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Cedillo, en el lado extremeño, está a ocho kilómetros, a través de la frontera hispano-portuguesa, de Montalvao y, décadas atrás, era común que los vecinos de un pueblo visitaran a los del otro dándose un paseo. Ahora, salvo los fines de semana, tienen que dar un largo rodeo de decenas de kilómetros porque está prohibido atravesar la carretera que ataja por el embalse de Cedillo, en el punto más occidental de Extremadura. El pantano, propiedad del Estado, lo gestiona Iberdrola y se ha convertido en un tapón justo antes de que el Tajo se convierta en el Tejo y siga su curso a través de Portugal.
Los dos países por los que discurre el río, que serpentea durante 1.007 kilómetros desde la Sierra de Albarracín, en Teruel, hasta Lisboa, firmaron en 1998 el Acuerdo de Albufeira, que concluía que España está obligada a dejar correr un caudal mínimo cada año (2.700 hectómetros cúbicos) para abastecer la cuenca portuguesa. Y, para evitar que España abusase de su ventaja de tener primero el agua, se comprometía a asegurar un flujo mínimo cada semana (siete hectómetros cúbicos), cada mes y cada trimestre.
El movimiento por el Tajo (proTEJO en portugués) escribió una carta el 27 de septiembre que iba dirigida a Joao Pedro Matos, ministro luso de Medio Ambiente y Transición Energética, y a Teresa Ribera, ministra española para la Transición Ecológica, para que esclarecieran qué estaba pasando con la cuenca del Tajo, convertida en un gran barrizal con un pequeño hilo de agua, y por qué los embalses de Cedillo y Alcántara habían dejado correr un gran caudal en septiembre –dejó salir 200 hectómetros cúbicos en quince días, según la denuncia–, cuando estaba a punto de cumplirse el plazo en el que España no había alcanzado la aportación de agua rubricada. «Están arruinando nuestra economía», protestaban por el impacto del déficit hídrico en las regiones de Beira Baixa, Alto Alentejo, Ribatejo y Estremadura. Porque habían pasado de la sequía a un torrente de agua que acabó perdiéndose bajo el puente 25 de abril, en su desembocadura en el Atlántico.
El problema parece provenir de varios puntos. La decisión de Iberdrola –tiene la potestad de descargar agua en función de sus necesidades de producción– y la Confederación Hidrográfica del Tajo (CHT) de desaguar a la vez desde las presas de Cedillo y Alcántara, y de la Agencia Portuguesa de Medio Ambiente (APA), por no preocuparse antes y prepararse para no desperdiciar esa avalancha que terminó en el mar a pesar de las enormes necesidades hídricas de la ribera del Tejo.
La CHT asegura que ha cumplido «estrictamente»con sus obligaciones semanales, trimestrales y anuales. Y la APA le respalda. Pero a proTejo no le cuadran las cuentas y afirma que la tierra agoniza en el flanco portugués de la cuenca, donde Luis Ferreira, alcalde de Castelo Branco, desliza a 'El Confidencial' que España estuvo racionando el agua del Tajo porque confiaba en que la Unión Europea declarase el estado de sequía, una decisión que le hubiera eximido de cumplir su contrato con Portugal, sin tener en cuenta el daño que causaba a su vecino. «El impacto sobre el ecosistema y nuestra economía es brutal. Dependemos del turismo y el Parque Internacional del Tajo es fundamental para nosotros. Sin agua, nos quedamos sin recursos. Están destruyendo nuestro patrimonio natural», clama.
El más largo de la Península El Tajo nace en Fuente García, a casi 1.600 metros de altitud, y desemboca en Lisboa después de recorrer 1.007 kilómetros: 816 por España (Teruel, Guadalajara, Cuenca, Madrid, Toledo y Cáceres), 47 por la frontera y 145 en Portugal.
80.600 kilómetros cuadrados abarca su cuenca, un área con más de diez millones de habitantes. El 69,2% de esta superficie es española y el 30,8%, portuguesa.
El alcalde de Castelo Branco se ha reunido con Antonio González, su homólogo de Cedillo, para reclamar una solución a este desastre medioambiental a través de un comunicado en el que condenan la gestión de los caudales en el curso del Tajo Internacional. «Han originado elevados perjuicios ambientales, turísticos y económicos. La situación es inédita e inaceptable, demostrando una profunda insensibilidad hacia este territorio. Los alcaldes exigen que la situación actual no vuelva a repetirse en el futuro», comunican los ediles.
Aunque el problema de la sequía, como han constatado en Guadalajara, no es exclusivo del lado portugués. Otro de los problemas es que el Tajo, según los estudios que se han hecho, conlleva una particularidad: no tiene una dinámica fluvial, no tiene crecidas ni periodos de estiaje. Algún experto se atrevió incluso a calificarlo como un río «con encefalograma plano».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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