Una mujer disfruta del las vistas de la 'Ciudad Blanca', como se conoce a Tánger, desde la terraza del hotel La Tangerina

La 'vedette' de África

Atrajo a espías y literatos, Mohamed VI se ha propuesto convertirla en la Saint Tropez de Marruecos y el acaudalado rey saudí la ha cambiado por Marbella. Tánger fue también el refugio de Felipe González y Carmina Ordoñez

guillermo elejabeitia

Sábado, 13 de agosto 2016, 18:45

Tánger posa altiva como una vedette en la puerta de África», decía Pierre Loti. El francés es uno de los muchos artistas que a lo largo de la historia han sucumbido a los encantos de una ciudad que, como las estrellas de revista, brilla sobre el escenario, pero esconde un turbio pasado en el camerino. Convertida en un oasis bajo control internacional dentro del protectorado de Marruecos, durante décadas fue refugio de espías, literatos y millonarios. Consciente de su embrujo, la Tánger de hoy hace negocio de ese mito que sedujo a españoles como Baroja, Gaudí y más recientemente a Carmen Ordóñez, que pasaba allí largas temporadas, y el expresidente Felipe González.

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Tánger quiere ser «la Saint Tropez del norte de África» y estrena puerto deportivo, paseo marítimo y hoteles. El rey de Arabia Saudí la ha cambiado por Marbella. ¿Conseguirán los petrodólares devolverle el encanto de entreguerras?

La leyenda de la Perla del Estrecho comenzó a forjarse a finales del siglo XVIII, cuando el sultán alauí decidió hacer de ella la capital diplomática de Marruecos. En 1786 comenzaron a instalarse las primeras delegaciones internacionales, dando origen al que todavía hoy se conoce como barrio diplomático. En el palacio que ocupaba el consulado galo, convertido después en el hotel Villa de France, se alojó en 1832 el pintor Eugéne Delacroix. Tánger inspiró al autor de La Libertad guiando al pueblo para dar forma a una particular visión de Oriente que crearía escuela entre los pintores decimonónicos. La fascinación por la puerta de África no había hecho más que empezar.

Cuando las potencias europeas se repartieron el continente a comienzos del siglo XX, Tánger estuvo controlado por todas y por ninguna. La mayor parte de Marruecos cayó en manos francesas, pero los ingleses maniobraron a favor de que España conservara la franja norte, para evitar que su principal competidora controlara el Estrecho. Por su posición estratégica, la Ciudad Blanca quedó en manos de una asamblea formada por franceses, españoles e ingleses. Después se les unieron portugueses, italianos, holandeses y belgas.

Entre 1923 y 1956 se dio cita allí la flor y nata de la bohemia, la farándula y el hampa internacional. Ese ambiente entre cosmopolita y clandestino que destila la película Casablanca se vivió aquí mucho más que su vecina del sur. La decoración del hotel El Minzah inspiró el Café de Rick y puso de moda el estilo hispano árabe en las mansiones de Hollywood. En el hotel Continental, el más antiguo de la ciudad, se alojaron Antonio Gaudí, Pío Baroja y William Somerset Maugham, el escritor mejor pagado del mundo en los años 30. La poetisa Mercedes Acosta buscó refugió en una de sus suites tras su ruptura con Greta Garbo. Allí coincidió con la escritora Djuna Barnes, que cuentan que se sentía perseguida por la gruesa sombra de un hombre que resultó ser Winston Churchill. El histórico alojamiento permanece intacto, lo que ha relegado su confort a lo que hoy se considera un dos estrellas.

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«¡El paraíso existe!»

El Villa de France encarna a la perfección la evolución de la ciudad a lo largo de los dos últimos siglos. Tras ser sede de la embajada y después hotel de lujo, entró en franca decadencia a partir de la independencia del país. En 1966 perdió su quinta estrella e inició una lenta agonía que le llevó a cerrar sus puertas en 1992. Tras una profunda renovación abrió de nuevo hace dos años y vuelve a ser uno de los mejores hoteles de África.

