Un ‘chevalier’ posa un sarmiento sobre los hombros de Alberto II de Mónaco durante la ceremonia de su investidura como miembro de la elitista cofradía.

El sumun de las bacanales

Convertirse en caballero 'tastevin', la cofradía más exclusiva de amantes del vino, exige «profesar un amor profundo a Francia» y deslumbrar con los 'Borgoñas' de una cava propia. Aquí brindan premios Nobel, príncipes, presidentes de países, top-models...

icíar ochoa de olano

Sábado, 20 de febrero 2016, 21:27

«El mundo entero tiene dos o tres vinos de retraso». Con toda seguridad, Humphrey Bogart, casi tan buen actor como bebedor, no era un tastevin. En su época en blanco y negro ya existía un elegante microuniverso que había tomado la delantera al resto de la humanidad en cuestión de caldos: la Cofradía de Caballeros del Catavinos. Hoy se puede decir, sin temor a exagerar, que sus bacanales son el sumun. Tal vez sus encuentros no acaben en orgías, pero por las distinguidas venas de sus participantes corren los más cotizados Borgoñas.

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La Confrérie des Chevaliers du Tastevins es el nombre original de un selecto y exclusivo club privado de amantes del vino con ramificaciones por los cinco continentes. En la actualidad, suman unos 12.000 los enófilos de Singapur, Mexico, Sidney, Nueva York o Pekin que, distribuidos en una docena de delegaciones internacionales, se agrupan bajo una misma divisa, el dorado y el rojo, los colores de los dos néctares de la región que honran. Todos sibaritas, todos adinerados, todos dionisíacos, están hermanados por un lema: Siempre bebedores, nunca borrachos.

Es así desde 1934, cuando el mundo se tambaleaba por las secuelas de la Gran Depresión. El sector vitivinícola no vivía ajeno a la profunda crisis económica. Al contrario, con las barricas atestadas y las carteras de clientes huecas, necesitaba imperiosamente emerger de la oscuridad. Un grupo de bodegueros de la localidad francesa de Nuits-Saint-Georgesse se propuso invitar a amigos a catar sus borgoñas para así promocionarlos. La sencilla pero genial idea posiblemente, el antecedente de las Relaciones Públicas tuvo tanta aceptación que diez años después se lanzaban a adquirir el Château du Clos de Vougeot, una encantadora fortaleza del siglo XV rodeada por un océano de viñedos decanos, al objeto de convertirlo en la sede de sus animadas veladas en torno a la cocina, la conversación y el afamado vino de la tierra.

La prueba del Grand Cru

Ochenta largos años después, ese mismo espíritu es el que prevalece en esta hermandad, que se las ha arreglado para reclutar a destacadas personalidades del mundo de la política, las artes, los negocios y la hostelería, deseosas de vestirse de etiqueta para reunirse con periodicidad en entornos refinados y degustar el oro líquido de los galos. A diferencia de otras, se distingue por admitir a mujeres en sus filas, por mantener una rígida discreción en todo lo que concierna a su funcionamiento y por fichar con éxito a presidentes de países, premios Nobel, top model, o campeones deportivos para celebrar «con gusto y decoro» en sus propias palabras sus ceremonias y encuentros.

Los tastevin, como se les conoce, se jactan de recibir con los brazos abiertos a «cualquiera», «sin mirar el éxito de la trayectoria profesional». Aunque matizan, eso sí, que valoran «el talento, el valor, el esfuerzo personal, la inteligencia científica, el amor profundo a Francia y el cumplimiento de los valores humanos». Puede que una buena media ponderada entre todas esas cualidades funcione como tarjeta de presentación pero, ingresar en la orden, es otro harina de otra costal. Para empezar, hay que inscribirse en la lista de espera y estar dispuesto a aguardar al menos dos años. La candidatura tendrá que estar respaldada por un miembro de la cofradía y esta, a su vez, por otro socio. En el caso de que el aspirante se las apañe para haber llegado victorioso hasta aquí, aún le quedará deslumbrar a los responsables de la orden con sus conocimientos de los vinos de Borgoña en función de cada delegación, podría incluso tener que someterse a un examen escrito u oral y con una cena que se regará a base de caldos de su propia bodega. Requisito indispensable es que al menos uno de ellos sea un Gran Cru. Así se llaman a los mejores vinos de los Viñedos de la Côte dOr, con cuyas uvas se elaboran los más caros y famosos de la región.

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«Aunque no figure en los estatutos, uno de los aspectos más valorados es la compatibilidad o la química. A veces una gran personalidad puede puntuar más que una gran cava privada, cuando de lo que se trata es de compartir tres o cuatro horas de velada con alguien», explica un tastevin que rehúye identificarse. Una vez superado el proceso, el nuevo socio deberá abonar una tarifa de entrada superior a los 2.000 euros. Solo entonces estará en disposición de colgarse al cuello el codiciado tastevino catavinos, la tacita chata de plata que empleaban los antiguos maestros bodegueros y que la cofradía convirtió en su emblema. Todo por los Borgoña.

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