gustaría no dejar la atención hospitalaria porque el día a día con los pacientes es lo que le llena.
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Rafa sacó el puesto 32 del MIR e inició Medicina en la Complutense «con una desinformación enorme» sobre lo que hace un dermatólogo. «La mayor parte de la gente tampoco lo sabe y de ahí vienen los comentarios de que sólo ponemos bótox».
Él descubrió la dermatología a lo largo de la carrera y le gustó comprobar que la especialidad permite desarrollar distintas facetas de la medicina, incluida la parte clínica, la quirúrgica y la estética. También el trato «cara a cara» con pacientes de todos los rangos de edad, «desde bebés de seis meses a señores de 96», y la proximidad del diagnóstico.
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«Puedes dar mucha calidad de vida con actos muy resolutivos y muy rápidos, en los que el paciente viene, se le diagnostica y se le trata sobre la marcha». Y recuerda que tratan patologías graves, de esas que crean un vínculo emocional con el enfermo tan fuerte como el que se puede generar en otras áreas como la oncología. De hecho él mismo ha diagnosticado melanomas y linfomas cutáneos (por citar dos tipos de cáncer) a pacientes «que me han marcado», por no hablar de cuando ha tratado a niños con el cuerpo devorado por sarpullidos que le suplican que les quite el picor.
«A los que frivolizan con el bótox me gustaría verlos ante un enfermo que te llega plagado de eccemas desde la uña del dedo gordo del pie al último pelo de la cabeza, y que te dice que no duerme de dolor y que está al borde de la locura».
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El día a día hospitalario de los dos futuros dermatólogos resulta una caja de sorpresas. Les ha ocurrido estar pasando consulta y observar, en un paciente que les ha venido por otro motivo, un bulto o una mancha sospechosa, que tras analizarla ha permitido diagnosticar y extirpar a tiempo una lesión tumoral, y quizá salvarle la vida. Ese 'ojo clínico' no cae del cielo; es fruto de años de estudio y formación. Por eso se revuelven en sus asientos, y no precisamente de picor, cuando se les sugiere que en la elección de su especialidad ha podido pesar más la vacación que la vocación, la búsqueda de la calidad de vida y el dinero antes que el espíritu asistencial que encarna la medicina.
«Es verdad que los dermatólogos no hacen guardias de 24 horas (Sanidad quiere acabar con ellas esta legislatura), aunque los MIR sí las hacemos, pero eso también te penaliza en el sueldo. A cambio tienes más calidad de vida en el sentido de que no tienes que pasar las noches aquí. Te reconozco que las guardias de cardiólogos e intensivistas pueden ser un calvario, de las que te pasas toda la noche trabajando sin descansar una sola hora. Pero, francamente, no hacer guardias no es lo más destacado de nuestra especialidad. Tres años después de haber empezado la residencia, no tengo una calidad de vida mucho mejor a la de compañeros de otras especialidades. No hay nadie de nuestro servicio, ni adjuntos ni residentes, que no se mate a trabajar», describe Rafa.
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«Además», añade su paisano Sergio, «a lo mejor eres un médico que no necesitas la presión de estar en acción las 24 horas y prefieres dedicar ese tiempo a tu familia o a ti mismo. Eso es respetable y no por ello te tienen que poner una cruz. El trabajo no tiene por qué condicionar tu vida, pero yo he llegado a hacer treinta extirpaciones cuando debería tener programadas trece como máximo. Aquí en La Paz tenemos las consultas sobrecargadas con listas de espera de casi año y medio», sostiene.
Esas tremendas listas de espera acaban con muchos pacientes que se lo pueden pagar en las consultas privadas. Allí extienden la alfombra roja a los flamantes dermatólogos. No hay suficientes para cubrir tanta demanda y la especialidad es una pasarela de oro a las clínicas: es el perfil mejor pagado con retribuciones de 120.000 euros al año si supera la década de experiencia, frente a los 72.000 en la pública con ese bagaje.
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Aunque el sueldo suele ser un tema tabú, Sergio revela que el suyo como R2 oscila entre los 1.900 y 2.300 euros, «dependiendo de si hago guardias y fines de semana»; el de Rafa ronda los 2.500. Comprometidos con el carácter más asistencial de la medicina, a ambos les gustaría acabar ejerciendo en un hospital público, aunque son conscientes de la inestabilidad laboral del Sistema Nacional de Salud y conocen a adjuntos que siguen sin plaza en propiedad tras 30 años. Quizá por ello no descartan compaginarlo con la red privada, «y no necesariamente la medicina estética», puntualizan cuando se les pregunta por esta lucrativa rama por la que apuestan cada vez más dermatólogos.
Una de ellas es Sara Carrasco, una dermatóloga granadina de 53 años con clínica privada en Bilbao. En su día Carrasco quedó entre las primeras 200 de un MIR de veinte mil aspirantes, y eligió 'derma' por la amplitud de áreas «que no te da otra especialidad». Recaló en el País Vasco, donde compaginó su trabajo en Osakidetza (el Servicio Vasco de Salud) con una pequeña consulta. «Me gustaba todo el ámbito quirúrgico, pero vas evolucionando como profesional y tras ocho años mi área de interés dejó de ser la cirugía dermatológica». Apostó entonces por la dermatología estética enfocada al cuidado integral de la piel. Hoy su empresa, el Grupo Doctora Carrasco, cuenta con tres centros en Bilbao y 21 trabajadores.
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–Entonces doctora... ¿se vive bien?
–Sí, pero nadie elige ser dermatóloga por comodidad o dinero.
El profesor y especialista en dermatología Pedro Herranz, con una experiencia de 30 años, los últimos ocho como jefe del servicio en La Paz, está orgulloso de sus MIR. Tiene ocho bajo su tutela y dice que todos «se vuelcan más allá de lo exigible». El médico no se cansa de recordar a sus pupilos su responsabilidad social. «Si alguien elige la especialidad pensando exclusivamente en que va a aprender una técnica para luego aplicarla en su vida profesional privada tenemos un problema. No estamos formando a médicos con los impuestos de todos para no obtener un retorno social de su formación». Como responsable, ha instruido a decenas de Mir y «en absoluto» ve incompatible la dermatología asistencial a nivel público y el trabajo en las clínicas privadas (él tiene una), donde suele pesar más la faceta estética. «No hay que enfrentar la medicina pública a la privada», opina. A Herranz le preocupa «el intrusismo» en la profesión, y se queja de los bajos sueldos y la inestabilidad laboral que sufren «todos» los médicos de la sanidad pública. «Están infratratados».
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