Eros tácito y Eros explícito
Literatura ·
La literatura recorre en este campo un largo camino que va de la perversión de Sade a la elegante elipsis de BarojaSecciones
Servicios
Destacamos
Literatura ·
La literatura recorre en este campo un largo camino que va de la perversión de Sade a la elegante elipsis de BarojaEn 'Sentimental', una novela que Sergi Pàmies publicó en 1995, el protagonista se siente irresistiblemente atraído por la voz sensual que anuncia los vuelos a través de la megafononía de un aeropuerto. No conoce el aspecto físico de la chica, pero se ha enamorado ... perdidamente de esa voz y no parará hasta conocer a su propietaria y hacerla suya. En el extremo opuesto de ese tácito e inaprensible erotismo, no exento de humor ni de capacidad de sugerencia, estaría toda la obra de Henry Miller, que alcanza en 'Sexus', la primera entrega de su trilogía 'La crucifixión rosada', su sexualidad más grosera y explícita. Incluso a la Mara de la que dice estar enamorado la trata como a un trapo cuando consigue desahogarse en ella. El paradigma sexual del escritor neoyorquino es indefectiblemente el 'aquí te pillo y aquí te mato', un alarde de machismo y brutalidad que linda en ocasiones con la violación. Si la resistencia femenina al abordaje sexual masculino (resistencia muchas veces lúdica) es una clave de buena parte de la literatura erótica, la de las páginas de Henry Miller sería una modalidad de 'juego duro' porque en ellas el famoso 'no es no' es sinónimo de 'sí o sí'. A ese hecho se suma un ingrediente que en esta época sería comprometedor: el carácter autobiográfico de sus escritos, que excede el blindaje que otorgan las aduanas de la pura ficción.
Su caso rompe, por otra parte, ese tópico de que la buena literatura es la erótica y la mala la pornográfica. ¿Es pornográfico Henry Miller? Probablemente sí por lo que tiene de expreso, pero ese aspecto no priva a su obra de una voluntad estética que radica paradójicamente en la radical ausencia de elementos estetizantes. A lo cual cabe recordar que la mala literatura erótica a menudo peca de un manido lenguaje que se pretende poético y en el que no faltan las apelaciones retóricas a lo dulce –el néctar, el almíbar, el licor, el jugo, el zumo, la resina, la leche, la miel, el preciado elixir…– hasta producir una sensación de empalago y empacho.
La división entre erotismo y pornografía atendiendo al cariz explícito o implícito de las descripciones se queda corta y pacata ante escenas como la del 'Ulises' de Joyce, en la que Leopold Bloom se masturba en la playa de Sandymount contemplando las bragas azules de Gerty MacDowell, una adolescente cojita. Por un lado, se trata de una imagen tan políticamente incorrecta como proverbialmente escabrosa. Por otro lado, estamos ante una obra cumbre de la literatura universal a la que no puede negársele una inequívoca voluntad literaria.
El Eros joyceano se adentra en lo escatológico allanando un camino que transitarían el Bataille de 'La historia del ojo' (1928), el Céline del 'Viaje al fin de la noche' (1932) o el Genet de 'Santa María de las flores', obra escrita en la cárcel de Fresnes en 1944 y publicada cuatro años después, en la que la experiencia homosexual se mezcla con la de la violencia y con un mensaje antiburgués y contestatario. Incluso en lo que se refiere a este último aspecto ideológico, que de un modo u otro impregna las obras de estos tres autores franceses, puede rastrearse la herencia del marqués de Sade, el innegable referente arquetípico de esa literatura de la perversión en la que nunca faltaba el discurso ilustrado y revolucionario. Así ocurre en 'Justine o los infortunios de la virtud', que, por cierto, Sade escribiría durante su larga estancia en la Bastilla, la prisión por antonomasia, o en 'La filosofía en el tocador'. En ambas obras, las vicisitudes de las jóvenes heroínas están a menudo trufadas de peroratas contra la moral y el orden establecidos. El legado de Sade hallaría un texto epigonal edulcorado por la estética del 'porno blando' y el manierismo 'new age' en la 'Historia de O' de Pauline Reage.
Sin embargo, no toda la novelística que ha abordado el tema erótico de un modo transgresor y manifiesto ha carecido del lujo del estilo. Entre los autores del 'boom' latinoamericano, el chileno José Donoso constituye un gran ejemplo de esteticismo barroco que podemos degustar en lengua española y en obras como 'El obsceno pájaro de la noche', una monumental novela en la que el sórdido escenario de un asilo de ancianas queda redimido por el deslumbrante onirismo, la exquisitez del estilo y la impagable ironía cuando el desvalido héroe cumple su fantasía prohibida con la bella Inés de Azcoitía. En otra obra de mismo autor, 'Casa de campo', un señorito homosexual sufre un intento de violación a manos de sus lacayos en una mansión decimonónica descrita en un registro de realismo mágico más intelectual y lúdico que el de García Márquez, de quien, por cierto, cabe destacarse como una obra de explícito y provocador contenido sexual 'Memoria de mis putas tristes'. En ella, estira al máximo la diferencia de edad entre el adulto y la adolescente abundando en el tópico pedófilo de la 'Lolita' de Nabokov, que flota también, aunque de manera menos perversa, en el argumento de 'El amante', de Marguerite Duras.
