Borrar
Consulta la portada del periódico en papel
El artista ainu Koji Yukiy, su ayudante Fukumoto Shoji, sentados ante un altar que recuerda la derrota de su tribu frente a un ejército japonés en la batalla de Kaminokuni, en el siglo XV Reuters
Los ainu van a contracorriente

Los ainu van a contracorriente

Los japoneses siempre han marginado a este pueblo indígena. Ahora el Gobierno quiere abrir antes de los Juegos un parque dedicado a ellos que muchos ven como un zoo

Fernando Miñana

Domingo, 12 de enero 2020, 08:39

Son una rareza entre la aparente uniformidad de Japón. Una isla que apenas resiste en medio de una población repleta de personas no muy altas con el cabello negro y liso, y los ojos rasgados y oscuros. Los defensores de la tradición de un pueblo cazador frente al furor por la tecnología. Los inferiores, en definitiva, frente a los superiores. Porque los ainu han sido marginados tradicionalmente por los japoneses.

Pero los ainu llegaron primero. Ellos son los aborígenes de Hokkaido, la más al norte de las tres grandes islas de Japón. Y hay quien defiende que llevan allí desde el origen de los asentamientos humanos. Aquel fue su territorio hasta que, en el siglo XIX, Japón les aplastó mientras colonizaba Hokkaido.

Siempre fueron diferentes y por eso los japoneses les repelen. Lo primero que llama la atención de los ainu es que no tienen nada que ver con el resto de la población. Pelo castaño y ondulado, ojos claros o su estatura, por encima de la media, les hace destacar. O la abundancia de vello en su cuerpo, lo que les lleva a lucir barba o bigote habitualmente, algo no muy común en un japonés medio.

Un ainu examina un arco y una flecha, el arma que utilizan para cazar. Kim Kyung-Hoon/Reuters

Es un pueblo cazador que ha sobrevivido al paso de los siglos y que tiene otro distintivo: la lengua, que apenas tiene similitudes con el japonés. De hecho, se considera un idioma único sin raíces en ningún otro. Porque algunos historiadores mantienen que llegaron al norte de Japón hace más de 10.000 años a través del puente de hielo que había desde el continente.

Japón siempre ha intentado ningunearlos. Pero en 2008, después de una serie de reivindicaciones públicas y manifestaciones en Tokio ante el Gobierno nipón, se aprobó una resolución en la que por primera vez en la historia se reconocía formalmente a los ainu como «pueblo indígena con idioma, religión y cultura propios». Parecía que, al fin, se tenían en cuenta sus derechos culturales e identitarios.

Cazadores con arco

Los indígenas pedían mucho más, que la sociedad no les marginara por ser diferentes, por hablar diferente. Una situación que les llevó a vivir una especie de aislamiento social que se traduce en desempleo, sueldos precarios y dificultades para formarse en igualdad de condiciones.

Durante siglos vivieron casi sin salir de Hokkaido. Hasta la política de asimilación promovida en 1899 por el Gobierno de Tokio tras la Restauración Meiji –un periodo, entre 1866 y 1870, de cambios políticos y sociales en el país–. Entonces se vieron forzados a integrarse en otras zonas, abandonando, así, muchas de sus costumbres, como cazar con arco y flechas envenenadas o alimentarse de carne de venado, oso, zorro, lobo, tejón, buey y caballo, además de pescado, fruta, mijo, verdura, hierbas y raíces. O habitar unas chozas elevadas, de hasta siete metros de altura, con techos de caña; viviendas sin habitaciones con un gran fuego en el centro de la estancia.

Un venado recién abatido.

El último censo, de 2017, indicaba que eran 13.118 personas. Pero son muchos más. Como diez o quince veces más. Porque lo que el censo no detecta es a esos ainu que, hartos de sentirse marginados por ser diferentes, se han desperdigado por todo el país intentando pasar desapercibidos. El problema es tan hondo que un elevado número de estos indígenas intenta mantener en secreto la identidad de sus hijos para que no sufran el desprecio de su comunidad o un sueldo peor. Se les conoce como los ainu silenciosos y muchos no descubren sus orígenes hasta que son adultos.

Pero Japón quiere lucirse ante el mundo el próximo verano. Los Juegos Olímpicos son un inmenso escaparate al que se asoma todo el planeta y el Gobierno pretende mostrar una imagen de cordialidad con sus pintorescos ainu. Por eso está construyendo en una zona boscosa a orillas del lago Poroto, cerca de la ciudad de Shiraoi, en la isla Hokkaido, un espacio dedicado a ellos, con una réplica de un poblado ainu, con un presupuesto de 200 millones de euros. Aunque algunos de los aborígenes temen que los conviertan en una especie de zoo.

La organización de los Juegos, casualmente, ha trasladado las pruebas de maratón y marcha a Sapporo, unos kilómetros al norte de este parque, que incluye un museo ainu, que será inaugurado este año. Los indígenas recelan de todo lo que haga el Gobierno, que ya se negó a atender sus peticiones cuando empezaron a tantearles con el pretexto de que el resto de japoneses se podría ofender.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Los ainu van a contracorriente