En la habitación 35 pintó Henri Matisse su cuadro Vista desde una ventana, que hoy se conserva en el museo Pushkin, de Moscú. El padre del fauvismo llegó a Tánger en 1912 y pasó sus primeros diez días encerrado por la lluvia. «¡El paraíso existe!», dicen que afirmó cuando por fin pudo salir a conocer la ciudad entusiasmado por la luz y los colores de sus calles. Después llegarían Tennesse Williams, Roland Barthes, Samuel Beckett y muchos otros.

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Paul Bowles dijo de ella que era «una sala de espera entre conexiones, una transición de una manera de ser a otra», pero acabó muriendo allí después de dedicarle algunas de sus mejores obras, como Déjala que caiga y El cielo protector. Parte de la versión cinematográfica, protagonizada por John Malkovich y Debra Winger, se rodó en el hotel Fuentes, en el corazón de la ciudad vieja. En la Kasbah tenían sus palacios la pobre niña rica Barbara Hutton y el diseñador Yves Saint Laurent. «Broadway, Picadilly, tienen sus ratos libres, pero el Zoco Chico está en ebullición las 24 horas del día», escribía Truman Capote. William Burroughs descubrió los secretos de la ciudad a Jack Kerouac y desde entonces se convirtió en un santuario para la Generación Beat.

La independencia de Marruecos en 1956 supuso el fin de su atípico estatus internacional. En los años 60 los espías y literatos fueron sustituidos por músicos como Mick Jagger, al que se podía encontrar en el café de Hafa, o Bob Dylan, que habla de Tánger en la canción If you see her, say hello. Se formó una colonia hippie que pasaba los días consumiendo LSD, vagabundeando de El Minzah al Jaffa Café y esperando los giros postales de sus padres. Incluso llegó a ser un refugio para la comunidad gay, pero la permisividad que había caracterizado la etapa internacional se esfumó al integrarse en el reino alauí. Entonces estalló el llamado Gran Escándalo y decenas de extranjeros fueron detenidos por delitos relacionados con sexo, corrupción de menores y consumo de drogas. El mito se rompió en pedazos.

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Derroche de lujo asiático

«En los 80 estaba en manos de la delincuencia reconocía el historiador e islamólogo Emilio González Ferrín, pero ahora tiene un auge económico y cultural que ya quisiera Sevilla». Parte de este resurgir está motivado por el empeño personal del monarca, Mohamed VI, que se ha propuesto hacer de Tánger «la Saint Tropez del Norte de África». La construcción de un superpuerto en las afueras ha permitido liberar espacio urbano para un paseo marítimo, un puerto deportivo y nuevos hoteles.

En Le Mirage se aloja estos días el séquito del rey Salam de Arabia Saudí, que se ha convertido en los últimos años en el mejor valedor del turismo tangerino. Se ha hecho con una playa privada y dos palacios, uno de ellos levantado sobre una finca que le compró a Felipe González. Los preparativos de la boda de uno de sus hijos le han llevado a reservar todos los hoteles del barrio de Boughaz desde el 12 de julio al 12 de agosto. Atrás quedan sus veraneos en Marbella. Dicen que la culpable del cambio es su actual esposa, celosa del cariño que sentía por la Costa del Sol su predecesora, Sultana, fallecida en 2011. Su estancia aporta dividendos y lujo asiático a la transformación de la ciudad, que sin embargo difícilmente podrá recuperar el ambiente cosmopolita de antaño. El paisaje humano ya no es el mismo. En 1950 de los 150.000 habitantes, 20.000 eran españoles, unos 15.000 judíos y otros 20.000 extranjeros, de los cuales 7.000 eran franceses. Hoy la ciudad tiene un millón de personas, de los que solo 10.000 son extranjeros. «La mayoría franceses y españoles con intereses económicos, pero también muchos africanos en busca de Eldorado europeo que no consiguen llegar», apunta Rachid Taferssiti, autor del libro Tánger, realidad de un mito.

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La antigua Tingis romana todavía sigue buscando su identidad. Como decía Juanita Narboni en la novela de Ángel Vázquez, no es «ni del todo española, ni del todo mora, ni del todo judía, somos lo que quiere el viento. Una mezcla».

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