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darío menor
Viernes, 15 de noviembre 2019, 07:17
Resiliencia. Los venecianos, ya sean de nacimiento o de adopción, echan mano de este término de moda para dejar claro que quien vive en esta magnífica ciudad tiene una enorme capacidad para adaptarse a los cambios y a las situaciones adversas. Les viene de lejos, de aquellos primeros pobladores que escapando de las correrías de los bárbaros se asentaron en la laguna véneta, construyendo sus casas sobre pilotes de madera hincados en el mar. «Por supuesto que somos resilientes, pero si los políticos no hacen algo y nos protegen de verdad frente a la invasión de los turistas y las mareas cada vez más fuertes, acabaremos todos por irnos a tierra firme y Venecia terminará convertida en un museo».
Claudio Madricardo, periodista veneciano y promotor del turismo sostenible, se indigna al analizar la lenta agonía a la que parece abocada la Ciudad de los Canales, acelerada por episodios como el de la noche del martes, cuando la marea llegó a los 187 centímetros, el segundo nivel más alto en un siglo después del alcanzado en 1966. Más del 80% de esta urbe patrimonio de la humanidad acabó anegada.
«Fue un golpe brutal. Yo recuerdo el 'agua alta' de hace 50 años y fue una pesadilla, como el miércoles, cuando no pude salir de casa en todo el día porque ni siquiera las botas me cubrían lo suficiente. Espero que este desastre sirva para que los políticos reaccionen de una vez, aunque lo habitual es que estén tres o cuatro días hablando de esto, luego se olviden y todo vuelva a lo de siempre», advierte Madricardo, que no parece fiarse demasiado de las últimas promesas del Gobierno.
:: D. Menor
El desastre que ha vivido Venecia esta semana, con dos muertos e innumerables daños materiales, podría haberse evitado. Lo mismo que otro episodio de 'agua alta' de octubre del año pasado que provocó daños en la basílica de San Marcos. Bastaba que se hubieran cumplido los plazos de construcción del sistema de diques planeados para evitar que crecidas superiores a 110 centímetros sobre el nivel habitual del mar pudieran entrar en la laguna véneta. Este faraónico proyecto, que ha costado 5.500 millones de euros, se conoce como Mose, acrónimo de 'Modulo sperimentale elettromeccanico' (Módulo experimental electromecánico) y que en italiano se escribe como Moisés, rememorando así al personaje bíblico que logró separar las aguas del mar Rojo. Fue el proyecto elegido después de años de debate y estudio tras la histórica inundación del 4 de noviembre de 1966, la peor jamás registrada, pues superó en siete centímetros a la de esta semana. El Moisés tendría que estar operativo desde 2016, pero si el último desastre no propicia un acelerón, no lo hará hasta 2022.
Estas obras han dado de comer a muchas familias en Italia, ya sea de forma legal o ilícita. Se calcula que los casos de corrupción ligados a su construcción, ya casi concluida, alcanzan los 250 millones de euros. En junio de 2014, la Guardia de Finanzas –la Policía financiera italiana– realizó una gran operación en la que fueron detenidas 35 personas por ser supuestamente partícipes de la red de corrupción surgida en torno a la obra. Entre los detenidos, figura la cúpula del sistema político local y regional, sin distinciones políticas: había tanto dirigentes del izquierdista Partido Democrático, entonces en el Gobierno con Matteo Renzi como primer ministro, como del derechista Forza Italia, la marca electoral de Silvio Berlusconi. Entre los implicados más importantes había auténticos pesos pesados, como el alcalde de Venecia de aquellos años, Giorgio Orsini, y el exgobernador regional del Véneto, Giancarlo Galan. El comportamiento criminal que se generó alrededor de las obras fue comparado por la Fiscalía con lo sucedido en Tangentopoli, el escándalo de corrupción que acabó fulminando a los principales partidos políticos italianos en los años 90.
Las obras del Moisés, hasta entonces en manos de la concesionaria Consorzio Venezia Nuova, fueron comisariadas por el Estado tras el escándalo de 2014. Le toca pues al actual Gobierno completar este proyecto de 78 diques móviles fijados sobre el fondo de las tres bocas que conectan la laguna veneciana con el mar Adriático.
