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César Pérez Gellida
Lunes, 15 de febrero 2016, 21:06
De éxito rotundo. Solo de esa forma puede calificarse la inauguración de la cantina en Buenos Aires. Reconozco que local no es muy grande, pero estuvo abarrotado hasta que bajamos la verja cumpliendo con el horario que nos marcan las autoridades competentes. Me gustó encontrarme con viejos conocidos que no quisieron faltar a la cita, pero lo que no podía esperar fue ver tantas caras nuevas de clientes dispuestos a dejar sus opiniones y sus pesos sobre la barra, más si cabe, si se tiene en consideración que el evento coincidía con el inicio de la liga de fútbol en Argentina. Palabras mayores. Sepa que aquí el deporte rey es el emperador de los medios y su trascendencia va mucho más allá de lo meramente deportivo. Porque no es lo mismo ser hincha de River que de Boca, ser de Racing o Independiente, de San Lorenzo o Huracán, Central o Newells. Cada equipo está asociado a unos valores distintos, llamémoslo etiquetas, que se trasladan indefectiblemente a sus seguidores. Pero de fútbol ya conversaremos otro día. Hoy, si le parece, aprovechando que hemos mencionado esa práctica tan española de etiquetar, vamos a hablar de lo que sucede cuando cosemos etiquetas cargadas de atributos a la piel de las personas. Y en este país donde todo eclosiona con mayor grado de intensidad, los iconos son mitos y los mitos divinidades.
Acomódese.
Si hiciéramos una encuesta entre los presentes, es más que probable que el panteón argentino terminara compuesto por estas cuatro deidades: Evita, Maradona, el Che y Gardel, cuyas imágenes, como dioses que son, están asociadas con determinadas virtudes. Evita encarna la magnanimidad; Maradona representa la capacidad de superación; el Che simboliza la justicia en el sentido más amplio de la palabra y Gardel es la voz de los argentinos.
Y a los dioses no se les juzga, se les adora.
Por ello, poco importa que María Eva Duarte fuera una herramienta utilizada por su marido, Juan Domingo Perón, para ganarse el favor de las masas, porque Evita siempre será Evita. Tampoco es relevante que Diego Armando Maradona se esnifara su carrera deportiva, porque Diego siempre será Diego. Del mismo modo, no cuenta que Ernesto Rafael Guevara Lynch no luchara contra desigualdades e injusticias sociales en suelo patrio, porque el Che siempre será el Che. Ni siquiera es necesario haber nacido en el país si para la mayoría, Charles Romuald Garcés, es más argentino que Manuel Belgrano uno de los padres de la patria además de creador de la bandera albiceleste, porque Gardel siempre será Gardel.
Lo único que cuenta es la etiqueta, ¿adivina por qué?
Porque ellos no eligieron convertirse en dioses, fuimos nosotros, los envidiosos mortales, los que decidimos cargar a otros con el peso de los valores que ansiamos tener. Es innegable que los citados fueron personas que destacaron de forma sobresaliente, tan cierto como que sus biografías igual que la suya y la mía, están plagadas de aciertos y errores. Lo que sucede es que cuando miramos a los dioses, sus virtudes nos deslumbran tanto que no vemos sus pecados.
Ni falta que hace.
Dicho esto, cada uno es muy quien para conformar su propio panteón, y aprovechando que llevo un vino de menos, me voy a atrever a compartir con usted mi cóctel de divinidades.
En primer lugar, le entregaría los laureles de Evita a Alfonsina Storni, una mujer que sí supo entender y defender el pensamiento femenino en sus poemas. Porque la palabra siempre tuvo más valor que la palabrería. Sin pensármelo dos veces entregaría el cetro de Maradona a Luis Ángel Firpo, alguien que fue fiel a los valores que cobija el deporte y supo convivir con el éxito y el fracaso. Porque superarse es levantarse, no levantar trofeos. En el trono del Che sentaba yo a Faustino Sarmiento, un hombre que revolucionó la vida de sus compatriotas luchando contra el peor de los enemigos de un pueblo: el analfabetismo. Porque tiene más mérito matar la ignorancia que a los ignorantes. Y puestos a endiosar a un foráneo, le entregaría la corona de Gardel a José de San Martín aunque solo fuera por el hecho de terminar con el colonialismo absolutista en el continente. Porque siempre es mejor dar voz a los demás que ser la voz de los demás.
Pero bien podría haber citado a Borges, Fangio, Piazzola, Lola Mora, Francisco Moreno, Bartolomé Mitre, Julio Cortázar o Ricardo Darín, que hay tantos dioses como hombres, madre no hay más que una y a vos te encontré en la calle.
La siguiente corre a cargo de la casa.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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