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El sugus de piña

El autor, a partir de que se supiera la razón por la que el sugus de piña es azul, reflexiona sobre la vida y la realidad

Juan Gómez jurado

Domingo, 14 de febrero 2016, 23:04

Hace solo unas horas, una revelación sacudía las redes sociales, y se convertía en el asunto más comentado del día en toda España. Una página web publicaba la respuesta a un misterio que llevaba décadas obsesionando a los jóvenes españoles: ¿por qué el sugus de piña es azul, cuando no hay nada azul en una piña ni en una palmera?

Durante años se había especulado con que el color era un homenaje a la bandera de Barbados, como reconocimiento a su papel como mayor exportador de piña del mundo. Por supuesto, esto no deja de ser una leyenda urbana sin fundamento alguno, ya que Barbados apenas produce piñas. La solución era tan simple como preguntar, y cuando los responsables de la web inquirieron a la empresa el por qué del color, estos respondieron algo tan simple como lógico: era el único disponible. Si el limón era amarillo y los demás estaban cogidos, solo quedaba el azul y ese fue el que se quedó.

La respuesta, nudo gordiano de la banalidad, contiene, no obstante, una reflexión poderosa sobre la vida y la realidad. En la imprescindible película de Woody Allen Annie Hall, el protagonista interpela muchas veces a la cámara y al espectador, rompiendo la cuarta pared. Una de las frases más repetidas por él es «ojalá la vida fuera esto», aludiendo a aquellos momentos de la ficción en los que esta supera con creces a la realidad, en los que los buenos y los malos se colocan en sendos lados y todo es asumible.

La ficción es cómoda y práctica, ofrece soluciones a bajo coste, explica la realidad por aproximación a través de la mentira. Se puede envolver de conflicto y encerrar una verdad suministrada con premura y acierto, pero es, en esencia, un constructo, una falsedad. El creador prepara la ficción para que encierre una conclusión, y por tanto tiene que acudir al reduccionismo y a la simplificación. Como señala Harold Bloom en El Canon Occidental, ningún personaje de ficción, por poderoso que sea -Segismundo, Otelo, Hamlet, Lady MacBeth- es capaz de hacer sombra al más insignificante de los seres humanos considerado en su conjunto, en su pléyade de contradicciones, de luces y sombras.

La vida -o el periodismo, que de esto va esta columna, aunque no lo parezca- nunca es como nos gustaría que fuese. El deseo de racionalidad, de cómoda y sencilla explicación, se pierde en la complejidad multifacética de la realidad, se diluye en sus infinitas aristas y se vuelve solo un pálido reflejo, sombras en el muro de la platónica caverna. Mientras deseamos que la vida se parezca al sugus de piña, nos perdemos lo esencial: El sugus de piña no tiene piña ni es del color de la piña, ni siquiera sabe, de verdad, a piña. Pero nosotros, los humanos, lo seguiremos llamando así, porque así está impreso, negro sobre blanco. O, en este caso, sobre azul.

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