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Basta con conducir un par de horas por cualquier rincón del laberíntico entramado de carreteras que recorre España para toparse con uno de estos memoriales adornados con cruces y flores con los que alguien brinda su silencioso homenaje a un ser querido que allí perdió la vida. Ramos atados con esmero al quitamiedos, al poste que anuncia la inminente llegada al próximo pueblo, o a la farola que alumbra el camino. Todo sirve para mantener vivo el recuerdo con un gesto que a algunos les calma el profundo dolor que causa cada tragedia en la carretera. Un hábito que sirve también para recordar al conductor del riesgo del viaje y le invita a tomar precauciones aunque, en algunos casos, solo consiga alimentar el dolor y hurgar en una herida que, en la mayor parte de los casos, nunca se cerrará.
Maribel Fernández lleva 18 años pendiente de que nunca falte un ramo de flores en el lugar en el que encontraron el cadáver de su hijo Jonathan una fría mañana de invierno de 2001. Ella es de los que creen que sus flores, además de rendir tributo a la memoria de su hijo, quizá logren que alguno de los que habitualmente transitan por la vía en la que le arrebataron la vida extreme las precauciones.
Aquella tarde de enero, una conductora embistió a Jonathan cuando se dirigía a la parada del autobús escolar en Allendelagua (Castro Urdiales, Cantabria) que iba a llevarlo al instituto. Una mujer que, después de arrastrarle con su vehículo durante 60 metros, causándole la muerte, se dio a la fuga. «No se presentó en la comisaría con su abogado hasta horas después. Mientras, nosotros buscamos y buscamos el cuerpo de nuestro hijo por la cuneta hasta que dimos con él».
Maribel, que periódicamente repone ramilletes y tiestos en el lugar de la tragedia con la misma devoción de la primera vez, opina que cualquier campaña que incluya una imagen real, sobre todo si intervienen en ella víctimas de accidentes, es especialmente efectiva. «Creo firmemente que los anuncios de ese tipo inciden más en la población a la hora de concienciar de la necesidad de tener precaución. Igual que creo que ver una cruz o unas flores al pie de la carretera te lleva, de algún modo, a reducir la velocidad. Es como si te toparas con un radar», asegura.
A ella le resulta imposible desligarse del lugar en el que perdió a Jonathan. «Tardamos más de media hora en encontrarlo, ya había oscurecido y recorríamos la carretera una y otra vez. Así, hasta que dimos con él». La tristeza de Maribel sigue tan viva como la de los miles de personas que cada año sufren una pérdida por culpa de la carretera. En 2018, según fuentes de la Dirección General de Tráfico, se produjeron en España 1.072 accidentes mortales en vías interurbanas que dejaron un reguero de 1.180 muertos. Bastantes menos que el año anterior (-1,5%), pero siempre demasiados.
1,25 millones de personas. Cada año mueren en el asfalto 1,25 millones de personas en todo el mundo; otros 50 millones sobreviven con lesiones derivadas de esos accidentes.
1.180 El año pasado se cerró con 1.180 víctimas mortales en accidentes de tráfico en España, lo que supuso un 1,5% menos que en 2017.
La norma. Siempre que no supongan una distracción para el conductor, los monumentos conmemorativos junto a la carretera se permiten. Nadie osa tocarlos.
709 Personas fallecieron en siniestros de tráfico en vías interurbanas en los primeros ocho meses de este año. De ellas, 504 perdieron la vida entre enero y junio, a un promedio de tres víctimas diarias. Peores son los datos del verano: desde el 1 de julio hasta el 27 de agosto, otras 205 personas murieron en la carretera.
Ese mismo año, apoyando las tesis de Maribel, Ponle Freno, la acción de Atresmedia dedicada a la Seguridad Vial, puso en marcha una campaña que bautizó 'Ramos de concienciación de accidentes'. Los responsables de la iniciativa entendieron, igual que lo han hecho infinidad de familias en todo el mundo, que el ramo de flores es el símbolo emocional perfecto para concienciar sobre las consecuencias de un accidente de tráfico, y que esos ramos que salpican las carreteras no solo representan a las víctimas, sino a los familiares que sufren su pérdida.
Hace ya unos años que Diego Caballo, profesor de fotoperiodismo y exredactor-jefe del servicio gráfico de la Agencia Efe, reflexionó que en esas imágenes había decenas de historias desgarradoras que valía la pena contar. Por eso decidió colgarse su cámara Leica, pertrecharse de decenas de carretes y embarcarse en una aventura personal tratando de inmortalizar muchos de esos mausoleos. Lo hizo sin imaginar que el último punto kilométrico que fotografiaría sería aquel en el que había muerto su hijo Juan Diego con solo 29 años. «Comencé mucho antes. Un día que iba en el coche con mi mujer, al pasar por un lugar con flores atadas en el arcén, pensé en todas las historia que había detrás. ¡Cómo iba a imaginar entonces que mi propio hijo perdería la vida en un lugar como aquel!». De aquello surgió una exposición con treinta instantáneas en blanco y negro, seleccionadas entre las cerca de dos mil imágenes de flores, cruces, huellas de neumáticos... recogidas por la cámara de Caballo durante más de tres años en diferentes carreteras de España, especialmente en Extremadura. Imágenes que han recorrido buena parte del país, con las que el autor clama por que «cada vez haya menos flores muertas en el arcén».
