César Pérez Gellida
Lunes, 11 de abril 2016, 21:45
¡Buenas noches, cabrones!
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De esta forma saludaba Enrique Bunbury a las casi diez mil almas que abarrotaban el Luna Park de Buenos Aires, lugar donde se escenificó el pasado 2 de abril el segundo concierto de un largo recorrido que llevará al zaragozano por decenas de ciudades a lo largo de Latinoamérica, Estados Unidos y España. Lo han bautizado 'El tour de las Mutaciones'. Y tiene sentido. Mucho. Porque durante las más de dos breves horas que duró el show, el embajador más relevante del rock español hizo un amplio recorrido por sus treinta años de metamorfosis y continua reinvención. Una trayectoria musical que supo plasmar en una selección de veintitrés temas que parecieran haber sido escogidos uno a uno por sus incondicionales.
Fanáticos entre los que estábamos una nutrida representación de la cantina.
Y este cantinero, que es un privilegiado, tuvo la suerte de charlar unos minutos con el artista y su inseparable Jose Girl momentos antes de empezar el concierto, conversación que quedará bajo secreto de sumario pero de la que quiero rescatar la última frase con la que el aragonés mutante se despidió hasta la siguiente: «Esta noche vamos a darlo todo». Una revelación que luego refrendó en el escenario cuando cantó: «Voy con la firme intención de caldear Buenos Aires, y armar un buen escándalo».
¡Y vaya sí cumplió!
No sabría decir en cuántos conciertos he estado desde que vi por primera vez a Héroes del Silencio en la Plaza Mayor de Valladolid, pero sí puedo asegurar que este último ha sido el mejor que recuerdo. Porque no me acuerdo de haber visto a Enrique Bunbury disfrutar como disfrutó en Buenos Aires.
Les prometo que le vi sonreír al menos cinco veces.
Sé que va a ser tarea imposible, pero en las líneas que siguen voy a tratar de transmitirle las emociones que vivimos todos los que estuvimos presentes en aquel recinto deportivo reconvertido en templo del rock & roll.
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Y no empezó muy bien la cosa, todo hay que decirlo, dado que una ley federal prohibe la venta de bebidas alcohólicas y fumar en recintos cerrados. Lo primero sí se cumplía, lo segundo no, en absoluto. La inadmisible ausencia de una cerveza en mi mano unida a la increíble presencia de menores aspirando el humo de la risa que ya flotaba en el ambiente y cuando digo menores me refiero a los muchos niños de cinco a diez años que se podían ver sobre los hombros de un adulto, me hizo fruncir el ceño durante los instantes previos a la salida de los músicos al escenario del Luna Park. Resulta que Néstor acababa de hablarme de la tragedia de Cromañón, en el año 2004, cuando un incendio provocado por el uso incontrolado de pirotecnia durante la celebración de un concierto de Callejeros provocó 196 muertos, incluidos varios niños del rango de edad que citaba antes y otros que no llegaban al año. A partir de ese momento, la normativa de seguridad se endureció drásticamente, aunque, al parecer, solo tiene efecto sobre el papel y la cerveza.
Sin embargo, en cuanto se apagaron las luces y empezó a sonar la intro 'Laurence de Arabia' de Los Tornados, la sed se esfumó por completo y, me da apuro reconocerlo la preocupación por la seguridad ajena también. Las luces de los focos empezaron a revolotear por el escenario como libélulas inquietas mientras Los Santos Inocentes iban tomando posición en sus puestos de combate. La puesta en escena no era espectacular; el espectáculo era él. Su atuendo bunburiano perteneciente o relativo a Bunbury, anoten, señores de la RAE, sus gestos inimitables, su disciplinada performance, sus posturas inverosímiles
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Y su voz: pura adrenalina acústica.
Y Los Santos Inocentes: Malditos Culpables, más bien.
La banda que acompaña a Enrique Bunbury desde que en el 2005 un tornado se llevara al Huracán Ambulante no son ninguna comparsa. Ni mucho menos. El respeto bidireccional y admiración mutua se hace patente en el uso de la primera persona del plural con la que siempre se expresa el cantante. Son la unidad de élite que cualquier comandante de la música querría tener bajo su mando. Jordi Mena es el apoyo aéreo, sus incursiones con la eléctrica tras las líneas enemigas ponen los pelos de punta al calvo más insensible. En los teclados horizontales y verticales, el «Reverendo» Rebenaque es el artificiero, siempre dispuesto a hacer saltar por los aires al respetable en el momento preciso. Robert Castellanos es el francotirador: discreto y letal. Álvaro Suite es un guerrillero curtido en mil guitarras, siempre en vanguardia. Ramón Gacías en la batería y Quino Béjar en la percusión son la artillería pesada y la ligera, y con sus continuas descargas van doblegando poco a poco cualquier conato de resistencia. Todos ellos conforman un batallón de músicos que parte y reparte.
Y el público se lleva la mejor parte.
¡Y qué público! Emocionalmente rendido ante las canciones que se iban sucediendo casi sin descanso. Hay que decir que se notaba más euforia en las nuevas versiones de los temas de Héroes del Silencio. Ahora me viene a la cabeza la histeria colectiva que se vivió con 'Avalancha', la explosión emotiva del Luna Park cuando sonaron sucesivamente 'Mar adentro' y 'Maldito duende', o cuando el recinto se convirtió en un nido de luciérnagas de móviles al son de 'La chispa adecuada', o las lágrimas de muchos, incluidas las mías, con los primeros acordes de 'Y al final'. Dicho esto, no hubo una sola estrofa pronunciada por Enrique Bunbury que no fuera coreada al unísono por el auditorio, y los momentos más álgidos del concierto se alcanzaron con temas de su andadura en solitario como sucedió con 'El extranjero' y esas diez mil gargantas cantando 'El que no salta es un inglés' conmemorando así el día de los caídos en las Malvinas. La mutación de 'El hombre delgado que no flaqueará jamás' nos robó a todos el aliento y cuando pensábamos que los neurotransmisores los teníamos colapsados se obró de nuevo el milagro con 'El rescate', 'Lady Blue' o Los habitantes'. Pero, si he de quedarme solo con una canción, sin duda elegiría 'Infinito'. Creo que es la única cuyo efecto no soy capaz de identificar.
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Magia.
De regreso a La Cantina del Calvo, nos preguntábamos con qué nos sorprendería en el futuro el aragonés mutante, debate que quedó inconcluso en alguien aplicó la frase con la que el propio Enrique Bunbury cerraba su documental 'El Camino más largo'.
'La música es un camino, no una meta, y cuanto más largo, mejor'.
¡Larga vida al rock & roll!
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