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zigor aldama
Jueves, 12 de diciembre 2019, 08:23
Resulta difícil creer que un teatro de marionetas consiga hacer vibrar al público en pleno siglo XXI. Y más aún si los títeres ni siquiera se ven. Pero el arte de las sombras chinescas continúa fascinando en el país más poblado del mundo, y el mejor ejemplo de ello se encuentra en el pueblo de Huazhou, ubicado en la provincia central china de Shaanxi y considerado cuna de un arte que el país más poblado del mundo quiere mantener vivo.
Los orígenes del teatro de sombras de China se remontan a la dinastía Han (206 a.C. a 220 d. C.), y cuenta la leyenda que fue un funcionario quien ideó esta peculiar representación para aliviar el dolor que sentía el emperador Han Wudi por la muerte de una de sus concubinas. «Él quedó tan devastado que no comía, no dormía y hacía dejación de sus responsabilidades», explica Xue Hongquan, director de la empresa Huazhou Hongquan, que integra desde la fabricación de las marionetas hasta la gestión de los espectáculos.
«El funcionario tuvo una idea y prometió al emperador que recuperaría el alma de la mujer. Mandó fabricar un retrato del rostro de la concubina y lo colgó por la noche de forma que quedase iluminada por detrás. Parecía como si estuviese caminando –añade Xue con una sonrisa–. El emperador creyó que era ella de verdad y le preguntó por qué llegaba tan tarde. Desde entonces, retomó sus actividades y, sin quererlo, el funcionario inventó un nuevo arte».
Dos milenios después, Xue creció con el teatro de sombras como vehículo para su imaginación. «Cuando era niño apenas había nada con lo que entretenerse. Muchos de los pueblos ni siquiera tenían electricidad, así que las sombras chinescas eran para nosotros algo mágico, fascinante», recuerda el director de Huazhou Hongquan. Y, precisamente, esa fascinación es lo que hizo que Xue se dedicase a revivir un arte que en 2011 fue reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Aparentemente, el funcionamiento es sencillo: se ilumina una tela blanca por la parte posterior, y sobre la parte trasera se colocan los títeres que se mueven al son de la historia que cuenta un narrador y de la música que toca una pequeña orquesta. El público, situado en la penumbra al otro lado, solo ve las sombras que dibujan en la tela. Pero las apariencias engañan. En la práctica, todo es mucho más complicado de lo que parece. Desde la producción de los títeres, hasta su manejo por media docena de personas en perfecta sincronización.
«Fabricamos las figuras con piel de vacas seleccionadas, que tienen una edad comprendida entre los tres y los cinco años. Incluso antes de que comencemos a darles forma, el material debe pasar por 24 procesos diferentes para que quede traslúcida. Es un tratamiento muy complejo: desde el corte y laminado, hasta el tintado y el planchado, todo se hace a mano. Y luego se corta y se pinta por artesanos con muchos años de experiencia», comenta Xue.
Cada títere de tamaño estándar –entre 32 y 35 centímetros de alto– requiere entre 3.000 y 4.000 cortes, pero los más elaborados pueden tener más de 6.000. Xue ha llegado a dedicar varios meses de su vida, trabajando ocho horas diarias, para crear algunas de las piezas que muestra en la planta baja de la empresa, que ha convertido en un museo. «El método de corte que utilizamos es el más tradicional, y lo mantenemos porque es el que ofrece los mejores resultados, con los bordes más redondeados», ilustra el director.
Cada figura es distinta
Preguntado por el uso de nuevas tecnologías para aumentar la productividad, Xue se muestra rotundo: «No es que demos la espalda a la tecnología, lo que sucede es que no queremos que todas las figuras sean idénticas. Porque se pierde la autenticidad de una obra hecha a mano, con sus aciertos e imperfecciones. En el mercado hay títeres cortados con láser que son todos iguales y se pueden comprar por muy poco dinero, pero nosotros queremos mantener viva la tradición», apostilla.
Xue asegura que el suyo es un negocio rentable, y añade orgulloso que el salario medio en su empresa está en torno a los 5.000 yuanes (640 euros), «superior a la media de este lugar». Lo corroboran los artesanos que dan vida a los títeres en el taller de la segunda planta, donde los hombres se dedican a cortar las figuras y las mujeres, a darles color. La paciencia y la meticulosidad aquí no son opcionales.
Dar vida a las marionetas no es más sencillo. Se demuestra durante la función que representa una decena de empleados de Huazhou Hongquan. Convierten una pantalla blanca en el lienzo tras el que se suceden todo tipo de historias: desde fábulas para niños con gatos y ratones, hasta relatos mucho más modernos con un títere del cantante Michael Jackson. Los espectadores ríen, desconocedores del minucioso y estresante trabajo que se lleva a cabo detrás de la pantalla.
«Los títeres tienen más o menos las mismas articulaciones que nosotros, así que los manejamos casi como si fuesen cuerpos», explica uno de los titiriteros, apellidado Chen. «Es muy cansado. La mayoría de las funciones duran una hora, así que acabamos con los músculos doloridos por todo el cuerpo, y las agujetas nos esperan al día siguiente. Si operamos una escena con un solo títere bastan dos o tres personas, pero cuando entran dos, ya son cinco o seis. Así que la coordinación es lo más importante. Y lo difícil es que tenemos que entendernos sin hablar. Pero ver que la gente ríe, disfruta y aplaude es recompensa suficiente», sentencia.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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