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El Norte
Amores que matan

Amores que matan

El Escorial pide a los visitantes que dejen de dar abrazos a un castaño centenario. Las pisadas destrozan las raíces más pequeñas

Miércoles, 22 de enero 2020, 13:58

Quizá por eso de que hay amores que matan, el castaño de San Lorenzo de El Escorial no está para achuchones. El Ayuntamiento del municipio madrileño ha ordenado a sus vecinos que abandonen las efusiones de cariño hacia el árbol centenario, destinatario de abrazos entusiastas. Como si fuera una especie de apóstol Santiago, el castaño es estrujado con afecto por escurialenses y foráneos ante la creencia de que rodear su tronco es una suerte de sortilegio que procura todo tipo de parabienes. Sin embargo, las pisadas de los supersticiosos no hacen ningún bien al ejemplar, cuya salud es delicada. El espécimen necesita cuidados ya que la presencia de peatones y vehículos han compactado la tierra, circunstancia que impide que sus raíces respiren.

La tierra vieja que abarcaba el perímetro del castaño, que se encuentra plantado en el arroyo del Avispero, al final de la Carretera de Robledo de Chavela (Madrid), se «descompactó» hace cuatro años. El material desechado se sustituyó por una cubierta vegetal y un acolchado exterior a base de virutas de madera, que ayudan a mantener la temperatura y la humedad del suelo. La técnica empleada se realizó con un instrumento neumático que usa aire comprimido sin dañar las raíces.

«Para muchos vecinos, es una agradable rutina diaria pasear hasta el castaño, y algunos de ellos no pueden resistir la tentación de abrazar al árbol. Estamos seguros de que les proporciona un gran bienestar, pero tenemos que pedirles que respeten la señalización que lo prohíbe y no entren en el perímetro acotado, que también se ha renovado», dicen los munícipes.

El ejemplar

  • Localización. En el arroyo del Avispero, al final de la Carretera de Robledo de Chavela (Madrid), se encuentra un castaño centenario. Los vecinos lo abrazan en la creencia de que el gesto reporta buena suerte.

  • Restauración. Para mejorar la vida del árbol, el Ayuntamiento restauró hace cuatro años su perímetro. Insufló aire con una herramienta neumática en los alrededores del tronco y acolchó el suelo con virutas de madera. El ejemplar, cuya salud es muy delicada, sigue dando castañas.

  • Terreno compactado. Las pisadas compactan el terreno y dañan la corteza de las raíces más pequeñas, que se vuelven más vulnerables a la erosión y al ataque de hongos, virus y bacterias.

Nadie sabe muy bien por qué le ha dado a la gente por aferrarse a los árboles como si se tratara de una tabla de salvación. Lo cierto es que la llamada 'arboterapia' o 'silvoterapia' es la culpable de esta moda. Con escaso rigor científico, los apóstoles de esta práctica atribuyen un sinfín de efectos terapéuticos a la interactuación con las plantas, desde aminorar las consecuencias del trastorno de déficit de atención (TDAH) a paliar los dolores de las migrañas.

Pese a que ya tiene 120 años, el ejemplar sigue dando castañas. Según Juan Escario Gómez, concejal de Juventud y Medio Ambiente de San Lorenzo de El Escorial, por ahora todo se limita a una recomendación. «No vamos a multar a nadie», argumenta Escario, quien atribuye el antojo de hacerse uno con el espécimen a los comportamientos que se propagan con las redes sociales: «Con las viralizaciones pueden venir cientos de personas, y eso es un peligro para este ejemplar singular».

Los vecinos creen que si rodean el tronco con los brazos, reciben todo tipo de parabienes

El Tejo de Barondillo (Rascafría, Madrid), que se calcula tiene entre 1.500 y 2.000 años, también ha sido víctima de esa pasión amorosa. Tanto cariño recibía el ejemplar que al final tuvo que ser protegido por una verja. Peor suerte han corrido otros. Se estima que en el último siglo se ha perdido el 80% de los árboles singulares y monumentales.

Las raíces capilares, las más débiles, son las que aportan nutrientes al árbol, mientras que las grandes afianzan al castaño sobre el suelo. Sobre las primeras se ha hecho muy fuerte la presión desde que los paseantes empezaron a abrazar el espécimen. Pisar repetidamente estas raíces hace que se desprenda la corteza que las protege, de manera que se producen heridas por las que penetran hongos, virus y bacterias que infligen serios daños a la planta. Si además se graban corazones y otras marcas o se abandona basura, el daño se multiplica.

La Casa Encendida, entidad socio-cultural de Madrid, dejó hace años de organizar visitas a árboles monumentales por los perjuicios que acarrea la masificación en lugares que han permanecido durante mucho tiempo aislados. «Los árboles aguantan mucho, pero, como cualquier planta, necesitan oxígeno, espacio, un soporte con nutrientes y agua; cualquier merma importante en alguno de esos factores produce un debilitamiento que es aprovechado por insectos, hongos y virus», señala la organización Bosques Sin Fronteras.

La ubicación de los castaños de Nuestra Señora de la Alcobilla (Zamora), el olivo de Ulldecona (Tarragona), el drago de Icod de los Vinos (Santa Cruz de Tenerife) o la Carrasca de Lecina (Huesca) permanecían en un feliz desconocimiento hasta que se difundió su localización con la mejor de las intenciones. Ahora son asediados por los visitantes.

Nadie quiere que se repita lo que le pasó al tejo milenario de Fortingall, en Escocia. Este árbol ha visto la llegada de los celtas, de los romanos, de los normandos y de los ingleses. En 1785 ya era célebre; tanto, que se levantó un muro de piedra a su alrededor para protegerlo. Este ejemplar legendario puede irse al garete por culpa del turismo. Desde que se puso de moda arrancarle ramitas para llevarse un recuerdo, corre peligro.

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