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IRMA CUESTA
Lunes, 25 de abril 2016, 19:03
Los culebrones no son solo para el verano. La historia del doctor Ignacio Frade daría para más de un serial de televisión y haría retorcerse de gusto al mismísimo Sherlock Holmes. Y es que un atraco con rehenes incluidos y culatazo de por medio es el enésimo incidente en la vida de este cirujano plástico de 58 años, tres veces casado y padre de seis hijos, que ocupó por primera vez las portadas de los periódicos cuando se convirtió en el héroe del llamado caso Meño.
En manos de la policía. Después de tres intentos por conseguir los famosos papeles del cirujano, cualquiera siente curiosidad por saber de qué documentación se trata. De momento, sin embargo, habrá que quedarse con las ganas. El doctor ya ha dicho que no desvelará qué contenían porque la Policía le ha pedido «que no entorpezca la investigación».
Ni pacientes, ni clientes. Dice saber quién está detrás de todo este asunto y ha anunciado que pronto se conocerá a los responsables. Eso sí, que nadie piense en un cliente insatisfecho. Él ya se ha encargado de descartar esa hipótesis.
El 3 de julio de 1989, cuando Frade era un simple médico en prácticas en la madrileña clínica Nuestra Señora de América, estuvo presente en la operación de rinoplastia de la que Antonio Meño, de 21 años, saldría con un daño cerebral irreversible. Él mismo contó después que aquel incidente desapareció de su memoria hasta que un día de febrero de 2010, paseando por la plaza de Jacinto Benavente, se topó con la familia Meño. Por aquel entonces, Juana, su marido, y su hijo en coma, llevaban acampados casi un año ante el Ministerio de Justicia exigiendo la revisión del caso y soñando con una sentencia que admitiera que aquel desastre había sido fruto de una negligencia médica. Los carteles y recortes de periódicos con los que los Meño forraron su tenderete avivaron su memoria y, en julio de 2011, su testimonio hizo posible que, 22 años después de que Antonio se convirtiera en un vegetal, el caso se reabriera y las aseguradoras de la clínica les indemnizaran con 1,07 millones de euros. El dinero no les devolvió a su hijo (Antonio falleció en 2012), pero al menos sirvió para pagar las deudas acumuladas tras dos décadas de litigios. Aquella historia elevó a Ignacio Frade a los altares.
De nuevo en primer plano
El doctor ha vuelto ahora a las primeras planas tras una sucesión de episodios rocambolescos que han alcanzado su cénit esta misma semana y que han colocado a dos de sus tres exesposas en el punto de mira.
El episodio que investigan los agentes de la Policía Judicial de Madrid tuvo lugar el lunes, a eso de las tres menos cuarto de la tarde. El cirujano salió de su clínica, situada en el número 9 de la avenida del Mediterráneo, y subió a comer con su padre, que vive en ese mismo edificio, cuando se topó con un buen desaguisado: el anciano y la mujer que lo cuida maniatados y amordazados, y dos hombres armados que no dudaron en golpearle en la cabeza. Los agresores, que según qué versiones lo mismo son sicarios profesionales que meros aficionados, llegaron a la vivienda sobre la una y lograron que les abrieran la puerta tras presentarse como inspectores de Hacienda.
Que hay algo de locura en todo esto da idea el hecho de que los asaltantes primero reclamaran las llaves de la caja fuerte, luego exigieran una documentación que supuestamente estaba en la clínica y, finalmente, cuando la asistenta bajaba dispuesta a entregarles lo que pedían, la dejaran tirada en el ascensor y salieran corriendo. También ayuda a enredar las cosas que la del lunes no haya sido la primera vez que un par de cacos, más o menos eficientes, se cruzan en el camino de este médico alto, siempre trajeado, serio y extremadamente educado.
Según él mismo ha revelado, unos ladrones entraron en su casa de Pozuelo, el municipio más rico de España, hace cosa de un mes y la pusieron patas arriba rebuscando en lugares en los que solía guardar dinero. Parece evidente que, si los de esta semana le conocían de sobra -él ha dicho que le llamaban Ignacio-, los de la operación de Pozuelo tampoco debían ser unos vulgares rateros que pasaban por allí y se decidieron a echar un vistazo. Por si eso fuera poco, hace cerca de dos años, otros desconocidos entraron en la clínica en la que Frade se marca liposucciones a 3.500 euros, y arramplaron con lo que pudieron.
El culebrón roza la perfección cuando la policía, dos días después del incidente, revela que está centrando sus investigaciones «en varios exfamiliares del cirujano». Descartados hijos, padre y hermano, las exmujeres pasan a hacerse con el papel protagonista. A Frade, que fue discípulo en Brasil del afamado Ivo Pitanguy, considerado el padre de la cirugía estética moderna, le hemos preguntado si hay maquillaje en el caso, pero asegura que no piensa volver a decir una palabra al respecto hasta que el asunto se aclare. «La investigación está bajo secreto de sumario». Incluso eso suena de película.
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