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Ha fallecido José Guillermo García Valdecasas y Andrada Vanderwilde a los 80 años de edad y en plena actividad creativa: la muerte le ha sorprendido trabajando hasta el último momento en un tratado sobre Estética. Dotado de una memoria prodigiosa y poseedor de una cultura ... vastísima, era el perfecto anfitrión de veladas en las que todos los temas eran posibles, desde el Concilio de Éfeso hasta la Teoría de la Relatividad, por poner un ejemplo.
Su oído musical era tan excepcional que el profesor de música del colegio donde estudiábamos, Roberto Pla, me llamó para decirme que Dios le había concedido el don de ser director de orquesta, encomendándome, por ser su mejor amigo, intentar disuadirle de estudiar Derecho. Este talento musical, unido a su conocimiento del teatro y su capacidad como filólogo, le permitieron rescatar y transcribir en 1977 la ópera histórica española Celos aún del aire matan, con libreto de Calderón de la Barca y música de Juan Hidalgo, haciéndola representable con gran éxito.
A él le debemos el hallazgo del códice original del Cántico Espiritual «B» de San Juan de la Cruz, que comunicó a la comunidad sanjuanista en un Congreso celebrado en Roma en 1991. Dentro de este mismo campo de la Crítica Textual, José Guillermo poseía una particular capacidad para distinguir lo apócrifo de lo original. Su libro La adulteración de la Celestina (2000), en el que suprime innumerables añadidos al texto original, representa un antes y un después en los estudios sobre esta obra maestra de nuestra literatura.
Fue, como puede apreciarse, un formidable erudito, dotado de una insaciable inquietud intelectual y estética, que le llevó a cultivar los más variados géneros literarios – teatro, novelas, cuentos, ensayos, artículos, conferencias – dejando una extensa obra publicada. Entre sus libros recordaré, en primer lugar, una novela, «El huésped del Rector» (1985), Premio Café Iruña, los relatos contenidos en el libro «Trivio de Espejos» (1991) y una obra de teatro, «En el tiempo abolido», que se publicará en breve. También ha de mencionarse el fundamental volumen «Las artes de la paz» (2007), en donde, con ocasión de los 30 años de José Guillermo como rector del Real Colegio de España en Bolonia, sus colegiales reunieron buena parte de sus obras menores, tanto publicadas como inéditas.
El gran amor de su vida, después de su esposa María Cañedo, fue el Real Colegio de España en Bolonia; y su vocación, la de ayudar a formarse a los colegiales que allí estudiaron durante sus 38 años de rectorado.
Cuando accedió al cargo de rector, el Colegio de España se encontraba en deplorables condiciones económicas. Pero nada iba a arredrar el gran ánimo de José Guillermo, quien renunciando a su sueldo, con la inestimable ayuda, complicidad y apoyo de María y una fe inquebrantable en Don Gil de Albornoz, fundador de la institución en 1364, emprendió la ardua tarea de restaurar el Real Colegio en todos sus frentes. Consiguió primero sanear económicamente su patrimonio; después logró hacerlo en lo académico, logrando que la titulación de los Colegiales tuviera el grado de Doctorado Europeo; y finalmente se ocupó, durante años, de la restauración física del palacio histórico del Colegio y de sus inmuebles, logrando en 2012 el Premio Europa Nostra a la Conservación del Patrimonio.
Su dedicación a los colegiales fue total, apasionada y todavía, en su modestia, me comentaba hace unos días con asombro y agradecimiento las numerosas manifestaciones de afecto que estaba recibiendo de ellos con motivo de su enfermedad.
Caballero de Honor y Devoción de la Soberana Orden de Malta, Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y Caballero Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana, entre otras distinciones, con él se ha ido uno de nuestros últimos humanistas, pero sobre todo un auténtico hidalgo, un gran señor ejemplo de integridad y de entrega a sus responsabilidades.
Quiero terminar estas líneas con unas frases suyas dirigidas a sus queridos colegiales hace unos días: «He tenido una vida inmerecidamente maravillosa. Desde hace un lustro, sólo con miedo por el asalto al Colegio de España. Ahora ya me acojo a la sabiduría griega: la muerte de un joven es un naufragio, la del anciano es la llegada al puerto. Mi situación no tiene nada de triste. Conlleva un toque sentimental. El pensamiento se centra en la familia, los seres queridos, los instantes hermosos. Todo se apaga y borra menos lo que es amor. Os quiero como nunca». Dios lo tenga en Su Santa Gloria.
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