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Isabel Celaá
Koldo Domínguez
Martes, 22 de abril 2025, 00:02
Embajadora ante la Santa Sede desde finales de 2021 –logró el plácet del Vaticano varias semanas después–, Isabel Celaá (Bilbao, 1949) ha sido los últimos ... años la interlocutora de España ante la Curia romana, lo que le ha brindado la oportunidad de reunirse con Francisco en innumerables ocasiones. «Me ha tocado mucho su fallecimiento. Tengo mucha tristeza. Es una gran pérdida para el mundo en un momento muy crucial», reconoce.
– ¿Cómo definiría a Francisco?
– Era una persona irrepetible. Era consciente del mundo en el que vivía, un mundo tremendamente cruel y lleno de sufrimiento. Ha sido un gran gobernante, un Papa valiente que ha mantenido su autoridad frente a todo lo que le rodeaba. Nada pomposo y le gustaba hablar claro, al pan pan y al vino.
– ¿Le considera un Papa progresista?
– Yo sí, pero a él no le gustaba que le calificaran de ninguna manera: ni de progresista, ni de conservador. Se definía como un hombre de experiencia. Había vivido cosas muy duras en Argentina, con los golpes militares. Siempre decía: 'Soy una persona que mira los temas de frente y que acoge a todo el mundo'. Daba igual que fueras creyente o no, bisexual, heterosexual, homosexual... Decía 'no soy nadie para juzgarte'.
– ¿En eso chocó con una parte de la Curia?
– Él detestaba el clericalismo, entendido como una Iglesia que se encierra en sí misma. Esa especie de superioridad porque 'yo soy cura y solo hablo de cosas de curas'. Eso para él era un mal. También decía que la excesiva ideología generaba radicalidad y la radicalidad, a su vez, males mayores.
– ¿Y eso lo entendían de puertas para dentro?
– Francisco, por ejemplo, ha incorporado cambios en la manera de formar y educar a los nuevos nuncios. Ha buscado que sean personas más del mundo, que vivan los problemas de la gente y busquen soluciones. Quería que salieran y se enfrentaran a los desafíos contemporáneos.
– ¿Tiene la sensación de que empezó su pontificado con mucha energía, que levantó muchas expectativas sobre su planteamiento modernizador de la Iglesia, y que luego no pudo o no le dejaron desarrollar todas sus ideas?
– Ha sido un hombre muy consciente de la Iglesia en la que estaba. Quiso que los cambios que iba dando fueran acendrándose, que fueran haciéndose carne propia de la Iglesia. Entendía el mundo desde las periferias, las geográficas y también las sociales y religiosas. Por eso ha sido el Papa de los pobres, de los vulnerables, de los que tenían hambre, de los que tenían necesidades psicológicas, y ha querido que la Iglesia lo entienda. Y cuando digo la Iglesia, estoy hablando también de la más ortodoxa.
– Uno de esos temas fueron los casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia.
– En eso siempre fue clarísimo. Lo condenó.
– También ha recibido críticas.
– En unos años veremos su pontificado con mucha más perspectiva. Por ejemplo, el concepto capital que deja sobre una Iglesia sinodal, en movimiento, que se reúne y da pasos hacia las necesidades del mundo real, y que no sólo dicta normas y ahí las deja para cumplirlas.
– ¿Qué tipo de Papa elegirán ahora los cardenales como su sucesor?
– Si la Iglesia retrocede y se encierra en sí misma será un drama. Pero creo que el referente que ha generado Francisco no va a ser en vano. Hay demasiada atracción hacia su figura, que se va a ver mucho más a medida que pase el tiempo.
– Con las actuales turbulencias mundiales, la Iglesia puede apostar también por un giro conservador.
– Eso no será una buena receta.
– Lo que sí ha sido es un Papa más mediático que su predecesor.
– Todo el mundo quería estar con él. Todo el mundo. Y les recibía, ya fueran jefes de Estado, presidentes de Gobierno, ministros o artistas. Se levantaba a las cuatro de la mañana para poder tener cinco o seis audiencias cada mañana. Afortunadamente ha estado acompañado por un equipo leal, encabezado por Parolin (Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano).
– ¿Cómo era en las distancias cortas?
– Tremendamente cercano y con mucho sentido del humor. Siempre sonriente. Desde que me veía ya me decía: 'la mujer de la sonrisa'. Le gustaba que la gente sonriera, él mismo lo hacía porque percibía la sonrisa como un signo de buen ambiente, casi de caridad política. No conozco a nadie, por muy contrario que fuera a su línea, que después de estar con él dijera que no le había gustado.
– ¿Algo que le sorprendiera?
– Tenía mucha memoria. Esto me lo han confirmado personas que sólo habían estado una vez con él y cuando regresaban recordaba el tema que habían tratado.
– Curioso.
– A los visitantes siempre repartía un rosario o una medalla. A mí me decía cada vez: 'creo que ésta no la tienes'. Cuando acabábamos, me acompañaba a la puerta y me confesaba: '¿sabes por qué acompañamos a la gente hasta aquí? Para asegurarnos de que salen' (risas). Y siempre se despedía con un 'rece por mí, rece por mí y no se olvide de los pobres'.
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