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Algunas de las monjas de las Claras de Ciudad Rodrigo llegaron desde Kenia.
Controles de extranjería

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Hasta la Santa Sede tuvo que intervenir en el 'boom' de las jóvenes monjas del Tercer Mundo que llenaban los conventos de clausura. Había 'buscadores de vocaciones' que cobraban 170 euros por chica

Antonio Corbillón

Miércoles, 3 de febrero 2016, 20:56

Los caminos del Señor son inescrutables, pero ahora se manifiestan mejor por YouTube. Al menos, por ese canal sintió la llamada de Dios la hermana Vanessa. Cambió Paraguay por Valladolid hace dos años, cuando vio en la red un vídeo de las carmelitas samaritanas. «Siempre busqué la vocación y en mi país no encontraba esa vivencia. Por ese camino me enganché», reconoce esta mujer de 30 años, con título universitario en Tecnología de la Producción, a la que le queda un año de novicia antes de profesar los votos perpetuos. Ha oído la noticia de las monjas de origen indio supuestamente retenidas por su superiora en un convento de mercedarias de Santiago. Pero la pone en cuarentena. «Tú decides si te vas o te quedas. Es nuestra libertad personal».

Vanessa comparte su fe con otras treinta carmelitas, de las que casi la tercera parte son extranjeras. Aunque serán desahuciadas en diciembre si no saldan la deuda que mantienen con el banco por la compra del edificio, la frenética actividad digital impulsada por su priora, Olga María del Redentor, permite al convento romper las estadísticas sobre la caída de vocaciones. Suman más de 15.000 seguidores en Facebook, también tienen Twitter, una cuenta en iVoox para compartir podcast con charlas y vivencias, Instagram y correo electrónico para vender las pastas. «Hemos creado hasta un grupo de whatsapp», reconoce la madre Olga María, que admite que la llegada de postulantes extranjeras «ha podido ser un coladero» de inmigrantes durante bastante tiempo. «Pero hoy día lograr un visado para ellas es lo más horrible de todo el proceso. Ahora está prohibido cualquier tipo de contrato mercantil y exigen medios económicos para su traslado».

Para evitar ese coladero del que habla Olga María, sus hermanas carmelitas de Puçol (Valencia) tomaron hace años una drástica decisión. No aceptan monjas extranjeras. Así evitan los riesgos de la inmigración encubierta. En una ocasión le preguntaron a una futura novicia latinoamericana por su vocación: «Yo, esteticién», respondió. Con ello sortean también el riesgo de que se las vea como simples cuidadoras de las más mayores. La edad media de las religiosas españolas supera los 70 años; 35 entre las que proceden del Tercer Mundo.

En 1993, el monasterio franciscano de El Zarzoso, en la salmantina Peña de Francia, estaba abocado al cierre. Una visita del obispo de Ciudad Rodrigo a México obró el milagro. Hoy, solo la mayor de las nueve religiosas es española. El resto, todas mexicanas, pastorean y hacen dulces típicos de su país. Veinte años después cantan rancheras en el patio y alguna aún se pregunta qué hace allí. «Son los designios de Dios. Cerca de mi casa también hay conventos de la misma orden, por lo que yo tampoco entiendo por qué estoy aquí», reflexiona sin perder el acento la hermana Margarita Peña.

Otro convento de franciscanas, el de Santa María del Socorro de Sevilla, tuvo que lidiar con el abuso de confianza de una chica de Kenia que llegó en 2010. En agosto de 2011, la abadesa dio parte a la Delegación de Gobierno de Andalucía de que la joven abandonaba el monasterio porque no la consideraba apta para la vida religiosa. Le pagaron un billete de regreso a su país y llegó a cruzar la puerta de embarque. Pero nunca subió al avión. Se agarró a su permiso temporal de residencia hasta marzo de 2013 y se fue a Cádiz como empleada doméstica. Extranjería le denegó la renovación, pero la abogada de una ONG logró regularizar su situación. Hoy trabaja en el norte de España.

