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Javier Guillenea
Domingo, 22 de diciembre 2019
Definitivamente se les ha ido de las manos. Se han metido tanto en su papel de diablos que solo les sale hacer diabluras. Los krampus han comenzado a sembrar el caos en Austria e Italia, se comportan de una manera nunca vista y ya ... hay quien ha empezado a tomarse la justicia por su mano para defenderse de sus ataques. El problema es grave. Está en juego la mismísima Navidad.
Los krampus son parecidos a nuestros cabezudos pero bastante más sofisticados. Son unos personajes que acompañan a san Nicolás en sus rondas navideñas por los hogares y que se encargan de asustar y castigar a los niños que se han portado mal. Adoptan forma de seres mitad cabra, mitad demonio, que entre finales de noviembre y mediados de diciembre recorren las calles armados con un haz de ramas de abedul. Y no dudan en utilizarlas contra cualquier persona que se les cruce en el camino.
Al igual que en los cabezudos, bajo las fantásticas máscaras de estos diablos se esconden jóvenes con la misión de perseguir, asustar y golpear, aunque tampoco demasiado. Tienen órdenes de rozar a sus víctimas con las ramas y ya está, nada muy severo, pero últimamente está pasando algo que tiene desconcertado al personal: han comenzado a arrear unas tundas de padre y muy señor mío. Es como si se lo tomaran demasiado en serio, como si estuvieran endemoniados.
Los reportes de incidentes desagradables se suceden uno tras otro. En Klagenfurt, Austria, una persona recibió un golpe en la cara con una rama de abedul, un niño de once años sufrió un corte en el muslo y dos bomberos fueron atacados por un grupo de krampus. En Salzburgo, donde el 23 de noviembre un millar de demonios desfilaron a sus anchas por las calles, la Policía tuvo que realizar numerosas salidas para controlar a los malditos diablos e impedir sus desmanes. En Schwoich, tres de ellos sufrieron quemaduras después de encender accidentalmente una caja llena de fuegos artificiales. Un infierno, vamos.
No siempre han sido así. Los primeros krampus eran unos serviciales compañeros de san Nicolás, que controlaba los impulsos satánicos de sus amigos. Los tenía domesticados, al menos eso era lo que decía la tradición. Pero con los nuevos tiempos todo ha cambiado. Lo que hace años era una entrañable fiesta navideña es hoy una excusa para salir de juerga más que para mostrar el buen camino a los niños que se han portado mal. Y si la fiesta es con la cara tapada, mucho mejor. En Austria los krampus tienen prohibido beber alcohol mientras ejercen como mensajeros del infierno, pero entre tanta máscara y traje es muy fácil ocultar el cuerpo del delito. No es raro ver a grupos de diablos deambulando por las calles en estado de ebriedad, con la desinhibición que da el anonimato y haciendo de las suyas.
Lo de Austria no fue nada comparado con la controversia que se ha desatado en el Tirol italiano. El pasado día 5, un desfile de krampus en la localidad de Vipiteno se desmadró y acabó convirtiéndose en una caza al hombre. Espoleados, según dicen, por un bromista que agarró por los cuernos a uno de ellos sin pedir permiso, grupos de demonios se dedicaron a perseguir a los espectadores y a propinarles varazos de los que dejan huella.
Las grabaciones de las persecuciones y las golpizas, que no tardaron en circular por Internet, han empañado aún más la imagen de estos personajes, ya bastante deteriorada por los desmanes etílicos de Austria. Según algunas versiones, la persona que tomó a uno de los demonios por los cuernos formaba parte de un grupo de inmigrantes que quiso arrancarle la máscara, pero eso no explica por qué la emprendieron contra todo lo que se movía. En su defensa, los krampus de Vipiteno niegan cualquier atisbo de agresión racista aunque no han tenido más remedio que reconocer que se esmeraron a fondo a la hora de repartir estopa.
En un comunicado, la asociación Tuifl (nombre que reciben los krampus en el pueblo) puso en su contexto las imágenes. «Todos eran amigos que jugaron un papel. Todas las personas son conocidas personalmente por los Tuifl y han buscado voluntariamente esta confrontación, como una forma deliberada de provocación». Según este punto de vista, la violencia no fue para tanto y, además, fue consentida. Forma parte de la tradición.
Pero ya es tarde para dar explicaciones. El mal está hecho y las víctimas de los krampus les han perdido el respeto y hasta se enfrentan a ellos. En la ciudad de Neumarkt, una diosa pagana alpina llamada Percht sufrió graves heridas en el cuello cuando un espectador tiró de su máscara. En Suiza, un demonio de 17 años fue atacado con un cuchillo, y en Viena, a otro le rompieron la nariz de un puñetazo. Los terroríficos seres sufren cada vez más a menudo ataques verbales y físicos, reciben escupitajos y los riegan con cerveza. No ganan para sustos. Los krampus han dejado de dar miedo y a un monstruo eso es lo peor que le puede sentar a su autoestima. Si no pueden reñir a un niño por su mala conducta, ¿qué diablos les queda?
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