Justo en el kilómetro 30,8 de la A-348, a la altura del término municipal de Torvizcón (Granada), una cruz y varias ramos de flores recuerdan desde hace 16 años que José Julio perdió allí la vida. Su coche se salió de la calzada y chocó contra las vallas de la carretera poco después de las 7.30 de la mañana cuando el joven se dirigía a la gasolinera de su familia para comenzar la jornada de trabajo. Poco después Julio, su padre, aún al frente del negocio con su hijo Alberto, colocó una cruz en su memoria. Araceli, su mujer, es la que se encarga desde entonces de llevarle flores. Nunca, y van ya a cumplirse 16 septiembres, han faltado. «Mi mujer se encarga de reponerlas. Sí, para nosotros es una forma de mantener vivo su recuerdo. Está ahí, apenas le faltaban dos kilómetros cuando tuvo el accidente. Murió al llegar al hospital, no hubo nada que hacer», lamenta Julio. Aquel año en el que su hijo les dejó, 4.032 personas perdieron la vida en España en 3.446 accidentes mortales. Ellos creen que ese pequeño altar junto a la carretera puede aleccionar a otros a extremar las precauciones.
Aunque Fernando Muñoz, vicepresidente de la Asociación STOP Accidentes, entiende que hay quien encuentra consuelo en hacerlo, él no cree una buena idea acudir una y otra vez al lugar en el que tu hijo, tu mujer o tu padre ha perdido la vida y colocar unas flores. «Sin duda respeto a quien lo hace, pero si te respondo como Fernando Muñoz te digo que es una práctica que nunca me ha terminado de gustar. Creo, que en realidad, es una manera de inmortalizar el dolor que ya no nos va a quitar nadie, pero es cierto que hay a quien le ayuda».
Su hijo Germán se salió de la autovía de Extremadura cuando tenía 25 años y murió en aquella carretera. «Debió de quedarse dormido un instante y cuando quiso volver a su raíl no pudo y se topó con el pilar de hormigón. Aquello ocurrió el 25 de agosto de 2007. Era un día perfecto, acababa de parar a comprar una Coca-Cola, iba despacio... su caso nos sirve para demostrar que le puede ocurrir a cualquiera y que todas las precauciones son pocas».
Muñoz lleva ya muchos años trabajando con STOP Accidentes convencido de que hay que seguir luchando desde todos los frentes para que lo que le pasó a su hijo no les suceda a otros. «El problema es que no hay conciencia del riesgo, de que cada vez que miras el móvil o tomas una copa estas jugando a la ruleta rusa. ¿Que si hemos avanzado? Cualquiera que tenga ya unos años sabe que la situación no tiene nada que ver con la de la España de los años ochenta o noventa... Desde luego que hemos avanzado, pero, como dice Pere Navarro, máximo responsable de la Dirección General de Tráfico, nunca son menos muertos. En los temas de seguridad solo hay días malos y días peores». Jornadas que dejarán nuevos puntos kilométricos sembrados de tristeza y flores.
La bicicleta blanca que aparece en la fotografía permanece varada junto a la entrada del metro Banco de España, en pleno centro de Madrid, en recuerdo del chico que un mal día perdió allí la vida. Es solo una de las más de 600 bicicletas blancas que observan a los viajeros desde diferentes urbes como homenaje a los ciclistas a los que un coche arrancó la existencia. Son bicis sujetas a postes, vallas y bancos de la calle, con una apariencia casi surrealista. Quien no conozca la historia podría pensar que son vehículos abandonados o el último capricho de un artista conceptual de Malasaña.
Hay quien dice que la primera bicicleta fantasma apareció en 2003 en Saint Louis (Misuri). Aquel día, el testigo de una colisión entre un ciclista y un automóvil colocó una bicicleta pintada de blanco en el lugar con un mensaje que decía: «El ciclista se golpeó aquí». Antes, Jo Slota, un artista californiano intrigado por la cantidad de bicicletas abandonadas que encontró alrededor de la ciudad, comenzó a pintarlas de blanco sin saber que su obra se convertiría en todo un símbolo. Y es que cada bicicleta fantasma, como Slota las bautizó, encierra la historia de una vida truncada. Son bicis que parecen muertas; que tuvieron un dueño que nunca volverá.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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