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Abu Sami es el último cuentacuentos de Siria. Lee en el café Nawfara, de Damasco M. Ayestaran
El cuentacuentos de Damasco

El cuentacuentos de Damasco

Abu Sami narra las viejas hazañas de los caballeros árabes desde su pedestal en un café de la capital Siria. Antes de la guerra tenía una competencia feroz, pero ahora solo queda él

Mikel Ayestaran

Lunes, 9 de septiembre 2019, 10:08

Siete y media de la tarde. Acaba la oración del 'maghrib' y llega la hora de los cuentos. Ahmed Al Lahham, conocido como Abu Sami, se convierte en Cenicienta por unos minutos y vuela desde la Mezquita de los Omeyas hasta la cafetería Nawfara, una de las más antiguas y acogedoras de la ciudad vieja de Damasco. Son apenas cinco minutos a pie. Una distancia que recorre cada día, menos los viernes, desde hace siete años. Nada más entrar se disfraza con su túnica blanca, cubre su cabeza con un Fez de fieltro granate, saca el libro de la parte trasera de su pequeño trono de madera y lo abre por la página que corresponde. Estos días recita las hazañas de Antarah ibn Shaddad (525-608 d.C.), caballero y poeta preislámico famoso por su vida llena de aventuras. «La gente está cansada de escuchar las mentiras de la televisión y por eso se mantienen fieles a los viejos relatos donde se combinan rima, valores, moralejas… cuentos para gente con cerebro», confiesa Abu Sami antes de subir los peldaños que le llevan a la silla en la que se transforma en 'hakawati', el último cuentacuentos de Siria.

Agarra el libro, con tapa de cuero negra, con la mano izquierda y en la derecha blande una barra de hierro con la que golpea la mesa metálica que tiene delante y que aguanta un vaso de agua. Esta especie de miniteatro empieza y la gente mira con atención al hombre de 61 años que ha hecho de los cuentos un oficio y se aferra a su silla de madera para evitar que se pierda una tradición centenaria. «La lectura es un arte. Hay que medir las pausas, adoptar el ritmo y tono adecuados para que los oyentes se enganchen y si alguien en el café se despista… ¡zas! golpeo con fuerza mi vara y enseguida recupero la atención», comenta el cuentacuentos, quien aclara que «la tradición ordena que sea un oficio que solo podemos desempeñar hombres, no las mujeres».

El relato del día es complicado de seguir y solo los más interesados permanecen en las sillas. Hace calor y muchos optan por disfrutar de la terraza del Nawfara para fumar sus pipas de agua. Abu Sami permanece fiel a su público y línea a línea aumenta su pasión por las hazañas de Antarah ibn Shaddad. Es contagioso. «Son treinta minutos de lectura, treinta minutos para escapar del día a día, transportarnos a otros mundos y hacer olvidar a la televisión», defiende el recitador. Media hora en la que se para el reloj y el interior del café Nawfara vuelve atrás en el tiempo, a aquellos días en los que había cuentacuentos en cada barrio de Damasco y se vivían tardes de dura competencia para atraer a la mayor parte de público posible.

Impacto de la guerra

El 'hakawati' no se ha librado del impacto de la guerra. Hace un año que las armas callaron en Damasco, «pero muchas cosas han cambiado, por ejemplo el público. Hasta 2011 esto se llenaba de turistas, ahora es raro encontrar un extranjero. Leo para sirios de distintas partes del país o de la ciudad», comenta Abu Sami, que a nivel personal ha visto cómo la violencia de los últimos años ha dividido a su familia, ahora dispersa por Turquía, Arabia Saudí y Egipto. «Yo me quedo, quiero morir en Damasco. Lo ocurrido en este país es terrible, aunque no se puede hablar de todo. Los sirios seguiremos siendo dignos si nos aferramos al islam, cada vez que nos alejamos nos humillan. Sin moral, las naciones desaparecen», reflexiona en voz alta. Cuando el reloj marca las ocho, se apaga la magia. El silencio del 'hakawati' llega precedido de un estallido de aplausos. Los más jóvenes sacan sus móviles y se hacen selfis con este artista en vías de extinción. Abu Sami se quita el disfraz y devuelve el libro a su lugar secreto, en la parte trasera de su tribuna enmoquetada. Se sienta en una mesa cualquiera en la que le esperan una pipa de agua y un café. El aroma del tabaco se mezcla con el del cardamomo. Algunos despistados entran en el Nawfara esperando encontrar al cuentacuentos, pero llegan tarde.

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