Pese a la escasa fiabilidad que tiene la manoseada dicotomía de erotismo y pornografía como instrumento de crítica literaria, lo cierto es que, cuando el sexo no es evidente en un texto, gana no ya solo en calidad literaria sino en efectividad sugestiva. Por esa razón, si se habla de literatura erótica, es imperdonable omitir el 'Cantar de los Cantares', que es un monumento al deseo que deja corto el esquematismo gráfico y técnico del 'Kama-Sutra' aunque ambos libros compartan su carácter religioso. De ese texto bíblico y de sus alegorías tomadas de la Naturaleza proviene el erotismo velado de las invocaciones al Amado en los versos Santa Teresa de Ávila y de San Juan de la Cruz. El velo de la coartada religiosa para verter en unos versos una profunda carga de sensualidad hallaría una versión místico-paródica y criptosarcástica en nuestro tiempo y en la escritora gaditana Ana Rossetti, con poemas como el titulado 'Festividad Del Dulcísimo Nombre': «Yo te elegía nombres en mi devocionario./ No tuve otro maestro./ Sus páginas inmersas en tan terrible amor/ acuciaban mi sed. Se abrían, dulcemente,/ insólitos caminos en mi sangre…».
Pasando al terreno laico, una escena de referencia en el arte de la alusión es la que, en 'Madame Bovary', protagonizan la heroína del libro y el joven León Dupuis dentro de un coche de caballos que recorre la ciudad de Rouen. Flaubert se sirve de la figura del propio cochero y del poder de sugerencia que tiene la mano de ella tras las cortinas del carruaje para decirlo todo. En su conocido relato 'La dama del perrito', Anton Chéjov esquiva las referencias directas al encuentro de los dos amantes en un hotel a base de diálogos y monólogos de los personajes. Las novelas en las que la concreción física de la sexualidad no aparece aludida de modo directo son innumerables, como aquellas que se refieren a esta con todo tipo de detalles descriptivos. Pero, en esta limitada guía, una obra de obligada referencia en la que el erotismo consigue convertirse en una atmósfera es el 'Elogio de la madrastra', en la que Vargas Llosa plantea una sutil y ambigua relación de afecto y atracción sexual entre un niño y la mujer de su padre, en la que la inocencia va adquieriendo unos tintes inquietantes y perversos.
En el caso de Anaïs Nin y de los relatos eróticos contenidos tanto en 'Delta de Venus' como en 'Pájaros de fuego', puede decirse que sus registros oscilan entre la alusión más descarada y la más velada. Es una escritora que sabe ser gráfica hasta lo soez cuando quiere y también hacer alarde de una gran delicadeza. Pero quien ha llevado probablemente más lejos el arte de la omisión; de nombrar sin nombrar; de esquivar la menor referencia expresa a la realización del deseo sexual en un texto narrativo fue Pío Baroja en 'La sensualidad pervertida'. Cuando Luis Murguía, el protagonista y narrador, coincide en San Sebastián con Bebé, una mujer que le atraía, y cuando a ambos les dan en el hotel en el que se hospedan dos cuartos contiguos solo separados por una puerta, la descripción que hace ese héroe barojiano de lo que ha sucedido esa noche no podía ser más corta en palabras: «La puerta se abrió. Al día siguiente Bebé y yo nos hablábamos de tú».
El libro que más se relaciona siempre con el erotismo es el 'Kama-Sutra', aunque solo una parte del mismo es de contenido explícitamente sexual. Pero desde la antigüedad existen otros muchos textos concebidos con afán literario que se detienen en aspectos relacionados con el amor físico, de una o de otra manera. Ya en el 'Ars Amandi' de Ovidio se lee: «Imitad, jóvenes mortales, el ejemplo de las diosas, y no neguéis los placeres que solicitan vuestros ardientes adoradores». Textos similares se encuentran en el 'Libro del Buen Amor' del Arcipreste de Hita.
Antes de que acabe la Edad Media, 'El Decamerón' ofrece un magnífico ejemplo de obra literaria en la que el erotismo tiene un papel relevante. Siete mujeres y diez hombres que huyen de una plaga cuentan a lo largo de diez jornadas un cuento cada uno de ellos. Una tercera parte son de tono erótico, y algunos, muy subidos de tono.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.