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Los aventureros con las tribus mongolas.
Lejos de las tribus

Lejos de las tribus

Marián Ocaña y Vicente Plédel llevan tres décadas recorriendo el mundo sin detenerse. «No soportamos el ego de los que quieren ser 'el primer blanco' en descubrir una etnia perdida»

Antonio Corbillón

Valladolid

Domingo, 25 de agosto 2019, 10:30

La gran aventura no siempre exige ser el primero en descubrirle al mundo una tribu remota u hollar una montaña que nadie ha pisado. Es más, lo difícil y tal vez más meritorio sea ser capaz de recorrer 120 países durante más de un cuarto de siglo y contar su cotidianidad. Sin aspavientos ni excesos de explorador tardío. En pleno 1992, mientras España se aprestaba a demostrar al mundo que era un país abierto, Vicente Plédel y Marián Ocaña decidieron salir ahí fuera a pregonarlo por su cuenta. Empezó un viaje 'non stop' que todavía no se ha detenido. Arrancaron su particular rally vital tras los pasos de Alejandro Magno e, imbuidos de su espíritu, conquistaron los 65.000 kilómetros, 21 países y tres continentes que encontraron entre su casa de Ceuta y el Himalaya. Solo se detuvieron delante de sus paredes de 8.000 metros.

Sus apellidos son hoy una referencia en la literatura, el periodismo y la divulgación de viajes y rutas. Detrás de cada proyecto suelen trazar un plan con el que explorar y mezclar la historia pasada con la geografía actual. Han recorrido la ruta de la reina de Saba, los reinos perdidos de África, de los vikingos, del desierto... Dedicaron cuatro años al viaje total: la Ruta de los Imperios, en la que se perdieron por los cinco continentes tras las grandes civilizaciones humanas que fueron naciendo y desapareciendo a través de los siglos.

Con los kalash (Pakistán) .

Pero el destino que más les ha interesado es hacia la gente que habita esos lugares, «que es lo que justifica siempre cualquier viaje, porque llega un momento en que ya no vas a encontrar paisajes con los que exclamar '¡esto es el no va más!'». Cuando hablan con este diario, Vicente y Marián acaban de llegar de una ruta de un año por los contornos que dibujó Gengis Khan. Es un homenaje a sus bodas de plata expedicionarias. Aunque llevaban viajando tiempo atrás. Están en su casa al otro lado de Gibraltar pero el subidón aún dura. Se quitan la palabra, son un torrente de energía en acción.

En estas casi tres décadas han caído cientos de miles de kilómetros y peripecias. Con la mente radicalmente abierta a lo que la ley del camino disponga. Pero la pareja tiene algunas líneas rojas:«Nunca hemos intentado acercarnos a etnias o tribus que no quieran tener contacto con lo que llamamos civilización», explica tajante Vicente Plédel.

Primer plano de los aventureros.

Este dúo conoce como nadie los señuelos del turismo o los egos que puede desarrollar. «No soportamos la frase esa de 'el primer blanco que visita...'», porque «las poblaciones que quieren vivir aisladas nunca han estado en nuestros planes», insisten al alimón. Zanjan así cualquier petición sobre algún lugar apartado de la Tierra que puedan hacer enteramente propio. No reniegan del turismo y, aunque se mueven lejos de las rutas convencionales, ven «licito» que cada cual viaje como «quiera o pueda». Pero apuestan más por viajes que «no avancen como un tsunami y que respeten el entorno y las costumbres locales».

La llamada de la ruta

El gusanillo nómada le entró a Plédel a los 14 años. A los 16 ya se aventuraba a viajar en autoestop. Las becas en el extranjero para continuar sus estudios de Arquitectura y sus primeros destinos laborales le convencieron de que había equivocado el camino.

Marián Ocaña también fue completando por el camino Geografía e Historia. Los viajes con los medios más elementales (mochila, trenes, autobuses, algún alquiler), dieron paso al diseño de la primera ruta en vehículo propio. Con él se hicieron tres continentes. Esoles acabó de situar ante el volante de su vida.

Desde entonces ha pasado ese cuarto de siglo en el que, cada vez que cerraban la puerta de casa, se embarcaban en expediciones siempre a ras de suelo, por la convicción de que, más que llegar, «lo importante siempre es el viaje». Y el viaje se siente y se pisa. No se sobrevuela, ni se acorta.

Personal

  • Vida nómada. Vicente Plédel (París, 1961) y Marián Ocaña (Ceuta, 1966) han conquistado desde la ciudad autónoma de Ceuta todos los caminos sin asfaltar del planeta.

  • 170.000 kilómetros recorrieron en la Ruta de los Imperios, en la que invirtieron cuatro años. Han cruzado 117 fronteras en los seis continentes. En www.ruta-imperios.com se reflejan sus expediciones más importantes y los enlaces a Instagram, Facebook, canal Youtube y el historial completo en Linkedin.

  • Complementarios. Vicente estudió Arquitectura y Turismo y aporta la base logística y técnica. Marián es profesora de Geografía e Historia que aprovecha su formación para documentar los aspectos culturales y etnográficos de sus expediciones.

