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Asediada por las aguas, Sitio Pariahan debe escalar sobre sus propios postes si no quiere desaparecer. Eloisa López-Reuters
Hundirse en el mar o en la ciudad

Hundirse en el mar o en la ciudad

Los Martínez sobreviven sobre esos palafitos que van haciendo cada vez más altos para evitar que acaben bajo el mar. Podrían mudarse a tierra firme, a Manila, pero la amenaza de convertirse allí en mendigos los frena

isabel ibáñez

Domingo, 8 de diciembre 2019, 08:50

Los Martínez son una familia filipina vecina de Sitio Pariahan, que alguna vez fue una isla a 17 kilómetros dentro del mar al norte de Manila. No la busquen en los mapas, pues ni aparece;se trata de un grupo de palafitos, esas casas que se elevan sobre el agua gracias a unos pilares clavados en el fondo, pero hace tiempo que se quedaron cortos porque las aguas empezaron a subir de nivel. Sus moradores decidieron entonces alargar esos sustentos que los salvan del mar añadiéndoles trozos y más trozos de bambú. El responsable era hasta ahora el abuso que se hace en Filipinas de las aguas subterráneas, lo que provoca el hundimiento de la tierra a razón de 4 centímetros al año. Hoy, además, el calentamiento del planeta que está haciendo subir el nivel del mar se suma a la catástrofe de estas gentes, abocándolas a ir haciendo crecer más y más esas patas sobre las que sobreviven o a abandonar sus hogares refugiándose en tierra firme pero enfrentándose a una suerte incierta.

Y ahí tenemos a los Martínez, vecinos de una comunidad que podría ser la versión filipina de 'Aquí no hay quien viva' pero sin gracia, aunque sus habitantes sean bastante felices pese a todo. El padre, Domingo, es el que se encarga de dar a la choza cada vez más altura, sumando segmentos de bambú. Esos palos fueron lo único que quedó del poblado cuando el tifón Nesat les machacó en 2011 «con olas que eran más grandes que las casas», recuerda él. Para salvarse se agarraron a ellos cuando el mar se llevó las plataformas, los tejados y enseres que conforman los palafitos. La escuela también desapareció y con ella 50 familias que creyeron que era mejor marcharse definitivamente.

«Algún día quiero irme y experimentar lo que es vivir tierra adentro», dice la adolescente Danica

Sin embargo, los Martínez permanecen. Los que se quedaron con ellos reconstruyeron la comunidad, pusieron de nuevo las plataformas y los tejados con los paneles solares que les proporcionan la energía necesaria, especialmente para ver la televisión. El agua dulce la sacan de un único pozo. Siguen sin escuela, eso sí, y Domingo lleva a sus hijas Danica y Cindy en su bote, 30 minutos navegando si quieren ir a clase, y muchas veces llegan empapadas por culpa del oleaje. Ese mismo bote que les sirve para ganarse la vida, atrapando los cangrejos que luego la madre venderá en el mercado para sacar un dinero con el que simplemente subsistir.

La iglesia católica ya está parcialmente sumergida. Nancy Manalaysay, de 54 años, es la encargada de cuidarla. Accede a ella en barca, que la lleva directamente al altar. Sigue limpiando como si nada los santos y las imágenes de Cristo y las vírgenes. La adolescente Danica, de 16 años, recuerda cuando las cosas en su 'barrio' eran bastante diferentes;no hace mucho, los fieles abarrotaban la iglesia y llegaban gentes de otras ciudades para participar en las fiestas y torneos deportivos que se celebraban en sus 'calles'. Todo eso se acabó: «Parece aterrador –dice la joven mirando el agua a su alrededor–, pero te acostumbras a vivir así. Es difícil, pero también divertido».

Se mudaron... y volvieron

La madre, May Jane, no le acaba de encontrar la gracia: «Sin un bote, estás perdido», pero pese a las adversidades, la idea de mudarse a tierra firme no le atrae demasiado. De hecho ya lo intentaron una vez, alquilaron incluso un apartamento en una localidad cercana, pero decidieron volverse poco después. Su esposo, Domingo, dijo que irse no era una opción, porque no hay a dónde ir. «Si trabajas duro aquí, sobrevivirás. Solo tienes que saltar al mar para pescar. En tierra, puedes trabajar duro y aún no tener suficiente», insiste la mujer. «Nuestro sustento está aquí –le apoya su marido– Si se nos pide que nos movamos tierra adentro, sería difícil ganarse la vida. ¿Qué pasaría si nos convertimos en mendigos allí?».

Danica, sin embargo, sueña con abandonar alguna vez este lugar condenado a escalar sobre sus propios postes si no quiere hundirse para siempre en las aguas. Aunque otras zonas en la costa al norte de Manila tienen también ese siniestro destino, y desaparecerán de la misma forma por culpa de los muchos cambios que trae aparejados la crisis climática en la que estamos inmersos. Aquí, en Sitio Pariahan, han empezado a notarse mucho antes que en otros lugares, y como siempre los más desfavorecidos son y serán los más castigados. De hecho, algunas de las consecuencias que los expertos prevén que sucedan en otros puntos del planeta para dentro de 50 años, en este lugar ya están ocurriendo, y a una velocidad mucho mayor de lo esperado.

«Algún día también quiero irme y experimentar lo que es vivir tierra adentro», suspira Danica.

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