El primer ministro, Giuseppe Conte, viajó a Venecia en la tarde del miércoles y presidió ayer allí un Consejo de Ministros extraordinario para declarar el estado de emergencia y anunciar las ayudas económicas que recibirán las personas afectados por el 'agua alta'. Conte prometió indemnizaciones de hasta 5.000 y 20.000 euros respectivamente para los propietarios de viviendas y tiendas dañadas por la inundación.
El dinero «llegará de inmediato», aseguró el mandatario, para permitir que la rehabilitación de los inmuebles afectados pueda iniciarse lo antes posible. El jefe del Ejecutivo se comprometió a que estas «situaciones dramáticas» no se repitan y mostró su confianza en que pueda completarse lo antes posible el proyecto Moisés, el sistema de diques móviles planeados para proteger la laguna de mareas de hasta tres metros de altura. «Es una obra en la que se ha gastado ya muchísimo dinero y que está en su fase final. Hay que completarla y mantenerla».
El Moisés cuesta 5.500 millones de euros y solo su mantenimiento sale por unos 100 millones al año. Tendría que haber entrado en funcionamiento en 2016, pero los últimos cálculos admiten que no lo hará hasta 2022. Los habitantes de Venecia esperan que la enorme atención mediática que han generado en el mundo las inundaciones sirvan para que se complete de una vez la obra. «Hay una gran presión pública para concluir este proyecto que ayudará a salvar la ciudad. Es una solución parcial, pero importante», explica Shouro Dasgupta, investigador en la Universidad veneciana Ca' Foscari y miembro del Centro Euro-Mediterráneo sobre los Cambios Climáticos.
Originario de Bangladesh, este experto lleva siete años residiendo en la ciudad y no tiene intención de abandonar este lugar, en el que está encantado de vivir. «Debemos ser resilientes y adaptarnos a los cambios que el calentamiento global va a provocar. Venecia está en peligro, pero puede salvarse si actuamos lo antes posible. Además del proyecto Moisés hay que hacer otras muchas cosas. Hace falta una reforma de la estructura económica para no depender solo del turismo, hay que aumentar la sostenibilidad y desarrollar tecnologías que mejoren la conservación de las islas de la laguna y de los edificios históricos del centro. Ahora mismo solo se habla de soluciones inmediatas, pero debemos plantearnos cómo garantizar la supervivencia de Venecia también a largo plazo», subraya Dasgupta. En su opinión, no hay duda de que con el calentamiento global los episodios de 'agua alta' van a ser más frecuentes y dañinos: «Aumentará el nivel del mar y las tormentas y los vientos serán cada vez más fuertes».
Piero Ruol, profesor de construcción marítima, gestión y protección de costas en la Universidad de Padua, forma parte de una familia de venecianos emigrados a tierra firme. «Es una ciudad bellísima pero muy incómoda, tomada por el turismo de bajo coste. Mucha gente acaba yéndose a Padua, Mestre o Marghera, harta de tener que luchar con los visitantes para tomar por asalto los 'vaporetti' para ir a trabajar o a hacer la compra», asegura Ruol.
Dos mareas combinadas. El desastre del martes se debió a una combinación de dos mareas: la astronómica, que resulta previsible y depende de la posición del Sol y de la Luna, y la meteorológica. Esta última era consecuencia de un temporal, que provocó una rápida bajada de la presión atmosférica y fuertes vientos. 177 centímetros alcanzó el 'agua alta' en la noche del martes en Venecia, el segundo nivel más alto desde 1923. Se quedó a 7 centímetros del histórico récord del 4 de noviembre de 1966.
100 centímetros de agua cubrieron la cripta de la basílica de San Marcos (en la imagen), una de las joyas del inigualable patrimonio arquitectónico de la Ciudad de los Canales. También se vio afectada la zona del nártex, cuyos mosaicos y columnas acaban de ser restaurados tras un episodio similar ocurrido a finales del año pasado. El agua entró en el área donde se encuentra el altar con los restos de san Marcos. Aunque la zona ya ha sido limpiada, los daños provocados por el agua salada pueden tardar años en desaparecer.
