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Eloy de la Pisa
Martes, 19 de abril 2016, 20:25
«Al olmo seco y hendido por el rayo, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido». Estos versos de Antonio Machado son una metáfora de su esperanza de que Leonor, su esposa, superara la enfermedad que acabó llevándola a la tumba en Soria. El poema, uno de los más conocidos del poeta sevillano, es probable que termine convirtiéndose en un deseo cumplido. No con el sentido que él quería, ciertamente, pero es probable que allá donde quiera que esté sonreirá al ver que las hojas de su olmo no salvaron a su adorada compañera, pero si serán la imagen de la recuperación de una especie de árbol que a punto ha estado de extinguirse.
El olmo o negrillo, que así se le llama en según que zonas, tiene en la grafiosis a su mayor enemigo. Este hongo, que viaja en las patas de determinados insectos, era conocido en España desde hace muchos siglos. Pero entre el cambio climático y el transporte indiscriminado e incontrolado de madera, al final la enfermedad se tornó plaga y enormes extensiones de olmos acabaron muriendo.
Combatir la enfermedad, era casi imposible por la falta de un tratamiento mínimante eficaz, así que la única solución era la investigación y la ciencia.
En un principio se sostuvo que la variedad llamada siberiana era resistente al hongo. Y comenzaron a plantarse por muchos lugares. Pero aunque es cierto que presentaba más fortaleza, lo cierto es que la grafiosis les atacaba y les dañaba tarde o temprano. Había que buscar un nuevo camino. Y la primera brecha que se detectó en el hongo era una peculiaridad: los olmos crecían sanos y fuertes hasta que tenían cuatro años de edad, momento en el que la enfermedad les atacaba con tal virulencia que les mataba.
Por esa brecha se atacó, y en 1986 Ministerio y Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes de Madrid iniciaron un programa de investigación. No se trata de describir ahora todo el proceso, pero el gran hito que se logró fue el descubrimiento de que todos los olmos de la península ibérica -sea cual sea la variedad-, son clónicos, producto de su forma de reproducirse mediante hijastros que nacen desde la raíces. Eso quería decir que en el momento que se descubriera la solución, valdría para todos.
Y la solución se encontró, claro, y se desarrollaron siete clones resistentes a la grafiosis. Resistentes en teoría, claro, ya que hasta que no cumplieron más de cinco años no se podía asegurar nada. Los clones superaron esa edad y superaron la grafiosis. La prueba estaba superada. 30 años de estudios y trabajos daban sus frutos.
Este martes la ministra de Agricultura plantaba en el llamado Paseo de la Olmeda del Ministerio varios olmos clonados de los que ya son resistentes a la grafiosis. Es el principio del camino para que la especie vuelva a conquistar el terreno que ha perdido. Ahora toca hibridar los clones entre ellos para aumentar y potenciar la resistencia. Luego llegará la fase de reproducción en viveros forestales y la de repoblación. Llevará tiempo, pero en las generaciones futuras podrán de nuevo pasear por las frescas olmedas en las calurosas tardes de verano. Nuestros abuelos lo hicieron, nosotros no pudimos. Que nuestros nietos lo hagan.
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