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Los chagosianos reclaman su isla

Los chagosianos reclaman su isla

Gran Bretaña expulsó a todoslos habitantes del atolón de Diego García para construir una base naval. Ahora quieren volver

gerardo elorriaga

Sábado, 5 de octubre 2019, 08:59

Los chagosianos suelen encontrarse en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. Esa mala fortuna se remonta a sus antepasados, nativos africanos que a finales del siglo XVIII tuvieron la desgracia de ser aprehendidos, esclavizados y conducidos hasta un puñado de atolones deshabitados en medio del Océano Índico. El cruel destino de aquellos primeros 22 hombres y mujeres se encontraba a más de 5.000 kilómetros de su tierra natal, la costa de Mozambique, y suponía convertirse en mano de obra barata y sumisa para las plantaciones de coco que habían puesto en marcha comerciantes franceses. Dos siglos después, los ingleses compraron los cultivos a los descendientes de los latifundistas y expulsaron a los campesinos del archipiélago coralino. Hoy quieren regresar, pero Gran Bretaña, Estados Unidos y la geopolítica internacional se alían para evitar la vuelta de un pueblo a su hogar.

El archipiélago había sido descubierto por los portugueses, que lo bautizaron como Bassas de Chagas, piadoso homenaje a las heridas o llagas de Jesucristo, pero el imperio colonial francés, que ya se había hecho con las relativamente cercanas islas de Mauricio y Reunión, también asumió la soberanía de aquel diminuto lugar. Sus habitantes, que ya habían recibido sangre india y malaya, apenas percibieron mejoras sustanciales con el traspaso del poder a los ingleses tras el Tratado de París en 1814. Mantuvieron sus costumbres, el trabajo en el campo y su lengua, un criollo de origen galo con múltiples mestizajes. La abolición de la esclavitud, tras dos décadas de mandato británico, tampoco cambió su condición de braceros en latifundios de propietarios absentistas.

Los habitantes de la isla de Diego García, el día de abril de 1971 en que fueron convocados para notificarles su expulsión. AFP

El antecedente de Bikini

Las islas tropicales han constituido un atractivo escenario en el que rodar películas de aventuras, pero también un blanco perfecto para los ensayos nucleares, dada su lejanía de los grandes centros de población y su control político por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Antes de que Diego García se convirtiera en una plataforma estratégica, el atolón de Bikini, en las islas Marshall, al noreste de Australia, soportó la explosión de 23 artefactos atómicos. Entre 1946 y 1958, los estadounidenses probaron la eficacia de sus investigaciones en el ámbito de la bomba nuclear. En el caso del Castle Bravo, en 1954, los científicos erraron en la previsión de su potencia y sus calculados 6 megatones se convirtieron en 15, expandiendo su efecto nocivo sobre 11.000 kilómetros cuadrados.

La población nativa, como en el caso de Chagos, sufrió las consecuencias de decisiones tomadas a miles de kilómetros de distancia. Cuando tuvieron lugar las pruebas, el territorio se hallaba bajo fideicomiso de Estados Unidos, circunstancia que facilitó el desplazamiento forzoso de la población nativa a más de 600 kilómetros al sur de su tierra y la destrucción de sus ancestrales formas de vida.

Los efectos de la radiación

Pero los problemas no acabaron con su partida. El Gobierno norteamericano permitió el regreso a Bikini en 1987, con terribles consecuencias para el centenar de nativos que accedieron a volver. La proliferación de abortos espontáneas, mortinatos y anormalidades genéticas reveló el impacto de la radiactividad en los humanos. Los lugareños tuvieron que abandonar de nuevo sus viviendas. La Administración estadounidense había aprobado la concesión de unos 2.000 millones de dólares a los afectados, pero se calcula que el desembolso no superó los 125 millones.

El atolón permanece hoy inhabitado. Sorprendentemente, la vida marina se ha recuperado rápidamente, pero la tierra presenta niveles de contaminación superiores a los de Fukushima. Los indígenas reclaman que se renueve el suelo para eliminar las elevadas concentraciones del isótopo cesio-137, pero, según los especialistas, la remoción provocaría la conversión del paraíso tropical en un páramo de arena.

La rutina en aquel remoto paraje parecía ajena a un mundo lejano hasta que, en los años sesenta del pasado siglo, los poderes del planeta repararon en su potencial militar. La Guerra Fría y la globalización trastocaron la placidez ancestral y el cuidado de las palmeras. El Pentágono había reparado en la ubicación estratégica de las islas. Chagos constituía un observatorio privilegiado de las grandes rutas de navegación. Desde sus costas se podía controlar el tráfico de petróleo a través del estrecho de Ormuz y de los buques de potencias emergentes como India y China.

No fueron la primera opción. La primera sugerencia para instalar una base estadounidense entre África y Asia, con el apoyo de la metrópoli británica, fue el atolón de Aldabra, en las Seychelles, pero resultó descartada porque su condición de paraíso para varias especies de tortugas podía incentivar las protestas ecologistas. Diego García, la mayor y más meridional de las islas de Chagos, ofrecía también gran potencial como estación aérea y marítima. Su emplazamiento, asimismo, permitía una discreta actividad. Tan solo había que deshacerse de sus aproximadamente 2.000 pobladores.

