Herguijuela de la Sierra, en nuestro camino hacia Batuecas. J. B.

Batuecas y el Jardín del amado

La comarca, de reminiscencias literarias, exige una visita discreta, llamada a encontrarse con lo que llevamos más dentro de nosotros

javier burrieza

Viernes, 23 de agosto 2019, 07:57

Todavía entre los profesores de los años ochenta se utilizaban dos expresiones que describían la distracción y el embelesamiento de los alumnos, no ante la materia explicada, sino ante los pensamientos que les eran más propicios: o se 'estaba en Babia' o se 'andaba por ... las Batuecas'. Este último, además de reminiscencias literarias, desde 1599 era un desierto carmelitano impulsado por fray Tomás de Jesús. Ese término no se refiere a la ausencia de vegetación, de recursos hídricos o de vida. Cuenta este concepto con una dimensión espiritual, de retiro y contemplación, desde aquellos carmelitas que pretendían emparentar con la vida eremítica de sus antepasados. Batuecas es un vergel, donde el agua corre al estilo de esa «fonte que mana y corre» de fray Juan de la Cruz. Ese agua cristalina es el río Batuecas, de «claridad sonora».

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Batuecas exige una visita discreta, llamada a encontrarse con lo que llevamos más dentro de nosotros. Un valle de insondable belleza, sembrado de ermitas como jardín de Dios, en medio de un encuentro con la naturaleza. El camino más recto atraviesa las dehesas salmantinas, deja a un lado la Peña de Francia -montaña sagrada custodiada por los dominicos- y continúa hasta La Alberca, que exige parada. Desde allí, la carretera multiplica las curvas: pretende con estas dificultades llevarnos a lo profundo de lo esencial. Yo prefiero dar una vuelta mucho mayor y recorrer la Sierra de Francia, tomando dirección hacia Herguijuela de la Sierra, ese pequeño pueblo que vio Unamuno a lo lejos, con casitas arremolinadas en torno a su iglesia, como los polluelos se encuentran alrededor de la gallina. Tendremos que pasar por una calle larga de única dirección, auténtica columna vertebral, y caminar hacia sus afueras; seguir haciendo abandono de lo multitudinario y con nuestro coche circular por una pista adaptada al tráfico moderno. Antes de entrar por las Hurdes, y tras Herguijuela, encontraremos otros eremitorios con sus valles, como el llamado del Santo Niño de Belén, que estuvo habitado por los monjes basilios, con menos suerte en su perduración. Las modernas guías de conducción de nuestros coches evitarán cualquier pérdida.

La morada no será en Batuecas, que siempre busca la clausura interior, sino en una de las localidades de este Parque Natural en la Sierra de Francia: la mencionada Herguijuela, Miranda de Castañar -con vocación de capitalidad señorial-, San Martín del Castañar, Sequeros, los más discretos pero no menos bellos de Cepeda, Madroñal o Monforte, sin olvidarnos de uno de los más increíbles, como Mogarraz. Desgraciadamente, es esa España vaciada que se torna en un escenario de misterio y que tendrá que ser salvada del olvido, para que sus calles empinadas y estrechas -como aquella 'Larga' de Herguijuela- mantenga vida. Si la Sierra de Francia, como buena parte de nuestras tierras, queremos que siga siendo bella, no será solo por la naturaleza, sino por esa moderada convivencia que se produce entre el ser humano y la bella creación, en esa relación amorosa de modelaje. Habrán comprobado que, para alcanzar lo esencial, se necesita tiempo. Esto no es un parque temático. Busquen cuatro días y digan con propiedad que se embelesan en las Batuecas, con este jardín sanjuanista de contornos amurallados que es la Sierra de Francia.

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