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En cámara lenta

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La parroquia de La Cantina del Calvo aborda el debate propuesto por el tabernero Gellida: las actitudes de unos y otros en la final de la Copa del Rey. Y la conclusión no se hace esperar

CESAR PÉREZ GELLIDA

Lunes, 30 de mayo 2016, 20:52

Ganó el Barca. No sabría decir si merecidamente, pero lo cierto es que terminó por llevarse una nueva Copa del Rey ante un Sevilla que siempre dio la cara y que, bajo mi punto de vista de aficionado, estuvo más cerca de ganar que de perder hasta que perdió a Banega, el cerebro ofensivo de los de Nervión, por roja directa. Fue un encuentro más vibrante que brillante, más morboso que jugoso, dado que había más expectación por lo que acontecería en las gradas que por lo que habría de suceder sobre el pasto del Vicente Calderón. Y todo ello porque antes de que Luis Suárez e Iniesta pusieran en juego el balón, otros, que no visten de corto, invadieron el terreno de lo deportivo en una torpe tentativa por penetrar el arco del rival. Así, sin que nadie se lo pidiera, algunos políticos disputaron el partido de la sempiterna disputa por ver quién la tiene más grande.

Muy español todo; muy catalán. Bochornoso.

La primera en mostrar sus intenciones y demostrar sus falencias fue la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancusa, en una alocada internada por la banda del españolismo con la que alcanzó a la línea de fondo sin levantar la cabeza para terminar poniendo un veto en el área del independentismo que el juez de la contienda, Jesús Torres, se encargó de anular por fuera de juego. Acertó el colegiado. En el contraataque, los independentistas fueron con todo, con sus esteladas, su discurso libertario y sus pitos sin flautas. Enrabietados. Y marcaron su gol, cierto, pero este no subió a ningún marcador y finalmente todos se retiraron cabizbajos hacia el túnel de vestuarios pensando en que quizá, quién sabe si a la siguiente, lograran imponerse al contrario.

No dan pie con bola. En la cantina nos reunimos unos cuantos para analizar la moviola en cámara lenta que es como se aprecia mejor lo peor.

A Dancusa le pierde la precipitación, muy propia de un jugador inexperto en su debut, bajo la presión de estar bajo la mirada de millones de espectadores que ni siquiera conocen su dorsal, pero dispuesta a darlo todo por su equipo. Para su desgracia, sus compañeros no le avisaron de que no estaba habilitada para sacarse de la manga una prohibición sin base legal, y terminó siendo abucheada por el respetable. Ella, y sus asesores, deberían saber que la estelada es una bandera no oficial, cierto, pero en ningún caso está probado que incite a la violencia, el racismo o la xenofobia como sostenía la representante del Ejecutivo y, en consecuencia, no vulnera el artículo 2 de la Ley del Deporte. La delgada del Gobierno logró el efecto contrario: regalar titulares a la causa independentista fuera y dentro de España, ensanchando las sonrisas de quienes todavía creen que su cruzada es lo que más importa a españoles y catalanes, al mundo entero y a otros mundos de la galaxia exterior, el Más Allá, la Tierra Media y Los Siete Reinos de Poniente.

Al otro lado de esa frontera con la que sueñan tener algún día y antes de que se conociera el auto del magistrado, los Puigdemont, Junqueras, Colau, Mundó y Tardà, emulando a los cinco magníficos que marcaran una época con el Real Zaragoza, se peleaban entre sí para ver quién de ellos hacía el gol de la victoria independentista. Llegaron entonces las declaraciones dramáticas, rayanas en lo apocalíptico, llegando válgame el cielo, a amenazar con no asistir al palco, como si su ausencia fuera a deslucir el evento y con ello se esfumara la magia blaugrana y el coraje sevillista. ¡Claro que sí! Que ellos, nuestros políticos, son los auténticos protagonistas de todo, imprescindibles a todos los defectos, aunque no hayan empatado con nadie ni sean capaces de meterle un gol al arco iris. A la orgía de indignación nacionalista no quiso faltar el F.C Barcelona, enarbolando, eso sí, la bandera de las libertades sin percatarse que estaba transgrediendo los límites que corresponden a un club de fútbol tal y como explicaba el juez que no admitió a trámite el recurso presentado por la entidad blaugrana: «apartándose de la finalidad propia de sus funciones estatutarias, entre las que no se encuentra recogida precisamente la difusión de pronunciamientos políticos». Bien podrían tomar nota los dirigentes de los jugadores catalanes del equipo culé, que dejaron pasar la oportunidad de expresar su pensamiento político ante las cámaras cuando subieron a recoger el trofeo de manos de Felipe VI.

Se entiende la protesta catalanista al decreto de la delegada del Gobierno, por supuesto, pero tampoco habría estado de más que en sus comunicados hubieran instando a los asistentes a respetar el himno español de la misma forma que se no se vulneró el derecho a la libertad de expresión de los independentistas que quisieron portar la estelada. Muy lejos de ello, Ada Colau, haciende alarde de nefasto olfato de gol, justificaba los silbidos bajo la simpleza del «por algo será». Será que son irrespetuosos, alcaldesa. Porque pitar el himno español es faltar al respecto a todos los españoles, sean monárquicos o no, vivan o no en Cataluña, sean o no catalanes. Pero, además, es una nueva bofetada en la misma mejilla, de esas que pican, de esas que no se olvidan fácilmente, de esas que algunos recuerdan cuando se sientan en una mesa de negociación.

Cuesta entender que nuestros representantes todavía no sepan que para ser recordado hace falta mucho más que hacer un buen partido. Solo cuenta la trayectoria, y de nada sirve marcar el gol decisivo en aquella final porque aquella final ya pasó. Y mañana se juega otra. Y pasado la siguiente. Y otros vendrán que mejor lo harán.

Y ustedes, al banquillo.

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