Base militar de la isla Diego García. Reuters

El Gobierno londinense desarrolló una sibilina hoja de ruta para deshacerse de ellos. En 1968 concedió la independencia a Mauricio, del que dependía administrativamente el archipiélago, pero, curiosamente, tres años antes lo desgajó e insertó en el BIOT (Territorios Británicos del Océano Índico) una nueva colonia creada ex profeso. En 1966 lo cedió a Estados Unidos en un acuerdo que no fue ratificado por el Parlamento.

Subrepticiamente, comenzó la expulsión de todos los residentes. Primero, impidiendo el retorno a los chagosianos que viajaban al exterior. Después, restringiendo la llegada de alimentos y medicinas. Por último, según testimonios de las víctimas, varios militares extranjeros llegaron a sus poblaciones y amenazaron con bombardear a aquellos que se negaran a hacer el equipaje. Tras la salida de los últimos habitantes en 1973, los animales domésticos fueron sacrificados.

Atolón de la isla. AP

La mayoría de los deportados buscó alojamiento en Mauricio y Reino Unido. Mientras tanto, Diego García se convertía en una de las bases estadounidenses más importantes fuera de su territorio. Rebautizada como Camp Justice y, desde 2006, Thunder Cove, posee una pista de aviación de más de 3,6 kilómetros de longitud y su puerto puede albergar 30 buques. Las instalaciones militares han servido de punta de lanza para las operaciones estadounidenses en Oriente Medio y Afganistán, acogen una estación de satélites espía y probablemente han servido de prisión irregular para presuntos terroristas islámicos.

El Tribunal de La Haya, la ONU y hasta el Papa han demandado una reparación

David no se ha rendido ante Goliat, aunque su empeño no ha conseguido la reversión del proceso. El mayor triunfo de los expulsados fue la concesión de 4 millones de libras que los tribunales adjudicaron al colectivo en 1975 como magra compensación. El electricista Louis Olivier Bancoult, que tan solo contaba 4 años cuando su familia hubo de abandonar su hogar en el archipiélago, es el cofundador del Grupo de Refugiados Chagosianos, entidad que ha llevado sus reclamaciones colectivas a varias instancias judiciales. El Tribunal Supremo británico dictaminó a su favor admitiendo la ilegalidad de la evacuación en 2000, pero ocho años después, la Cámara de los Lores falló a favor del Ejecutivo. En los últimos años, el Gobierno de Mauricio ha creado un fondo de asistencia para los desplazados a su territorio, dirigido por Bancoult, y ha tomado la iniciativa en el plano político.

La isla

  • Base militar. Aunque bajo soberanía británica, la isla alberga en la actualidad una base militar estadounidense. Las instalaciones incluyen un aeropuerto, hangares, áreas técnicas, viviendas y otras infraestructuras civiles, así como un puerto de aguas profundas.

  • 14 millones de dólares de descuento para la compra de misiles 'Polaris' obtuvo Londres de su acuerdo con Estados Unidos para crear la base militar de Diego García, que también incrementó el número de tropas americanas en suelo británico.

  • Exilio y pobreza La mitad de las 277 familias chagosianas que desembarcaron en Mauricio vivía en la pobreza a mediados de los años 70. Sus hijos no estaban escolarizados y muchas jóvenes recurrieron a la prostitución para salir adelante.

  • 640.000 kilómetros cuadrados es la extensión de la mayor reserva natural oceánica del mundo, creada en torno al archipiélago de Chagos hace nueve años por Reino Unido. En apariencia pretendía preservar sus 220 especies de corales y el millar de tipos de peces que habitan sus aguas, pero Wikileaks desveló que se trataba de una estratagema para mantener deshabitadas las islas.

El mundo ha reconocido, siquiera sobre el papel, la violación colectiva de los derechos humanos. El fallo favorable del Tribunal Internacional de La Haya, que urgió el pasado mes de febrero al Reino Unido a finalizar su gobierno sobre los atolones de la discordia, ha constituido la última victoria legal de los nativos. Dos meses después, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobaba la devolución del archipiélago a Mauricio. Tan solo Australia, Hungría, Israel y Maldivas apoyaron las pretensiones estadounidenses y británicas de mantener el actual 'statu quo'. Hace un par de semanas, el papa Francisco se sumó a esta demanda popular en un discurso que pronunció durante su estancia en Port Louis, la capital del Estado insular.

Pero el drama prosigue. La política de Washington y la selva tropical siguen actuando al margen de estas victorias pírricas que no cambian la situación de este pueblo desafortunado. Sus iglesias, viviendas y escuelas se desploman tras medio siglo de abandono y tan solo algunos marinos recalan en el territorio desierto para aprovisionarse de agua dulce. Algunos abogados de los demandantes han sugerido la fórmula del regreso a todas las islas excepto, a Diego García, y en cicatera respuesta, la ex'premier' Theresa May propuso expender permisos de visita a grupos reducidos. Siempre utilizados, explotados y saqueados, los chagosianos envidian la suerte de las frágiles pero protegidas tortugas de Seychelles.

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