Sor Ángela, también de Kenia, sí encontró su fe en España. Lleva casi la mitad de sus 35 años en Vigo, donde se entregó a la clausura del monasterio de la Visitación (salesas), a las órdenes de una abadesa colombiana. Cada cinco años regresa dos meses a su país para ver a su familia. Lo de Santiago le pilla cerca y su escepticismo es total. «Estoy aquí porque soy libre y si decido salir lo pediré. Pero, si alguien necesita irse montando líos, está claro que esta no era su vocación», declara detrás de la reja.

Las mercedarias que han buscado el amparo de la justicia vinieron a España desde la India a finales de los 90. Por entonces llegaban hasta 100 chicas al año y había intermediarios que cobraban 28.000 pesetas (170 euros) para llenar los conventos de fe fresca. «Inmigración y fe mezclados pueden ser un cóctel explosivo. La cosa llegó a ser tan preocupante que la Santa Sede hizo una nota de aviso», recuerda Jorge Miras, profesor de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra.

Las fases de la fe

Pero cada convento, y en España hay casi 900, es libre de aplicar sus propias reglas internas. «Son autónomos. Solo informan ante la Santa Sede. Ni su obispo tiene autoridad más allá de visitas, ayuda y consejos», recuerda Miras.

El Código de Derecho Canónico sufrió su última actualización en 1983, pero es un precepto experimentado y pulido durante siglos. No habla de las relaciones humanas, sino de algo supuestamente más profundo como es la fe cristiana. «No va más allá de los derechos porque se da por supuesto que nadie puede ser forzado ni retenido contra su voluntad», insiste este experto.

Contacto. Postulante. Noviciado. Profesión temporal. Profesión perpetua. Esos son los pasos que debe seguir cualquier religiosa (también los varones, aunque son minoría) que quiera vivir en un convento de clausura. Un periodo que solo concluye con el compromiso definitivo, después de pasar entre tres y siete años alejadas del mundo, dependiendo de la orden. En España hay 44 distintas.

Pero, ¿qué sucede cuando una religiosa quiere marcharse a pesar de todo? «Si hay votos solemnes hay que comunicarlo al obispado y éste pide la dispensa al Vaticano», resume el delegado de Vida Contemplativa del Arzobispado de Valladolid, Julio Alberto de Prados. Suele ser un proceso «cordial y fraterno» en el que la respuesta desde Roma no tarda más de mes y medio. Y siempre tiende a ser positiva. Aunque la normativa de la Santa Sede insista en que el indulto de salida (nombre canónico) solo pueda pedirse por «causas gravísimas». Como las monjas de votos perpetuos llevan una alianza que explica su boda con Dios, sus crisis de fe se resuelven como las de un matrimonio.

En algunos casos, esas dudas sobre la vocación necesitan ir acompañadas de una «exclaustración temporal» para reflexionar. Un regreso a la vida civil. «La misma libertad que tuvieron para firmar, la tienen para irse insiste De Prados. Pero, si has estado siete años, puedes esperar un mes», valora el titular de Vida Contemplativa. En su arzobispado, el 25% de sus 355 monjas de clausura son extranjeras. Y casi la mitad llegaron de Kerala, estado de la India de gran tradición católica, «aunque las vocaciones indias suelen ser frágiles», zanja .

El próximo martes, el Papa clausurará en Roma el Año de la Vida Consagrada. Su ministro en la materia, el español José Rodríguez Carballo, reconoce que las cifras de monasterios en España «son insostenibles» y que «habrá que cerrar» varios. La fe se ha desplazado a la periferia católica, sobre todo a África y Asia, pero se ha acercado gracias a las redes sociales. De esa clausura se esperan nuevas directrices. «El ambiente de un monasterio no es el de las redes. Se entienden las ventajas, pero también preocupan los inconvenientes», concluye el profesor Jorge Miras.

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