La piscina de San Marcos. 90 centímetros de crecida bastan para cubrir por completo la plaza de San Marcos, donde se encuentra la basílica homónima. Es la zona más vulnerable a las mareas por ser la más baja de la ciudad y no tarda en convertirse en una suerte de gigantesca piscina.
20.000 euros como máximo recibirán de indemnización los dueños de comercios con daños materiales debido a las inundaciones, mientras que el tope para los propietarios de viviendas particulares se situará en 5.000 euros.
52.981 habitantes están registrados en el centro histórico de Venecia. La cifra no para de disminuir en las últimas décadas debido a la masificación turística, el alza de los precios y las incomodidades propias de vivir en una ciudad construida sobre una laguna. En 1966, cuando tuvo lugar la mayor inundación jamás registrada, los vecinos eran poco más de 120.000. El éxodo hacia tierra firme ha llevado a los venecianos a instalarse en otras localidades como las cercanas Mestre, Padua y Marghera.
El casco histórico tiene hoy menos de 53.000 habitantes, mientras que en 1966, cuando tuvo lugar la mayor inundación jamás registrada, los vecinos llegaban a 120.000. El alcalde, Luigi Brugnaro, teme que la despoblación continúe si las mareas altas son cada vez más habituales, un escenario que Ruol, como Dasgupta, también considera probable. «Si el nivel del mar sube entre 30 y 50 centímetros, como se teme, se llegará más a menudo a las condiciones del pasado martes», advierte el profesor de la Universidad de Padua.
«Devastación apocalíptica»
La «devastación apocalíptica» de hace tres días, según la definió el gobernador regional del Véneto, Luca Zaia, miembro de la Liga, fue el resultado de la combinación de dos factores. «Hubo una coincidencia muy negativa de la marea astronómica y de la marea meteorológica. La primera tiene una oscilación previsible y calculable, porque depende de la posición del Sol y de la Luna respecto a la Tierra. La marea meteorológica, en cambio, está ligada a la presión atmosférica y al viento. En la noche del martes la presión bajó muy rápidamente, lo que provocó un aumento del nivel del mal. En mitad de esta situación el viento, con una velocidad de más de 100 kilómetros por hora, cambió su dirección y contribuyó a que aumentara aún más el volumen de agua que entraba en la laguna», explica Ruol.
shouro dasgupta, investigador
La situación podía haber sido aún peor si el temporal hubiera sido más fuerte. Es lo que ocurrió en octubre del año pasado, cuando Venecia sufrió una marea meteorológica más potente que la de esta semana, aunque afortunadamente su punto álgido no coincidió con una marea astronómica.
El experto de la Universidad de Padua no comparte el catastrofismo de algunos venecianos y cree que la Ciudad de los Canales podrá sobrevivir una vez que entre en funcionamiento el proyecto Moisés. «Seguirá habiendo algunas zonas bajas que se anegarán, pero los vecinos ya están acostumbrados a ello. Lo preocupante son los casos excepcionales como el de estos días. Los diques se elevarán cuando las mareas superen los 110 centímetros, por lo que Venecia estará a salvo. El problema es que no pueden usarse continuamente, ya que impiden la navegación y alteran el equilibrio medioambiental de la laguna. Pero si hay una gestión eficaz pienso que se puede garantizar
la supervivencia de Venecia durante al menos un siglo», opina Ruol.
Habrá que ver, eso sí, cómo llegan a esa fecha algunas de las grandes joyas de la ciudad, como la basílica de San Marcos, cuyo nártex y cripta acabaron anegados. Aunque la zona ha sido ya limpiada, los daños provocados por el agua salada tanto en las columnas como en los valiosos mosaicos del pavimento pueden tardar años en desaparecer, y en algunos casos, serían incluso irreversibles. Son un buen símbolo de lo que le ocurre a esta urbe sin igual, corroída por el mar mientras la fotografían extasiados visitantes de todo el mundo. «Yo amo Venecia, me gusta vivir aquí –confiesa Madricardo–, pero la invasión turística y el problema medioambiental hacen que me esté planteando vender mi casa y comprarme una en tierra firme antes de que la ciudad acabe destruida o convertida en un museo. No quiero ser el último de los mohicanos».
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