Un gremlin. La iconografía gargolítica de la iglesia de Bethleem (Nantes) es tan peculiar como cinematográfica

Los secretos que guardan las fachadas de los antiguos edificios

Las figuras más insospechadas se asoman entre las viejas piedras. Hay de todo, desde gremlins, hasta dragones golosos y astronautas

irma cuesta

Domingo, 20 de noviembre 2016, 21:38

En la catedral de Santander, reconstruida tras el incendio que en 1941 redujo a cenizas buena parte de la ciudad, reposan los restos de Marcelino Menéndez Pelayo. Sobre la tumba, una escultura yacente firmada por Victorio Macho en 1956 representa al escritor con hábito de fraile, la cabeza reposando sobre dos grandes infolios, el brazo derecho desfallecido, y el otro sobre el pecho sosteniendo un libro y una cruz. El mausoleo no tendría nada de particular si no fuera porque el rostro del insigne cántabro es, en realidad, el de Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE. El escultor, empeñado en hacer bien su trabajo, copió la máscara mortuoria del padre del socialismo español porque, según dijo, «su parecido era enorme». Y es que muchas de las grandes construcciones que pueblan el planeta están llenas de secretos y de curiosos legados -surgidos de la casualidad o por expreso deseo de sus artífices- que han perdurado en el tiempo.

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Quizá sea la rana de la fachada de la Universidad de Salamanca una de las más famosas del mundo. Ese animalito cuya presencia enfadaba a don Miguel de Unamuno -era de la opinión de que fijarse demasiado en ese detalle obligaba a olvidarse de disfrutar del conjunto- es sin duda una de las atracciones de la ciudad. Pero, ¿qué hace allí una rana, sobre una calavera, entre tal cantidad de detalles labrados en la piedra? En un libro titulado El desafío de la rana de Salamanca, cuando la rana críe pelos, Benjamín García-Hernández, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, sostiene que la calavera representa al príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos. Y que la rana que lo acompaña pretende mandar un mensaje cargado de ironía a la Inquisición. «Por un lado estaba la muerte, y por el otro la resurrección de los cuerpos en las vísperas del Juicio Final, algo que, para los no creyentes, solo llegará cuando las ranas críen pelo». O sea, el príncipe no resucitará nunca.

Muy cerca de allí, en la Puerta de Ramos de la catedral nueva, un astronauta gravita entre escenas bíblicas y motivos vegetales como si tal cosa. La figura, que algunos quisieron ver como el fruto de un cantero visionario del siglo XVI, es solo un guiño de un colega muy posterior: Miguel Romero lo talló en la piedra durante la restauración que se realizó en 1992 con motivo de la celebración en Salamanca de la Exposición Las Edades del Hombre. También el dragón que come un helado, en esa misma portalada, parece estar ahí para recordarnos que muchos artistas no pueden resistir la tentación de dejar su firma cuando el destino les ofrece la posibilidad de enredar en una obra de semejante envergadura. Esa es, al menos, la teoría del profesor García- Hernández: «Ha ocurrido siempre. Se trata de dejar una firma de época. Es evidente que les resulta complicado aparcar ese prurito; ese deseo irrefrenable de dejar su huella».

En la catedral de Palencia, un edificio que comenzó a cimentarse en el año 1321 y no terminó de levantarse hasta finales del siglo XV, entre gárgolas representando figuras de arpías, esqueletos y leones alados, uno encuentra un curioso hombre vestido con un levitón armado con una cámara de fotos.

Teniendo en cuenta que el edificio acabó de construirse cuatrocientos años antes de que Charles y Jacques Vicent Louis Chevalier construyeran la primera, está claro que el autor tampoco fue un cantero visionario empeñado en dejar constancia de sus poderes. De hecho, el responsable fue Jerónimo Arroyo, el arquitecto encargado de los trabajos de restauración llevados a cabo entre 1908 y 1910 para sustituir una gárgola que se había venido abajo. Según han contado los investigadores, fue el sentido del humor de Arroyo el que le llevó a colocar la figura de un fotógrafo en una suerte de homenaje a un amigo íntimo que, a pesar de los esfuerzos por descubrir quién fue, solo se ha sabido que se llamaba Alonso.

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Y si a alguien le parece que al arquitecto palentino se le fue el asunto de las manos llevado por el cariño que profesaba a su compadre, solo tiene que darse un paseo por Trujillo. En la tierra de Pizarro, que atesora uno de los conjuntos monumentales más ricos de Extremadura, uno se pasea por esas calles llenas de palacios y casonas medievales que rezuman historia hasta que se topa con una torre que en lo alto de uno de sus capiteles muestra orgullosa un escudo del Athletic. Según Enrique Terrachet, un periodista vizcaíno que ha investigado y escrito sobre la entidad rojiblanca, los hechos ocurrieron de la siguiente manera: cuando se decidió restaurar la torre, allá por 1970, se dejó el encargo en manos de Antonio Serván, un cantero con corazón de león que entendió que no había mejor manera de rendir tributo al club de sus amores que colocando su escudo sobre uno de los capiteles. Eso sí, esculpió Atletico en vez de Athletic, que es como se llamaba entonces al once de San Mamés.

Darth en lo alto de la catedral

Es posible que alguien piense que ese escudo en lo alto de la torre encabezaría el ranking de cosas curiosas en lugares insospechados. Si lo hiciera, estaría equivocado. En la Lonja de la Seda, en Valencia, hay un buen muestrario de gárgolas curiosas: un ser angelical tallado en piedra introduce su pene en una vasija mientras, al otro lado, una mujer se toca los genitales tan ricamente. Aunque no está mal, para aportaciones originales, las de los norteamericanos, que siempre han sido muy suyos, y hace un par de décadas decidieron colocar una gárgola de Darth Vader en la Catedral Nacional de Washington. ¿Que qué hace el villano de La Guerra de las Galaxias en lo alto de una iglesia? Según parece, la efigie del personaje de George Lucas resultó finalista en un concurso infantil de diseño de gárgolas organizado en los años ochenta por la propia catedral a través de la revista WorldMagazine de National Geographic y, durante su construcción, en 1990, le buscaron un sitio en lo alto de la torre noroeste.

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Las excentricidades, desde luego, no son solo patrimonio yanqui. En la iglesia de Bethleem, en Nantes (Francia), un templo reconstruido a principios de los 90, los franceses decidieron rendir su particular homenaje a alguno de los más míticos personajes alumbrados por la industria del cine en las últimas décadas. Desde entonces, entre las gárgolas que adornan la fachada y esquinas de la Chapelle -una construcción del gótico flamígero tardío del siglo XV- se asoman las criaturas de Joe Dante, el director y productor norteamericano que ha firmado películas como Piraña (1978), Gremlins (1984) y Gremlins 2: la nueva generación (1990). Por eso, si uno se da una atenta vuelta por la iglesia verá, entre otras cosas, un fantástico Gizmo atisbando desde lo alto.

En opinión de los expertos, no es que los arquitectos o los sacerdotes de la época tuvieran especial predilección por los iconos del cine norteamericano de ciencia ficción de las últimas décadas, sino que las obras de restauración del edificio medieval, que entró en la lista de monumentos históricos franceses en 1911, fuero llevadas a cabo por gente con buen sentido del humor. Según parece, a ellos les hace muchísima gracia.

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