Cambio de horario de invierno: ¿se suma o se resta una hora al reloj?

Cada año, a finales de octubre, España y otros países de la Unión Europea realizan el cambio de hora para adaptarse al horario de invierno, una modificación que busca aprovechar al máximo la luz solar disponible y así adaptar la jornada laboral a las horas de luz.

En esta ocasión, el ajuste tendrá lugar la noche del 26 al 27 de octubre cuando se retrasarán los relojes una hora y a las 3:00 horas de la madrugada se volverá a las 2:00 horas. En las Islas Canarias, el cambio se realiza una hora antes que en el resto del país, por lo que en su caso a las 2:00 horas de la madrugada será la 1:00 horas para mantener la habitual diferencia horaria con la península.

Pero ¿cuándo y cómo surgió esta idea? El cambio de hora fue implementado inicialmente en Europa en la década de los 70, en un contexto de crisis energética, con el fin de ahorrar energía. Desde entonces, la medida ha sido objeto de revisiones y debates recurrentes.

Por ejemplo, en su fecha, ya que no fue hasta 1996 cuando se estableció el último domingo de octubre (antes se realizaba en septiembre). También desde el punto de vista de su eficacia, puesto que diversos estudios han señalado durante los últimos años que el ahorro energético real es mínimo, mientras que las repercusiones en la salud y el bienestar de las personas sí pueden llegar a ser significativas.

Y es que el ajuste al horario de invierno tiene implicaciones que van más allá del simple hecho de dormir una hora más. Algunos expertos sostienen que este horario facilita un mejor ajuste al ciclo natural de luz y oscuridad, lo que podría ser beneficioso para el reloj biológico, ya que permite una alineación más cercana con el amanecer.

La Sociedad Española del Sueño, por ejemplo, señala que el horario de invierno es más compatible con los ritmos circadianos naturales, favoreciendo una mejor regulación del sueño. No obstante, la alteración de los horarios afecta a ciertas personas de manera más pronunciada. Los efectos negativos incluyen insomnio, fatiga y problemas de concentración, especialmente en grupos vulnerables como niños y personas mayores, así como en aquellos que ya sufren trastornos previos del sueño.

Cambiar los horarios de forma abrupta dos veces al año puede generar una 'desincronización' en el reloj biológico, lo que incrementa los riesgos de sufrir cambios comportamentales en el estado de ánimo e, incluso, problemas cardiovasculares, según han advertido algunos estudios médicos.

En 2019, el Parlamento Europeo votó a favor de eliminar el cambio horario estacional en toda la Unión Europea, permitiendo a cada país decidir si prefería mantener un horario permanente de verano o de invierno. La medida se propuso tras encuestas en las que millones de ciudadanos expresaron su rechazo a los cambios bianuales. Sin embargo, la falta de consenso entre los países miembros ha impedido que esta decisión se haga efectiva.

Países como España se han mostrado divididos en cuanto a la preferencia por un horario fijo. Mientras que algunas regiones y sectores defienden el horario de verano permanente por los beneficios para el turismo y la actividad económica, otros abogan por mantener el horario de invierno para garantizar un despertar más sincronizado con la luz natural. Entre debates y estudios asoma una certeza, la Unión Europea no adoptará una decisión definitiva antes de 2026, por lo que los ajustes de hora seguirán realizándose según lo previsto hasta entonces.

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