De esta forma, se embarcaron en una fórmula que han aplicado todos estos años y nunca les ha fallado. Se convirtieron en «un trío inseparable»; es decir, ellos dos y su fiel 4x4. «En realidad se nos acabó el asfalto. Y pensamos que con un todoterreno podíamos llegar a donde no llegaba nadie», puntualiza Vicente.

Sus exploraciones durante meses o años en los noventa (también hoy) requerían unos fondos de los que carecían y encontraron la solución en el patrocinio. Y todo viajero sabe que uno de los aspectos más importantes del proyecto es prepararlo (mapas, rutas, etapas...) y lo más duro es la financiación. «Te deja secuelas psicológicas irreversibles», dramatiza para quitarle hierro Marián Ocaña. En aquellos primeros contactos, lo más frustrante no era llamar a las puertas. Ni siquiera escuchar un 'no'. «Era peor recibir el silencio. Es decir, que ni siquiera te respondan. Al menos con la negativa ya sabíamos a qué atenernos».

Creadores de una web de viajes pionera en España (www.ruta-imperios.com), sus trabajos han llegado hasta el Explorer Club (Nueva York), la Fundación Explora o publicaciones en la Sociedad Geográfica Española, y llenan revistas nacionales y extranjeras. Un bagaje al que han llegado gracias a una suerte buscada pero desde la máxima profesionalización. Y abiertos a la improvisación, lo que a veces les permite duplicar el tiempo previsto si es necesario para realizar sus rutas. Y sobrevivir al intento. «Lo aprendimos enseguida –habla Marián–. Cuando más loca es la aventura, más cuerdo debe estar el aventurero».

Cuando comenzaron no había ni GPS. Ahora cruzan escenarios con información en tiempo real en lugares cercanos a las docenas de conflictos bélicos de media y baja intensidad que hay por el mundo. Durante su última ruta, la de Gengis Khan, dedicaron tres semanas a cruzar el Irak que aún combatía los estertores finales del Estado Islámico (ISIS).

Situaciones no siempre predecibles en las que lograr un visado es más fácil de lo que parece. Pero te puedes encontrar «en tierra de nadie si vienes de la burocracia y vas hacia el conflicto». Su experiencia y saber medir riesgos les permitió conducir el primer coche español que entró y salió del Irak de hoy.

Vivac de subsistencia

Insisten en que con un todoterreno se llega a «lugares inverosímiles». Pero lo inverosímil de su relato es la de veces que han pasado por casi todos los escenarios del planeta (siete veces por aquí, nueve por allá, cinco por tal ruta africana...) sin fallos mecánicos que lograsen detenerles.

Con etapas de extrema dureza por el calor en el desierto del Sahara, a 50ºC en pleno julio y agosto («no volveremos a hacerlo nunca»). Con algún atasco en la arena de ese mismo desierto en el que necesitaron hasta cinco horas para avanzar 100 metros. O por el frío. Como en Mongolia donde se les congeló el gasoil y las nevadas hicieron desaparecer el mundo y cualquier señal transitable («pensamos que de allí no salíamos»).

Viajar con rumbo pero sin prisa siempre es dejar abierta la puerta al imprevisto. Como aquella vez que se perdieron por el desierto de Cholistán (Pakistán), un arenal dos veces más grande que la provincia de Valladolid donde les hablaron de unos castillos ignotos desde los tiempos del imperio mogol de la India. En su siempre profusa documentación «apenas había línea y media» de esos restos.

No solo los encontraron y documentaron. Lo hicieron gracias al boca a boca de las aldeas locales. En esos lugares en los que los telediarios suelen hablar de conflictos y violencia, Vicente y Marián han vivido «las mejores experiencias humanas. Gente de la que nos despedíamos llorando y con los que hemos mantenido contacto por carta durante años».

Hablan de kurdos, iraquíes, paquistaníes... Personas sin maldad que están tan orgullosas de sus orígenes, que no les interesa competir en nada. «Te abren su vida y muestran una curiosidad sana, infantil. Inocente para nosotros». Para garantizar en lo posible que uno puede detenerse a compartir situaciones así, convierten su 4x4 en una especie de fortín con comida y suministros para 15 días. «Así podríamos aguantar un asedio de dos semanas. En ese tiempo ¡alguna solución aparecerá o se nos ocurrirá!», confiesa siempre optimista Marián Ocaña.

–¿Hay alguna norma que funcione siempre, sea donde sea?

–La diplomacia. Cuando sales de tu país estás siempre en desventaja. Con paciencia y mucha educación se suele arreglar casi todo.

La pregunta abre paso al capítulo de la burocracia de frontera, un clásico del viajero vaya a donde vaya. Siempre habrá algún policía o funcionario deseando sacarte unos dólares para continuar. «En estas situaciones hay que conciliar tu rechazo a fomentar las 'mordidas' con una salida digna al corrupto de la barrera». En su caso, la falta total de prisa por llegar a ningún sitio hace que el tiempo juegue a su favor. «Cuando alguien se convence de que, para sacarte 20 dólares, va a necesitar días de paciencia, acaba reconociendo que no le merece la pena». Lo que sí merece la pena para lanzarse a cruzar el mundo es, según esta pareja, dejarse mecer por «la inmensa tribu global que es el ser humano».

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