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Alfred Chestnut, Andrew Stewart y Ransom Watkins, tras ser liberados. AFP
36 años en el túnel

36 años en el túnel

Un juez de Baltimore deja en libertad a tres hombres que en 1984 fueron condenados a cadena perpetua con pruebas erróneas

Antonio Corbillón

Valladolid

Miércoles, 27 de noviembre 2019, 07:23

A brazado a su madre, que le esperaba a las puertas de la Corte Penal de Baltimore (Maryland, EEUU), Andrew Stewart mira al cielo, da gracias a Dios y, ante la pregunta de un periodista –«¿Cómo pudo ocurrir?»–, solo esboza una tenue sonrisa: «Es surreal». A su lado está su compañero Ransom Watkins, que afirma sereno que «mi gente nunca dejó de luchar. Y yo, de creer».

Esa mezcla de espíritu de lucha y creencia se ha prolongado durante 36 años. Pero acabó para ellos y para Alfred Chestnut este lunes con su salida de una injusta condena por asesinato que les ha robado más de las dos terceras partes de sus vidas. Los tres han doblado ya el medio siglo de existencia. Tres décadas y media que cabían en una pequeña caja de cartón mediana en el caso de Alfred y en un par de bolsas de plástico en el de sus dos compañeros.

El año que les condenaron, su país organizó los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Dos hombres de su misma raza, el atleta Carl Lewis y el baloncestista Michael Jordan, conquistaban a sus compatriotas con sus triunfos y medallas. Mientras, ellos trataban de entender qué les estaba pasando. Dirigía el país Ronald Reagan.

Chestnut se abraza a un familiar ante la Corte Penal. AFP

«En nombre del sistema de justicia penal, y estoy seguro de que esto significa muy poco para ustedes, señores, voy a pedir disculpas», les dijo a Alfred, Ransom y Andrew el juez de la Corte Penal Charles Peters, que firmó su salida de la prisión estatal.

Eran apenas unos adolescentes de 16 y 17 años que asistían a las clases del instituto Harlem Park de Baltimore. En noviembre de 1983, el alumno Dewitt Duckett, de 14 años, fue asesinado de un balazo en el cuello. Su agresor no le perdonó que vistiera un chándal de baloncesto con las siglas de la Universidad de Georgetown.

«Estamos fuera, pero pasamos por el infierno»

Ransom Watkins: Exconvicto

La Policía y los fiscales centraron sus sospechas en Chestnut, Watkins y Stewart, que habían sido vistos por los pasillos para hablar con sus maestros, aunque quedó claro que un guardia de seguridad les había echado del edificio media hora antes del crimen.

La insistencia de esos fiscales se tradujo en una cadena perpetua para los tres en 1984. Poco importó que los testigos del juicio no fueran capaces de identificar a los acusados en las ruedas de reconocimiento. El juez selló los informes y los envió a los archivos.

La fe de Alfred Chestnut le llevó a escribir una carta a la Unidad de Integridad de Convictos, lo que le permitió acceder al expediente. En esos informes aparecieron varios testigos que involucraban a Michael Willis, otro alumno de 18 años, como el autor del crimen. Willis falleció tiroteado en 2002.

Huir de la escena

El expediente confirmó que había testigos que vieron a Willis huir de la escena y arrojar la pistola cuando llegó la Policía. Con las evidencias que el condenado logró desde su celda, la abogada del Estado de Maryland Marilyn Mosby reabrió el caso a principios de año. «Usted, usted y usted nunca deberían haber visto el interior de una cárcel. En nombre del sistema me disculpo con ustedes y sus familias», les dijo Mosby señalando a cada uno a la puerta de los tribunales.

«La búsqueda de respuestas rápidas puede conducir a resultados trágicos»

Shawan Armbrust: MidAtlantic Innocence

Los tres fueron detenidos el Día de Acción de Gracias de 1983. Al menos les dará tiempo a celebrar la fiesta de este año, que los norteamericanos disfrutarán en familia mañana. «Este caso debería ser una lección para todos de que la búsqueda de respuestas rápidas puede conducir a resultados trágicos», lamentó Shwan Armbrust, director de MidAtlantic Innocence, organización que ha defendido a Ransom Watkins. Con aspecto pacífico, sin exteriorizar rabia, las tres víctimas del sistema judicial estadounidense recorren estos días los platós de las televisiones, donde dejan frases que suenan como el cerrojo de una celda. «Estamos fuera, pero pasamos por el infierno», afirmó Watkins. «Mi viaje apenas comienza, porque tengo que aprender a vivir ahora mismo», reflexiona Stewart. Debe ser la misma sensación de ese 4% de condenados a cadena perpetua o a muerte que son inocentes, según varios estudios de juristas estadounidenses.

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